Siendo histórica, la reforma sanitaria de Barack Obama ya nace con las alas cortadas. Lo que el Congreso de los Estados Unidos acaba de aprobar pondrá los pelos de punta a la oposición republicana y, encuestas en mano, al 53 por ciento de los votantes -se dice pronto-, pero no deja de ser una versión «light» de la Carta a los Reyes que Ted Kennedy hizo pública en verano de 2009, y que inspiró los primeros y entusiastas borradores del Gobierno.
Cobertura universal sin límites y seguro público. Ese era el plan de Ted Kennedy.
Para octubre de 2009, esto ya se había reducido a llegar a 36 millones de los 46 millones de no asegurados. Y el gobierno estaba dispuesto a renunciar al seguro público que las aseguradoras privadas veían como competencia desleal y enemigo a batir. En su lugar, la Casa Blanca aceptaba crear cooperativas sanitarias sin afán de lucro.
Paralelamente a los grandes principios se manejaban grandes cifras. Se afirmaba que la reforma costaría 1,05 billones de dólares en diez años y que reduciría el déficit en 104.000 millones a lo largo de diez años. ¿Se lo creyó alguien? No. Todo el mundo sabe que mentir -o por lo menos engañarse- sobre los costes finales y reales de una reforma así es condición «sine qua non» para abordarla. Con más razón en plena crisis.
Financiar abortos
Alejar definitivamente el fantasma del seguro público ha sido clave para mantener viva la reforma. Así como reducir de 36 a 31 millones el número de aspirantes a asegurados -dejando fuera 15 millones-, rebajando a 848.000 millones el gasto estimado para diez años, aplazando unos cuantos años la entrada en vigor de la nueva normativa y, sobre todo, garantizando con una orden ejecutiva del presidente que los fondos sanitarios públicos no financiarán abortos.
Con lo cual en la práctica la mayor aportación de la reforma son las nuevas restricciones a las compañías privadas -que tendrán que cubrir a los hijos de sus asegurados, no podrán rechazar a nadie porque ya esté enfermo y tampoco podrán disparar sus tarifas sin encomendarse a Dios ni al diablo- y la obligatoriedad del seguro médico privado como sucedáneo de un seguro público, así como el compromiso de elevar los impuestos para subvencionar los seguros de los más necesitados. Más que un cambio de modelo, es un reconocimiento de la insostenibilidad del antiguo, una liposucción de sus más negras miserias y un recordatorio de que algún día habrá que cambiarlo todo a fondo.
http://www.abc.es
Cobertura universal sin límites y seguro público. Ese era el plan de Ted Kennedy.
Para octubre de 2009, esto ya se había reducido a llegar a 36 millones de los 46 millones de no asegurados. Y el gobierno estaba dispuesto a renunciar al seguro público que las aseguradoras privadas veían como competencia desleal y enemigo a batir. En su lugar, la Casa Blanca aceptaba crear cooperativas sanitarias sin afán de lucro.
Paralelamente a los grandes principios se manejaban grandes cifras. Se afirmaba que la reforma costaría 1,05 billones de dólares en diez años y que reduciría el déficit en 104.000 millones a lo largo de diez años. ¿Se lo creyó alguien? No. Todo el mundo sabe que mentir -o por lo menos engañarse- sobre los costes finales y reales de una reforma así es condición «sine qua non» para abordarla. Con más razón en plena crisis.
Financiar abortos
Alejar definitivamente el fantasma del seguro público ha sido clave para mantener viva la reforma. Así como reducir de 36 a 31 millones el número de aspirantes a asegurados -dejando fuera 15 millones-, rebajando a 848.000 millones el gasto estimado para diez años, aplazando unos cuantos años la entrada en vigor de la nueva normativa y, sobre todo, garantizando con una orden ejecutiva del presidente que los fondos sanitarios públicos no financiarán abortos.
Con lo cual en la práctica la mayor aportación de la reforma son las nuevas restricciones a las compañías privadas -que tendrán que cubrir a los hijos de sus asegurados, no podrán rechazar a nadie porque ya esté enfermo y tampoco podrán disparar sus tarifas sin encomendarse a Dios ni al diablo- y la obligatoriedad del seguro médico privado como sucedáneo de un seguro público, así como el compromiso de elevar los impuestos para subvencionar los seguros de los más necesitados. Más que un cambio de modelo, es un reconocimiento de la insostenibilidad del antiguo, una liposucción de sus más negras miserias y un recordatorio de que algún día habrá que cambiarlo todo a fondo.
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