2010/02/12

Despedir

150.926 cartas de aviso de despido registró la Dirección del Trabajo en el primer mes de este año. Ello importa un incremento significativo en comparación con diciembre y enero de 2009. La causal de despido más invocada es la conclusión del servicio: 61.404 cartas. Le sigue, con 38.146, la de vencimiento del plazo de contrato.

Las cifras no dan cuenta del proceso anímico sufrido por quienes reciben la carta y también por quienes se sienten en el deber de remitirla. De esto se encarga la película actualmente en exhibición, "Amor sin escalas". Allí George Clooney encarna a un profesional en el arte de comunicar a antiguos empleados que ya no volverán a ocupar su oficina y han de recoger prontamente sus cosas. Lo hace a través de un video-chat, en que evitará toda expresión de condolencia y procurará convencer, al despedido, de que todas las personas que cambiaron el mundo pasaron una vez por esta situación. El paso siguiente es persuadir positivamente al exonerado para que vea en este cambio una oportunidad de reinventariar sus talentos y emprender un camino tanto o más exitoso que el ya concluído. No cae, el filme, en lugares comunes ni extremistas, como sería caricaturizar la total insensibilidad del empleador o sobredramatizar la condición del desempleado. El dolor de la noticia, el golpe a la autoestima, la flagelante incertidumbre por el futuro se expresan con realismo y delicadeza. Se tiene, sin embargo, la valentía de reconocer, e invitar a que se reconozca en este drama una oportunidad de crecimiento en dos dimensiones: valorar más los afectos y bienes "invisibles" de que se gozaba sin saberlo, y explorar, con asertividad, zonas de autoproyección y realización profesional que dormían, latentes e improductivas, porque la seguridad de un empleo no hacía necesario activarlas.

El no tener trabajo cuando se quiere, se puede y se necesita trabajar equivale a una amputación, efectiva y afectiva. Incuba resentimiento, inseguridad, tentaciones peligrosas, soledad. Pero es verdad: sin estas situaciones-límite, difícilmente llegaría uno a explorar e identificar sus valores latentes, sus talentos dormidos o escondidos. La cruel evidencia de que uno ha sido despedido (y es consolador que lo sea no por incompetencia personal, sino porque el cargo ha sido suprimido o la empresa en sí ya no es viable) podría y debería trasmutarse en energía creativa. Como todo dolor, el de ser despedido tiene efectos positivos: se conoce uno mejor a sí mismo, conoce realmente a los demás, cuestiona uno sus prioridades y estrategias, se abre a revalidar su capacidad en campos inexplorados. Sin olvidar que en esta experiencia de desvalimiento se percibe mejor la originalidad e indispensabilidad de Dios, el Padre rico en misericordia. El nunca despide a un hijo suyo. Ni deja sin respuesta la plegaria que le pide pan, o trabajo para dar pan a los suyos.

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