Al reducir su dependencia de las exportaciones, mejorar el poder adquisitivo de sus ciudadanos y ampliar las oportunidades internas de inversión, los países asiáticos tendrán un rol mayor en la economía global. ¿Estamos viendo por fin el preludio de un nuevo orden económico mundial? Por Marcela Corvalán.
La fortuna económica de Asia en la posguerra estuvo por largo tiempo atada a la de Occidente, en particular a la de Estados Unidos. Si el primero crecía, también lo hacía Oriente; si decaía, arrastraba al continente. Pero hoy esta relación está cambiando.
Y si bien la transformación no es inesperada, lo cierto es que no había certeza respecto de cuándo ocurriría. Hace tiempo que la pregunta dejó de ser si China superaría a Japón como la economía más grande de Asia. Ahora la interrogante es cuándo lo hará. Y no se trata de una pregunta absurda, ya que todo indica que China se convertirá en la segunda mayor economía del mundo en breve, en 2010.
Es probable que haya una relación cada vez menos simbiótica entre el crecimiento (o contracción) de las economías asiáticas y los flujos y reflujos de Occidente, lo que de ningún modo implica un aislamiento de Asia, sino que una relación económica más equilibrada.
Basta ver lo que ha ocurrido con esta crisis: Asia no ha salido indemne, pero en lugar de desplomarse, simplemente ha crecido menos. La desaceleración ciertamente se explica por el frenazo en Occidente, pero el consumo interno de Asia tomó el relevo y la región siguió adelante. Datos del banco HSBC muestran que a junio el gasto doméstico en China e India se ha incrementado a tasas superiores al 5% durante la recesión.
Mirar hacia dentro
La principal lección de la crisis para los países asiáticos es que no pueden seguir dependiendo de Occidente como mercado para sus exportaciones ni como destino confiable para sus inversiones. La respuesta al primer problema es fortalecer el consumo interno, mientras que para el segundo la clave pasa por fortalecer sus mercados de capitales.
China, India e incluso Indonesia tienen una gran ventaja demográfica: sus poblaciones son enormes y relativamente jóvenes. Hasta hace no mucho su gran desafío era lograr tasas de crecimiento que les permitieran generar empleos e ingresos que mejoren la calidad de vida y capacidad de consumo de sus habitantes. Ahora (y aunque les resta recorrido) quedó en evidencia lo mucho que han avanzado.
Son muchos los análisis que ratifican que en China existe conciencia de la necesidad de acrecentar el consumo doméstico y la inversión interna y que para que eso ocurra necesitan acelerar el paso en dos áreas críticas: la seguridad social y el mercado de capitales.
La tendencia de los chinos a ahorrar es conocida y tiende a actuar como lastre para el crecimiento, ya que frena el consumo. La tasa de ahorro del país es una de las más altas del mundo, de 51,2% del PIB en 2007. La falta de crédito y la desigualdad en los ingresos son parte de las razones, pero la débil red de seguridad social también es clave. Antes de los 90, muchos chinos trabajaban en enormes empresas estatales que les ofrecían, junto con un empleo vitalicio, prestaciones como salud, educación, vivienda y pensiones. Cuando se inició el proceso de reforma, muchos trabajadores perdieron estos beneficios.
Esto hizo del ahorro un imperativo, sobre todo para hacer frente a gastos de salud. Según cálculos privados, los pagos directos de las personas representan casi 50% del gasto en salud, con la industria de los seguros aún en pañales. El sistema todavía es operado por el Estado y los recursos, sobre todo en áreas rurales, son insuficientes.
Y así como EEUU, China también impulsa una reforma. La propuesta en la que se trabaja tiene como meta lograr cobertura universal para 2020. En enero de este año se aprobó un plan de 124.000 millones de dólares para remozar la infraestructura de salud y dar cobertura a casi 90% de la población para 2011.
Ingresos mínimos
Los esfuerzos de China por mejorar su sistema de seguridad social incluyen el establecimiento de un programa de ingresos mínimos, conocido como dibao, que busca apoyar a trabajadores cesantes y a adultos mayores sin pensiones residentes en áreas urbanas. Como el financiamiento es local, hay gobiernos menores en regiones pobres de China no han podido implementarlo.
El fortalecimiento de la red de seguridad social también exige que China invierta más en educación y comparta la carga de las familias, lo que contribuiría al consumo público y privado. Aun con menos niños, la educación representa casi 15% del presupuesto de los hogares urbanos promedio. La inversión total del gobierno en este ítem es de casi 3% del PIB, en contraste con el 6% de EEUU.
Aunque en Asia es común que las familias se hagan cargo de los ancianos, una de las consecuencias de la política de un solo hijo adoptada por China en los 70 ha sido que ahora cada persona debe sostener a dos padres y cuatro abuelos. De hecho, se estima que los adultos sobre la edad de jubilación (60 años para los hombres y 55 para las mujeres) podrían pasar de ser el 10% de la población a un tercio para 2050.
En 1997, China comenzó a exigir contribuciones obligatorias de empleados y empleadores al sistema de pensiones y estableció un fondo nacional de seguridad social para suplir eventuales carencias. No obstante, la cobertura en zonas urbanas aún es baja y en las áreas rurales prácticamente no existe.
Mercados de capitales
Una de las razones por las que tantas inversiones financieras asiáticas fluyeron hacia Estados Unidos es la falta de opciones internas. Un mercado de capitales más profundo en Asia podría dirigir más flujos hacia la región. Tal como ocurrió en Chile tras la reforma previsional, habría mayores recursos con los que apoyar el crecimiento. Además, mejoraría el equilibrio de los mercados financieros globales y probablemente reduciría la dependencia del dólar estadounidense.
No hay que olvidar que los asiáticos han tendido a mirar a Estados Unidos como un refugio para sus ahorros. Los ingresos por exportaciones han demandado gestión de tipo de cambio a los gobiernos, que han acumulado reservas en instrumentos de bajo riesgo, como bonos del Tesoro de corto plazo. Relativamente poco se destinó a bonos de largo plazo, y mucho menos a bonos de empresas o inversiones directas. Esto es parte de lo que alguna vez en Estados Unidos se calificó como el “exceso de ahorro” asiático que “alimentó” la burbuja del dinero fácil, consumo y sobreendeudamiento que concluyó en la crisis actual. El dólar y los activos estadounidenses ya no se ven tan seguros y China ha llegado a abogar por una nueva moneda de reserva, desconectada de naciones individuales.
Ahora, el modelo tradicional de interdependencia parece romperse. En la cumbre del Grupo de los 20 se habló de “rebalancear” la economía global, pidiendo a los países exportadores que incentiven el consumo interno.
Pero en Asia, y en China en particular, los mercados financieros aún carecen de un marco que les permita operar con eficiencia. En China, sobre todo, les faltan profesionales con pericia en la industria de las inversiones. Es necesario avanzar también en la transparencia y en el buen gobierno societario, algo en lo que los fondos de pensiones pueden jugar un gran papel.
Además, Asia debe avanzar en la creación y popularización de más instrumentos y de más largo plazo. Según un análisis de Matthews International Capital Management, en China la mayoría de los bonos de empresas vencen en tres a cinco años, un plazo insuficiente para las necesidades de fondos de pensiones y compañías de seguros. Los bonos de empresas pueden ofrecer una mayor duración y un mejor retorno que la tradicional deuda de los gobiernos. Además, permiten a las empresas recurrir al ahorro interno en lugar de a préstamos bancarios. Esto reduce el riesgo sistémico asociado con sistemas centrados en la banca y se traduce en un sistema financiero más resistente.
Corea del Sur trabaja en esta dirección y probablemente sea uno de los países que más han avanzado en el desarrollo del mercado para bonos de empresas. Como resultado de políticas deliberadas, el mercado para bonos de compañías en Corea pasó de 73.000 millones de dólares en 1997 a 120.000 millones de dólares en la actualidad. Esto permitió que las empresas siguieran operando con normalidad este año, a pesar de que los bancos vieron limitada su capacidad de prestar, por su exposición a activos riesgosos.
Al reducir su dependencia de las exportaciones, mejorar el poder adquisitivo de sus ciudadanos y ampliar las oportunidades domésticas de inversión, los países asiáticos tendrán un rol mayor en la economía global. Hay lugares más pequeños que seguirán siendo centros de exportación y servicios, como Singapur y Hong Kong. Pero Matthews plantea que los países más grandes, como China e India, tienen amplias regiones interiores que no se ven demasiado afectadas por la economía exportadora y donde se ve un mayor dinamismo, signo de que el nuevo modelo de crecimiento basado en el comercio y el consumo internos está tomando forma.
La crisis puede haber sido el catalizador que por fin obligue a los países de Asia a buscar el crecimiento dentro de sí mismos, acelerando la transición a un nuevo orden económico mundial. Y la relación Oriente-Occidente ya nunca será igual.
En octubre del año pasado, parecía cuestión de días para que la economía de Indonesia rodara por el barranco. La rupia se desplomó casi 30% respecto del dólar en pocas semanas, la bolsa iba en caída libre y el riesgo soberano se había disparado a más de 1.200 puntos. Las elecciones parlamentarias y presidenciales de julio de 2009 sólo podían generar más inestabilidad.
Diez meses después, la situación es la opuesta. La rupia se ha recuperado, el índice de la bolsa de Yakarta es el de segundo mejor desempeño este año en el mundo y la economía de 433.000 millones de dólares creció 4,2% en el primer semestre. Claro que no todo es paz y prosperidad: en julio, terroristas islámicos atacaron con explosivos dos hoteles de lujo en Yakarta, matando a siete personas.
Indonesia es el mayor exportador de aceite de palma en el mundo, y China es su mayor consumidor. Asimismo, es un gran proveedor de carbón para generación eléctrica, ubicado estratégicamente cerca de dos de los mercados (China e India) y el de más rápido crecimiento en el mundo. En 2008, sus exportaciones de carbón termal superaron las 190 millones de toneladas, frente a las 126 millones de toneladas de Australia.
En marzo, la OCDE dijo que Indonesia, junto con Sudáfrica, debía agregarse a las naciones BRIC, convirtiéndolas en BRIICS. Morgan Stanley llegó a una conclusión similar sobre Indonesia en junio. CLSA, la corredora asiática habla del “próximo triángulo de crecimiento en Asia: Chindonesia”.
Los analistas hacen fila para alabar a Indonesia. El principal conductor de este optimismo es el hecho de que la población del país, de 235 millones de personas (el cuarto más poblado del mundo), ha seguido gastando, lo que le ha permitido sobrellevar la crisis mejor que lo que se temía. Los esfuerzos del gobierno por preservar la demanda doméstica con bonos, escuelas gratuitas y subsidios al arroz para el tercio más pobre de la población han tenido éxito.
Morgan Stanley cree que la economía indonesa podría expandirse 60% en los próximos cinco años a 800.000 millones de dólares, gracias a una administración estable, menores costos de capital y un enorme programa gubernamental de obras públicas.
Aunque la reelección de Susilo Bambang Yudhoyono en la presidencia asegura continuidad en la política económica y las perspectivas en el corto plazo son positivas, a mediano plazo hay grandes desafíos que resolver. El país necesita infraestructura, tanto productiva (generadoras, puertos, caminos) como social. Se estima el gasto necesario sólo en infraestructura dura para 2020 en más de 360.000 millones de dólares.
www.Capital.cl
No hay comentarios.:
Publicar un comentario