Doce años después de dejar los estudios a medias porque tenía un pequeño proyecto entre manos llamado Facebook, Marc Zuckerberg volvió a Harvard para convertirse en el hombre más joven en dar el discurso de graduación. Uno que resonará durante bastante tiempo. Porque Zuck no ha querido mirarse en el espejo de Steve Jobs en Stanford, sino reflejar en sus palabras, las de uno de los hombres más poderosos del mundo, todos los problemas (y las posibles soluciones) del mundo en los próximos años. Y sí, ha sido un discurso tan emotivo como extremadamente político.
Me honra estar hoy aquí con vosotros porque, afrontémoslo, habéis conseguido algo que yo nunca pude hacer. Si consigo terminar este discurso, será la primera vez que termine algo en Harvard. ¡Enhorabuena, Promoción de 2017!
Es raro que os hable yo, no sólo porque dejé los estudios, sino porque técnicamente somos de la misma generación. Hemos recorrido este campus con menos de una década de diferencia, estudiado las mismas ideas y nos hemos quedado dormidos en las mismas clases. Puede que hayamos recorrido caminos diferentes (...) pero hoy quiero compartir con vosotros lo que he aprendido sobre nuestra generación y sobre el mundo que estamos construyendo juntos.
Pero antes, este último par de días me han traído muy buenos recuerdos. ¿Cuántos de vosotros recordáis exactamente qué hacíais cuando os llegó el correo de aceptación de Harvard? Yo estaba jugando a ‘Civilization’ y corrí a buscar a mi padre y, por alguna razón, su reacción fue grabarme abriendo el correo. Podría haber sido un vídeo muy triste. Y os juro que que me cogiesen en Harvard sigue siendo el mayor orgullo de mis padres. (...) Pero mi mejor recuerdo de Harvard fue conocer a Priscilla [Chan]. Yo había creado una web en plan de broma llamada Facemash, y el consejo quería “verme”. Todos creían que iban a expulsarme. Mis padres vinieron a ayudarme con la mudanza. Mis amigos me hicieron una fiesta de despedida. Y, por suerte, Priscilla vino a esa fiesta con un amigo. Nos conocimos en la cola del baño y -esta debe de ser una de las frases más románticas de la historia- le dije: “Van a expulsarme en tres días, así que necesitamos tener una cita enseguida”.
De hecho, a los que os estáis graduando también os sirve esta frase. Pero no me echaron, al final me fui yo. Priscilla y yo empezamos a salir. Y, ¿sabéis esa peli en la que parece que Facemash fue tan importante para crear Facebook? No lo fue. Pero sin Facemash no habría conocido a Priscilla, y ella es la persona más importante de mi vida, así que se puede decir que sí, que [Facemash] fue la cosa más importante que creé aquí. Todos salimos de aquí con amistades para toda la vida, y algunos incluso con familias. Y por eso estoy tan agradecido a esta institución. Gracias, Harvard.
Hoy quiero hablaros sobre propósitos. No estoy aquí para daros la charla estándar sobre encontrar el vuestro. Somos millennials. Eso ya lo buscamos de forma instintiva. En vez de eso, estoy aquí para deciros que no basta con hallar vuestras metas. El reto de nuestra generación es crear un mundo donde todas las personas puedan tener una.
Una de mis historias favoritas habla de cuando John F. Kennedy visitó el centro espacial de la NASA, se encontró con un conserje con una escoba y le preguntó que qué estaba haciendo. El conserje respondió: “Señor presidente, estoy ayudando a que el hombre llegue a la Luna”.
El propósito es ese sentimiento de que somos parte de algo más grande que nosotros mismos, de que somos necesarios, de que tenemos algo mejor por delante por lo que merece la pena esforzarse. De ahí surge la auténtica felicidad.
Vuestra graduación llega en un momento crucial. Cuando nuestros padres se graduaron, el tenían la confianza de hallarle sentido a las cosas en el trabajo, en la comunidad, en la parroquia. Pero hoy, la tecnología y la automatización están eliminando muchos trabajo. El asociacionismo está en declive. Gran parte de la gente se siente desconectada y deprimida y tratan de llenar ese vacío. En mis viajes, he hablado con jóvenes en el reformatorio y adictos a los opiáceos, y me han dicho que sus vidas podrían haber tomado un giro muy diferente si hubiesen tenido algo que hacer, un programa extraescolar o algún sitio donde ir. He conocido a empleados de fábricas que sabían que sus puestos de trabajo ya no volverán y tratan de encontrar su lugar. Para que nuestra sociedad avance, tenemos un reto generacional: no sólo hay que crear nuevos trabajos, sino hacerlo con un propósito renovado.
Recuerdo la noche que lancé Facebook. Fui a Noch’s [la pizzería Pinocchio’s] con mi amigo KX y recuerdo que le dije que estaba emocionado porque iba a conectar a la comunidad de Harvard, pero que algún día alguien conectaría al mundo entero. Ni se me pasó por la cabeza que ese alguien pudiésemos ser nosotros. Éramos estudiantes. No sabíamos nada. Había tantas grandes tecnológicas con tantos recursos. Simplemente asumí que alguien lo haría. Pero la idea estaba tan clara para nosotro: que todo el mundo quería conectar entre sí. Así que, día a día, seguimos adelante. Sé que muchos de vosotros tenéis historias parecidas: que hay una forma tan clara de cambiar el mundo que estáis seguros de que alguien la hará. Pero no será alguien. Seréis vosotros.
Y no basta con tener ese meta. Tenéis que crear ese sentimiento en otros. Yo lo aprendí a las malas. Porque mi meta nunca fue crear una empresa, sino cambiar las cosas. Y cuando la gente se nos empezó a unir, creí que compartíamos la misma visión, así que nunca les expliqué lo que de verdad quería construir.
Un par de años más tarde, varias empresas quisieron comprarnos. Yo no quería vender. Quería ver si podíamos conectar a más gente. Estábamos terminando nuestra primera versión del Muro de Noticias, y pensé que si podíamos acabarla podría cambiar nuestra forma de entender el mundo. Casi todos los demás querían vender. Sin una meta elevada, aquello era el sueño startup hecho realidad. Casi destruye nuestra empresa. Tras una tensa discusión, un consejeron me dijo que si no vendía, me arrepentiría de aquella decisión durante el resto de mi vida. La tensión era tan fuerte que en un año o así cada miembro del equipo de gestión se había ido.
Fue mi momento más duro en Facebook. Creía en lo que estábamos haciendo, pero me sentí asolo. Y peor: era culpa mía. Me preguntaba si lo estaba haciendo mal, si era un impostor, si era un chaval de 22 años que no tenía ni idea de cómo funcionaba el mundo. Ahora, años después, entiendo que es cómo salen las cosas cuando no hay una vocación o una meta superior. Que es cosa nuestra crearla para que todo el mundo avance junto. Hoy, quiero hablaros de tres formas de crear un mundo donde todos tengan su propia meta: emprender juntos proyectos relevantes, redefinir la igualdad para que cada persona tenga la libertad de perseguir sus fines, y crear una comunidad a través del planeta.
Primero, vamos con los proyectos relevantes. Nuestra generación tiene que asimilar que decenas de millones de puestos de trabajo dejarán de existir gracias a los coches y camiones autónomos. Pero tenemos el potencial de hacer mucho más juntos. Cada generación tiene su gran obra. Hicieron falta más de 300.000 personas para llevar al hombre a la Luna. Incluido ese conserje. Millones de voluntarios vacunaron a los niños del planeta contra la polio. Otros tantos millones construyeron la Presa Hoover y otros grandes proyectos. Esas obras no sólo dieron un propósito a los que participaron en ellas: dieron a nuestro país el orgullo de que podíamos hacer algo grande. Ahora, es nuestro turno. Y sé lo que pensais: “no sé como construir una presa, o que un millón de personas participen en algo”. Pero dejad que os cuente un secreto: nadie lo sabe al principio. Las ideas no nacen ya formadas. Sólo crecen mientras trabajas en ellas. Simplemente, hay que empezarlas. Si hubiese tenido que entender todo sobre cómo conectar a la gente antes de empezar, jamás habría creado Facebook.
Las películas y la cultura pop se equivocan con esto. La idea del “momento eureka” es una mentira peligrosa. Nos hace sentir inútiles dado que aún no hemos tenido la nuestra. Aparta a la gente con semillas de buenas ideas de llevarlas a cabo. Oh, ¿y sabéis también en qué se confunden todas esas películas sobre innovación? Nadie escribe fórmulas matemáticas en un cristal. Eso no pasa.
Esta bien ser idealistas, pero tenéis que estar preparados para que no os entiendan. Os llamarán locos si tenéis grandes ideas, incluso si tenéis razón. Os echarán la culpa de no haber entendido todo el problema si trabajáis en algo complejo. Os criticarán por ir muy rápido si tomáis la iniciativa, incluso aunque sea imposible saber más de antemano. Os criticarán siempre que toméis la iniciativa porque siempre habrá alguien que quiera frenaros.
En nuestra sociedad, hay muchas veces en las que no hacemos grandes cosas porque tenemos tanto miedo de cometer un error que no nos damos cuenta de todos los errores que cometemos al no hacer algo hoy. Cuando la realidad es que cualquier cosa que hagamos dará problemas en el futuro. Y eso no debería evitar que empecemos a hacer algo.
¿A qué esperamos? Es hora de que empecemos esas obras de las de una vez en la vida. ¿Qué tal detener el cambio climático antes de que destruya nuestro mundo, e implicar a millones de personas en la fabricación e instalación de paneles solares? ¿Qué tal acabar con la enfermedad y pedirle a la gente que comparta sus medidores de salud y su genoma? Hoy gastamos 50 veces más en tratar las enfermedades que en evitar que la gente se ponga enferma. No tiene sentido. Podemos arreglar esto. ¿Qué tal modernizar nuestra democracia y que todo el mundo pueda votar online y personalizar la educación para que todos podamos aprender?
Son logros a nuestro alcance. Hagámoslo, de una forma en la que todo el mundo en nuestra sociedad tenga un papel. Hagamos algo grande, el progreso sólo no basta. Estos proyectos relevantes son nuestra primera tarea para crear un mundo donde todos tengan una meta.
El segundo paso es redefinir la igualdad para que todo el mundo pueda perseguir sus fines. Muchos de nuestros padres tuvieron trabajos estables, carreras de por vida. Ahora somos todos emprendedores, tanto si iniciamos proyectos como si buscamos nuestro papel. Y está muy bien. Nuestra cultura de emprender es de donde surgen tantos de nuestros progresos. Sin embargo, una cultura del emprendemiento sólo prospera cuando es fácil intentar llevar a cabo nuevas ideas. Facebook no fue mi primera creación. También hice juegos, clientes de chat, herramientas educativas y reproductores de música. No estoy solo. A JK Rowling la rechazaron 12 veces antes de publicar Harry Potter. Hasta Beyonce tuvo que hacer cientos de canciones para llegar a ‘Halo’. El mayor éxito es tener la libertad para fracasar.
Pero hoy, nuestra desigualdad en el reparto de la riqueza está haciendo daño a todos. Cuando no tienes la libertad de coger tu idea y convertirla en una empresa histórica, todos salimos perdiendo. Ahora mismo nuestra sociedad está tan centrada en recompensar el éxito que no hacemos ni el mínimo necesario para que todos puedan intentar varias veces llevar a cabo sus ideas. Hay que afrontarlo: algo está mal en nuestro sistema cuando pude irme de aquí y ganar miles de millones de dólares en una década mientras millones de estudiantes no pueden pagar sus préstamos universitarios, no digamos ya crear un negocio.
A ver, conozco a muchos empresarios, y no conozco a ninguno que desistiera porque no podrían ganar el dinero suficiente. Pero también conozco a mucha gente que no ha podido conseguir sus sueños porque no tenía un colchón debajo si fracasaban. Todos sabemos que no basta con una buena idea o esforzarse mucho para triunfar. También hace falta suerte. Si hubiese tenido que mantener a mi familia mientras crecía en vez de tener tiempo para programar, si no hubiese sabido que no pasaba nada si Facebook no funcionaba, no estaría aquí. Si somos honestos todos [en Harvard] sabemos cuánta suerte hemos tenido.
Cada generación expande su definición de igualdad. Las anteriores generaciones lucharon por el voto y los derechos civiles. Tuvieron el New Deal y la Great Society. Ahora es nuestro momento de redefinir el contrato social para nuestra generación. Deberíamos tener una sociedad que mida el progreso no sólo en indicadores económicos como el PIB, sino por cuántos de nosotros tienen un papel con sentido. Deberíamos explorar ideas como la renta básica universal para que todo el mundo tuviese un colchón con el que intentar cosas nuevas. Vamos a cambiar tantas veces de trabajo que necesitamos un apoyo a las familias y un sistema de salud que no estén ligados a la empresa para la que trabajamos. Todos vamos a cometer fallos, así que necesitamos una sociedad que deje de estigmatizarnos o encasillarnos. Y según cambie la tecnología necesitamos concentraros más en una educación contínua que dure toda la vida.
Y sí, darle a todo el mundo esa libertad no es gratis. La gente como yo debería pagar por ello. Muchos de vosotros lo haréis, y debéis hacerlo. Por eso Priscilla y yo fundamos la Iniciativa Chan Zuckerberg y dedicamos nuestra riqueza a promover la igualdad de oportunidades. Estos son los valores de nuestra generación. Nuna nos hemos preguntado si íbamos a hacer esto. Sólo el cuando. Los millennials ya son una de las generaciones más solidarias de la historia. En el último años, tres de cada cuatro millennials estadounidenses han donado dinero y siete de cada 10 han participado en algún evento caritativo. También vale con vuestro tiempo. Os juro que si dedicáis una hora o dos a la semana es todo lo que hace falta para echarle una mano a alguien, para ayudarles a alcanzar su potencial. A lo mejor pensáis que es mucho tiempo. Yo también lo hacía.
Cuando Priscilla se graduó de Harvard se hizo maestra y antes de trabajar en educación conmigo, me dijo que [yo] necesitaba dar clases. Me quejé: “Bueno, estoy muy ocupado, dirijo esta compañía”. Pero insistió, así que di un curso (...) [para alumnos en riesgos de exclusión] de secundaria. Les enseñé desarrollo de producto y marketing, y ellos me enseñaron lo que siente cuando te juzgan por tu raza o porque un miembro de tu familia está en la cárcel. Compartí historias con ellos sobre mis años estudiando y compartí con ellos la esperanza de que algún día pudiesen ir a la universidad. Uno de ellos nos dio a Priscilla y a mí nuestro primer baby shower. Y el próximo año van a ir a la universidad. Todos y cada uno de ellos. Los primeros de sus familias en hacerlo.
Todos podemos sacar tiempo para ayudar a alguien. Para darles la libertad de encontrar su propósito. No sólo porque es lo correcto, sino porque cuanta más gente pueda convertir sus sueños en algo grande, mejor será para todos.
El propósito no surge sólo del trabajo. La tercera manera en la que podemos crear ese sentimiento para todos es construyendo una comunidad. Y, cuando nuestra generación dice “para todos” quiere decir “para todo el planeta”. Rápido, a mano alzada: ¿cuántos de aquí sois extranjeros? ¿Y cuántos sois amigos de alguien extranjero? Bien. Hemos crecido conectados. En una encuesta a millennials de todo el mundo sobre qué define nuestra identidad, la respuesta más popular no fue ni nacionalidad, ni religión ni etnia. Fue “ciudadano del mundo”. Eso es genial. Cada generación expande el círculo de lo que consideramos “uno de nosotros”. Para la nuestra, ese círculo incluye ya el mundo entero.
Entendemos que el gran arco de la Historia humana se curva hacia la gente que se une en gran número (de tribus a ciudades a naciones) para conseguir lo que no pueden hacer solos. Sabemos que nuestras grandes oportunidades son hoy globales, que podemos ser la generación que acabe con la pobreza y la enfermedad. Que nuestros grandes retos necesitan grandes respuestas: ningún país puede acabar en solitario con el cambio climático o prevenir una pandemia. El progreso requiere que nos unamos no sólo como ciudades o naciones, pero también como una comunidad global. Pero vivimos tiempos inestables. Hay gente a la que la globalización está dejando atrás. Es difícil preocuparse por las personas de otros países si no nos sentimos bien con nuestras vidas en casa. Hay que presionar también hacia dentro.
Ésta es la lucha de nuestro tiempo. Las fuerzas de la libertad, de la apertura y la comunidad global contra las fuerzas del autoritarismo, el aislacionaismo y el nacionalismo. Las fuerzas a favor del flujo de conocimiento, el comercio y la inmigración contra aquellas que quieren frenarlos. No es una batalla de naciones, es una batalla de ideas. Hay gente en cada país a favor y en contra de la conectividad global. Esto no va a decidirse en las Naciones Unidas. Sino a nivel local, cuando seamos bastantes los que sintamos ese propósito y esa estabilidad en nuestras vidas como para abrirnos y empezar a preocuparnos por todos los demás. La mejor forma de hacerlo es empezar a construir comunidades locales ahora mismo.
Es de ellas de donde sacamos nuestra relevancia. Tanto si son hogares o equipos deportivos o parroquias o grupos de música, las comunidades nos dan esa sensación de formar parte de algo más grande, de que no estamos solos. Nos dan la fuerza para expandir nuestros horizontes.
Por eso es tan grave que en las últimas décadas, los miembros de todo tipo de grupos hayan caído en casi un 25%. Eso es muchísima gente que ahora tiene que buscarle el sentido a las cosas en otra parte. Pero sé que podemos reconstruir nuestras comunidades y crear nuevas porque muchos de vosotros ya lo estáis haciendo. Me presentaron a Agnes Igoye, que se gradúa hoy. ¿Dónde estás, Agnes? Pasó su infancia atravesando zonas de guerra en Uganda, y ahora educa a miles de agentes de la ley para que mantengan las comunidades a salvo. También a Kayla Oakley y Niha Jain, que también se gradúan hoy. Poneos en pie. Kayla y Niha han iniciado una ONG que conecta a la gente que sufre enfermedades con la gente de sus comunidades dispuesta a ayudar.
He conocido a David Razu Aznar, que se gradúa hoy de la Kennedy School today. David, ponte en pie. Es un exconcejal que ha liderado con éxito la batalla para que Ciudad de México sea la primera ciudad latinoamericana en aprobar el matrimonio homosexual. Antes incluso que San Francisco.
Ésta también es mi historio. Un estudiante en un colegio mayor conectando una comunidad cada vez, y que ha seguido con ello hasta que un día pueda conectar a todo el mundo. El cambio empieza de manera local. Incluso los cambios globales empiezan por lo pequeño. Por gente como nosotros. En nuestra generación, la lucha por conectar más, por conseguir nuestras mayores oportunidades, empieza aquí: por vuestra habilidad para construir comunidades y crear un mundo donde cada persona tenga un propósito.
Promoción de 2017, os estáis graduando en un mundo que necesita que le den sentido. Es vuestra tarea. Y estaréis pensado: ¿de verdad puedo hacerlo? ¿Recordáis lo que os dije sobre las clases que di? Un día después de clase les estaba hablando sobre la universidad, y uno de mis mejores alumnos alzó su mano y dijo que no estaba seguro de poder asistir porque es un inmigrante sin papeles. No sabía si le dejarían. El año pasado le llevé a desayunar por su cumpleaños. Quería hacerle un regalo, así que le pregunté y empezó a hablarme de los estudiantes con problemas que veía y dijo, “mira, lo que de verdad querría es un libro sobre justicia social”.
Me quedé de piedra. Es un joven con todos los motivos para ser un cínico. No sabía si el país en el que vivía, al que llama hogar -el único que ha conocido-, le negaría el sueño de ir a la universidad. Pero no se sentía mal por él. Ni siquiera pensaba en él. Tiene una meta más elevada, y va a llevar a la gente hacia ella.
Dice bastante sobre la situación en la que nos encontramos que no pueda ni decir su nombre para no ponerle en peligro [de deportación]. Pero si un alumno de instituto que ni siquiera sabe lo que le depara el futuro puede hacer su parte, entonces también le debemos al mundo hacer la nuestra.
Antes de que salgáis por estas puertas por última vez, sentados en frente de esta iglesia, me acuerdo de una oración, Mi Shebeirach, que entono cada vez que afronto un reto, que le canto a mi hija cada vez que pienso en su futuro cuando la arropo en la cama. Dice: “Que la fuente de tu fuerza, la que bendijo a los que vinieron antes de ti, nos ayude a encontrar el valor para que nuestras vidas se conviertan en bendiciones”.
Espero que encontréis el valor para hacer una bendición de vuestras vidas.
¡Enhorabuena, Promoción del 17! Buena suerte ahí fuera.
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