2016/08/03

Desastre internacional, Juegos Olímpicos de Río de Janeiro

Río de Janeiro

Del optimismo a la desesperanza; Río de Janeiro 2016

Brasilia, Brasil.- A escasos días del inicio de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, y en medio de todas las expectativas que suelen acompañar a los grandes acontecimientos mundiales, vale la pena hacer una pauta para el análisis del entorno olímpico en Brasil.
Más que el simple ejercicio de reflexión, las respuestas nos ayudarán a entender los costos, beneficios, riesgos y oportunidades de sucesos de tal magnitud. De la misma manera, conviene investigar qué ventajas materiales y sociales tangibles deja para las generaciones futuras.
Cuando la ciudad de Río de Janeiro compitió, en 2009, con Madrid, Chicago y Tokio para organizar los Juegos Olímpicos de 2016, el contexto social, económico y político del país era favorable.
Comparado con otros países desarrollados y emergentes, Brasil no había sido tan afectado por la crisis financiera internacional de 2008; el desempleo y la inflación tenían niveles históricamente bajos.
Los dirigentes del país, encabezados por Luiz Inácio Lula da Silva, eran reconocidos en todo el mundo por sus políticas sociales de combate a la pobreza y la desigualdad.
Al igual, el optimismo era generalizado y la prensa nacional e internacional afirmaba que el gigante de América Latina había despertado.
Así lo retrataba, la portada de la revista inglesa The Economist (en su edición de noviembre de 2009), por ejemplo, mostraba el símbolo emblemático de los cariocas, el Cristo Redentor despegando, como si fuera un cohete, del monte del Corcovado con un título muy sugestivo: “Brazil takes off”.
Sin embargo, para agosto de 2016, se vive un ambiente completamente opuesto, la inflación y el desempleo han alcanzado sus niveles máximos en más de una década.
Miles de personas han salido a las calles de varias ciudades para protestar por los precios y la mala calidad de los servicios públicos, así como por los escándalos de corrupción en que se han mezclado miembros del gobierno federal y grandes empresarios.
El índice de aprobación del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, es el más bajo en toda la historia del país: 7.7 por ciento, según los datos de la última encuesta efectuada por la Confederación Nacional del Transporte.
Inmersos en una situación en la que los problemas económicos, la crisis política y la ebullición social prevalecen, muchos brasileños se sienten desesperanzados y sostienen el argumento de que los costos y riesgos de organizar los Juegos Olímpicos superan sus beneficios y oportunidades.
Ninguna ciudad sede de los Juegos Olímpicos ha enfrentado las críticas que Río de Janeiro, que celebró con orgullo el ser la primera sede sudamericana de este evento.
Además, ha aumentado la delincuencia, la amenaza del terrorismo, el virus del zika y aguas contaminadas que ponen en peligro a los atletas de los deportes acuáticos.
Ni Lula, encausado por obstruir una pesquisa por corrupción al gigante petrolero estatal Petrobras, ni su sucesora, Dilma Rousseff, asistirán a la ceremonia de inauguración.
Brasil apostó en grande y el pueblo tendrá que pagar las cuentas. Brasil estaba listo para una transformación, pero entonces entró de repente en una tormenta perfecta de promesas ridículas, mala administración, colapso económico y la venalidad de la clase dirigente, que se embolsó fondos públicos.
Los Juegos costarán cuatro mil 600 millones de dólares, equivalente al 51 por ciento por ciento más que el presupuesto de una ciudad donde el 20 por ciento de los habitantes vive en favelas, los barrios marginales que cuelgan de las colinas.
La otrora promisoria iniciativa de la Unidad de Pacificación de la Policía (UPP) se desmorona ante la falta de fondos, y la violencia de las pandillas se ha intensificado notablemente.

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