Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.
El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente a 4% y más al año, ha avanzado a tropiezos hasta ligeramente por encima de 2%. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.
Todo esto ha convertido a los inversionistas internacionales de entusiastas partidarios del presidente Enrique Peña Nieto y de su programa de reformas energética, fiscal, de las telecomunicaciones, y de los medios de comunicación a críticos quienes se están deshaciendo de sus activos mexicanos.
Sin embargo, los gestores de fondos no son tan negativos como los propios compatriotas del presidente.
La mitad del país piensa que las reformas del gobierno están dañando el país y un 60% dice que la depreciación del peso es culpa del gobierno, según una reciente encuesta de opinión. Como el gobierno ha fracasado en enfrentar de forma efectiva la delincuencia y la corrupción, no es de sorprenderse que nueve de cada diez mexicanos tengan poca o ninguna confianza en los partidos políticos, mientras que seis de cada diez dicen que no están viviendo en una democracia.
En otras palabras, México parece maduro para que surja un candidato contestatario, al estilo de Donald Trump. Éste es el creciente riesgo político identificado por Medley Global Advisors (MGA), un servicio de macro investigación propiedad de Financial Times.
México ya tiene su versión de Trump: Andrés Manuel López Obrador. AMLO, como se le llama, pertenece a la izquierda política en lugar de a la derecha, pero muestra una indiferencia similar hacia las instituciones y las normas, y la misma facilidad para aprovechar las frustraciones de las personas comunes.
A diferencia de Trump al norte de la frontera, AMLO es un político con experiencia, quien finalizó detrás de Peña Nieto en las elecciones de 2012, con un 31% de los votos. La próxima vez podría necesitar incluso menos.
Una de las razones es que las elecciones en México -a diferencia de muchas en los países de América Latina- no tienen una segunda vuelta, por lo que es posible ganar la presidencia con una proporción relativamente baja de votos en la primera ronda. Éste particularmente puede ser el caso en 2018, con al menos cuatro probables candidatos creíbles y una buena probabilidad de que el voto de la derecha se divida entre un candidato oficial del PAN y una candidata no oficial (la esposa del ex presidente Felipe Calderón).
Por supuesto, las encuestas de opinión en este momento tienen que tomarse con cautela. Pero MGA señala que con el partido político de AMLO, Morena, que actualmente cuenta con aproximadamente un 20% y que por lo tanto tiene un empate estadístico con el gobernante PRI, su elección es una posibilidad real.
Para ser justos, no está claro cuánto AMLO cambiaría o podría cambiar -en cuanto a política económica- si llegara a la presidencia. Para empezar, estaría operando sin una mayoría en el congreso, por lo que revertir las reformas estructurales que ya se han aprobado es poco probable, aunque podría obstaculizar el avance de las reformas, por ejemplo, la privatización parcial de Pemex, la compañía nacional de petróleo.
Con el fin de obstruir la elección de AMLO en 2018, es poco probable que el gobierno continúe por el camino actual de ajuste fiscal, pues intenta impulsar el crecimiento en el período previo a las elecciones presidenciales. También va a ser mucho más sensible a la depreciación continua del peso, pues querrá un peso fuerte o estable que anuncie fortaleza económica.
Las implicaciones para los inversionistas son variadas. La incertidumbre política y la volatilidad son evidentemente factores negativos. Una mejora del crecimiento y un peso más fuerte apuntan en la otra dirección. Con un poco de suerte -y un mayor precio del petróleo- se comenzará a percibir finalmente el efecto retardado de las reformas el próximo año y el aumento del crecimiento impulsará al candidato del gobierno (quienquiera que sea finalmente) a la victoria. Pero si se postergan aún más los beneficios de las reformas, los inversionistas tendrán que prestar atención a sus políticas.Por Dan Bogler
Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.
El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente a 4% y más al año, ha avanzado a tropiezos hasta ligeramente por encima de 2%. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.
Todo esto ha convertido a los inversionistas internacionales de entusiastas partidarios del presidente Enrique Peña Nieto y de su programa de reformas energética, fiscal, de las telecomunicaciones, y de los medios de comunicación a críticos quienes se están deshaciendo de sus activos mexicanos.
Sin embargo, los gestores de fondos no son tan negativos como los propios compatriotas del presidente.
La mitad del país piensa que las reformas del gobierno están dañando el país y un 60% dice que la depreciación del peso es culpa del gobierno, según una reciente encuesta de opinión. Como el gobierno ha fracasado en enfrentar de forma efectiva la delincuencia y la corrupción, no es de sorprenderse que nueve de cada diez mexicanos tengan poca o ninguna confianza en los partidos políticos, mientras que seis de cada diez dicen que no están viviendo en una democracia.
En otras palabras, México parece maduro para que surja un candidato contestatario, al estilo de Donald Trump. Éste es el creciente riesgo político identificado por Medley Global Advisors (MGA), un servicio de macro investigación propiedad de Financial Times.
México ya tiene su versión de Trump: Andrés Manuel López Obrador. AMLO, como se le llama, pertenece a la izquierda política en lugar de a la derecha, pero muestra una indiferencia similar hacia las instituciones y las normas, y la misma facilidad para aprovechar las frustraciones de las personas comunes.
A diferencia de Trump al norte de la frontera, AMLO es un político con experiencia, quien finalizó detrás de Peña Nieto en las elecciones de 2012, con un 31% de los votos. La próxima vez podría necesitar incluso menos.
Una de las razones es que las elecciones en México -a diferencia de muchas en los países de América Latina- no tienen una segunda vuelta, por lo que es posible ganar la presidencia con una proporción relativamente baja de votos en la primera ronda. Éste particularmente puede ser el caso en 2018, con al menos cuatro probables candidatos creíbles y una buena probabilidad de que el voto de la derecha se divida entre un candidato oficial del PAN y una candidata no oficial (la esposa del ex presidente Felipe Calderón).
Por supuesto, las encuestas de opinión en este momento tienen que tomarse con cautela. Pero MGA señala que con el partido político de AMLO, Morena, que actualmente cuenta con aproximadamente un 20% y que por lo tanto tiene un empate estadístico con el gobernante PRI, su elección es una posibilidad real.
Para ser justos, no está claro cuánto AMLO cambiaría o podría cambiar -en cuanto a política económica- si llegara a la presidencia. Para empezar, estaría operando sin una mayoría en el congreso, por lo que revertir las reformas estructurales que ya se han aprobado es poco probable, aunque podría obstaculizar el avance de las reformas, por ejemplo, la privatización parcial de Pemex, la compañía nacional de petróleo.
Con el fin de obstruir la elección de AMLO en 2018, es poco probable que el gobierno continúe por el camino actual de ajuste fiscal, pues intenta impulsar el crecimiento en el período previo a las elecciones presidenciales. También va a ser mucho más sensible a la depreciación continua del peso, pues querrá un peso fuerte o estable que anuncie fortaleza económica.
Las implicaciones para los inversionistas son variadas. La incertidumbre política y la volatilidad son evidentemente factores negativos. Una mejora del crecimiento y un peso más fuerte apuntan en la otra dirección. Con un poco de suerte -y un mayor precio del petróleo- se comenzará a percibir finalmente el efecto retardado de las reformas el próximo año y el aumento del crecimiento impulsará al candidato del gobierno (quienquiera que sea finalmente) a la victoria. Pero si se postergan aún más los beneficios de las reformas, los inversionistas tendrán que prestar atención a sus políticas.
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