2015/12/25

Peor diablo conocido que santo por conocer

Somos testigos de la proliferación de nuevos movimientos y proto-partidos que aspiran a competir electoralmente por el ejercicio del poder político.
Académico de la Escuela de Gobierno UAI
En una reciente entrevista, el senador socialista Carlos Montes decretó que en Chile “ya no surgieron partidos que representen tendencias nuevas y soluciones distintas”. Añadió que “podrían haber surgido” en el particular contexto de desprestigio de la clase política tradicional, pero que finalmente no apareció ninguno. Sin embargo, el diagnóstico de Montes es equívoco.
Ya sea en la izquierda, el centro o la derecha, noveles fuerzas se organizan en torno a ciertas coordenadas ideológicas y una narrativa desanclada del eje ochentayocho-céntrico, que suele darles sentido histórico a las coaliciones tradicionales. La lista incluye a los Autonomistas, Revolución Democrática, el Partido Liberal, Ciudadanos, Amplitud, Red Liberal, Evópoli, Republicanos, Construye Sociedad, Todos, entre otros. Es cierto que estos referentes están en una etapa embrionaria, pero no es correcto descartar su potencial aporte. De hecho, los colegas de Montes hacen todo lo posible desde el Congreso para elevar las barreras de entrada a los nuevos actores políticos. Así es fácil condenarlos a la irrelevancia.
¿Por qué es importante darles una oportunidad a estos proto-partidos? No es, evidentemente, porque sean portadores de virtudes morales superiores o de una inteligencia colectiva superlativa. Los que objetan la teoría de la renovación generacional creyendo que ella implica que los jóvenes son mejores que los viejos, construyen un hombre de paja y evaden el fondo del asunto. La política es la política y ninguna generación puede jactarse de hacerla de manera muy distinta a la anterior.
El argumento a favor de los nuevos movimientos es distinto. Por una parte, es notorio que el limitado tiraje a la chimenea de los partidos tradicionales afecta su capacidad de conectarse con el relato histórico de una generación post-transición. La hipótesis que subyace a la emergencia de los nuevos movimientos es que, en general, ellos serían capaces de representar de mejor manera a quienes han vivido una experiencia histórica más o menos similar. Por la otra, porque en los actores políticos emergentes reside una esperanza de regeneración democrática. Es una esperanza vaga y cargada de optimismo, pero al menos propone una salida para rehabilitar la conexión política entre representantes y representados. Que figuras como Giorgio Jackson tengan la positiva evaluación que tienen es un antecedente a favor de esta tesis.
Pero no es un dato aislado. Hace algunas semanas, Cadem publicó una lámina decidora: a mayor conocimiento de los partidos políticos chilenos, peor es la imagen que de ellos tiene la ciudadanía. A su vez, las agrupaciones con la imagen más positiva son lejos las menos conocidas. La pregunta es si acaso es mejor diablo conocido que santo por conocer. Una manera de responder a esa pregunta es atendiendo a las necesidades del escenario político actual: en tiempos de aguda crisis de representatividad de las instituciones políticas tradicionales, no perdemos nada con intentar algo distinto. Por el contrario, no sólo no perdemos nada, sino que además se nos abre una interesante oportunidad. Es imposible asegurar que esa oportunidad será bien aprovechada y las nuevas expresiones políticas contribuirán a revertir el calamitoso estado de las confianzas en Chile. Pero seguir apostando a los mismos no está ayudando mucho tampoco.
Nada de esto invita a ignorar los eventuales problemas de la fragmentación del sistema de partidos y efectos negativos de la alta volatilidad de la oferta política. La institucionalidad debe generar condiciones de dinamismo básico y reconfigurarse cada cierto tiempo de acuerdo a los clivajes históricos más significativos. Invertir en estos movimientos tampoco equivale, obviamente, a renegar de la política y abrazar formas populistas o caudillistas. Se trata justamente de sanar la política con más y no con menos política.
Por todo lo anterior, me sumo al llamado que hiciera Mario Waissbluth: inscríbase en uno de estos movimientos. Firme en la notaria o afíliese en la web. Da lo mismo en cuál. Elija el más cercano, ideológicamente hablando. Pero ponga su granito de arena para dibujar el nuevo mapa político chileno. Préstele ropa a la savia joven que quiere cambiarle a la cara a Chile a través de la herramienta democrática por esencia: el partido. De lo contrario, Montes terminará teniendo razón y los nuevos grupos nunca tendrán la fuerza necesaria para desafiar a los incumbentes. Sería triste, pues en la idea del reemplazo de las organizaciones actuales radica una interesante chance para salir del pozo en el que estamos. •••

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