El presidente de Bethia, uno de los grupos económicos más grandes del país, se define como empresario atípico. Dice que no va a las reuniones sociales de su gremio. Ni comparte sus lugares de veraneo. El prefiere gastar su tiempo libre en su campo del sur, estar con sus caballos, cultivar su personal humor. Todo eso mientras en sus noches de insomnio piensa nuevos negocios.
Antes de irse a la cama, Carlos Heller Solari (51, presidente del grupo Bethia) toma un cuarto de una pastilla para dormir. Pero no le funciona. Antes de las cinco de la mañana está con los ojos abiertos. Toma su iPhone y escribe ideas que se le cruzan por la cabeza. Si el desvelo es mayor, se mete al grupo de whatsapp que tiene con sus más cercanos en el conglomerado y les envía comentarios. Cuando aún no son las 6, les escribe a sus hijos Pedro (24) y Alberto (19): quiere saber cómo amanecieron y les manda el primer beso del día. A veces, el insomnio lo traiciona: se equivoca de receptor y termina mandando besos a algún empresario en su larga lista de contactos. Después tendrá que dar las excusas.
Así comienza el día de quien lidera Bethia, el quinto grupo económico más rico del país, con un patrimonio de US$ 4 mil millones. Carlos Heller hoy está en 14 directorios, tiene participación en 16 empresas de 11 rubros y es el mayor accionista de Azul Azul. Es, sin duda, un hombre de negocios. Aunque, como él mismo lo explicaría después, es un empresario que ha elegido situarse al margen de su tribu.
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Esta mañana de abril Carlos Heller maneja un Land Rover por la Ruta 5 Sur. Va al Haras Don Alberto, que su familia tiene en Los Angeles, VIII Región. En la radio suena música tropical.
Heller fue el primer hombre que nació después de su abuelo, Alberto Solari, en una familia donde por cada 10 mujeres hay un varón. El abuelo tuvo tres hijas, y Carlos es el primogénito de la mayor, Liliana Solari Falabella. Por ser el primer hombre de la familia, todas las fichas estaban puestas en él para seguir el negocio familiar. Pero Heller dice que se dio la vuelta larga antes de llegar donde está. Se negó a estudiar Economía y optó por ser Técnico Agrícola del Inacap, manejó tractores en el campo de su abuelo en Calera de Tango y años después, sin planearlo, siguió con la contra: mientras todos esperaban su ingreso a Falabella, su primer trabajo fue como DJ en Radio Concierto, donde ponía música anglo de los 80.
Ahora, mientras acelera en la carretera, Heller se describe: “No fui rebelde, fui distinto a lo que ellos (su familia) esperaban. No hice lo que ellos querían, quizás por inseguridades, porque pensé que no era capaz de estar en ese mundo, de hacer lo que ellos hacen … Tal vez me pesó no ser ingeniero, pero todos tenemos capacidades distintas. Quizás al no serlo tengo la visión más amplia como empresario. Un olfato, una forma de llegar donde debo llegar”.
Empezó su carrera empresarial vendiendo una máquina de coser en Falabella y se iba con los empleados a tomar café al Haití, hasta que llegó a ser jefe de tienda en Parque Arauco. Luego su tío Juan Cuneo -presidente del directorio de la empresa- le ofreció ser Gerente de Electrodomésticos y Hogar, pero Heller se alejó del retail y se dedicó por completo a la vida en el campo y a los caballos. Llegó un día de mayo de 1987 a Los Angeles. Fijó allí su domicilio y matriculó a sus hijos en el Liceo Alemán. Sin abandonar esta vida rural, en abril de 2002 entró al directorio de Falabella.
Su vida se divide en el que para él es su domicilio, una casa de tejas en el campo, y sus actividades de negocio en Santiago. En Los Angeles vive con su hijo mayor, Pedro, quien es ingeniero agrónomo del Inacap, con especialización en Minessotta, y trabaja en la lechería del fundo familiar. El hijo menor, Alberto, sigue Ingeniería Comercial en Santiago.
En el Haras Don Alberto también viven 700 caballos purasangre, a los que Heller reconoce de lejos y llama por su nombre: Total Impact, Amor de Pobre, Channel Star… Se acerca a ellos y les da terrones de azúcar en la boca. “Come guagua”, les dice. Por el fundo se pasea con 14 perros quiltros y todos los días va a una pieza temperada donde vuelan dos papagayos, 20 canarios y pajaritos de colores. Los siete empleados fijos del campo también viven allí. Con ellos, Heller comparte su pasión por el fútbol. Cada viernes se pone los chuteadores y juegan una pichanga. El empresario fue seleccionado de los Juveniles de la U, y como delantero no tiene problemas en patear canillas por conseguir un gol.
Cuando viaja a Santiago, su mundo es otro. Tiene chofer y un auto con televisor sintonizado en Megavisión, canal que compró a fines de 2011. “En Santiago no tengo tiempo para nada”, dice. Su vida transcurre entre las oficinas de Bethia en el piso 50 del edificio Titanium -del cual es dueño- y las reuniones en las 14 empresas donde forma parte del directorio. Duerme en su casa en Vitacura.
Heller dice que no tiene amigos empresarios, que no suele ir a sus eventos, que le fascinan las vacas y que prefiere veranear en el norte chico, lejos de la X Región o Cachagua donde lo hace la tribu de los millonarios chilenos. Aunque ha viajado por el mundo, Heller asegura que sus mejores viajes son todas las veces que fue a Orlando cuando sus hijos eran pequeños y se lanzó por las montañas rusas de Disney. Reconoce que a ratos es infantil, pero que trabaja en serio, “no soy un niño juntando juguetes. Soy un empresario que ve negocios en todas partes”.
Se queda pensando. Y luego agrega que él se desenvuelve en un mundo donde no se parece a nadie, y que eso poco le importa:
“¿Hay un tipo para ser empresario?... Efectivamente yo no voy a reuniones ni eventos porque prefiero estar en mi tiempo libre en el sur, en los haras, con mis animales, mis hijos, que estar metido con tanta gente. No sé si eso me ha traído problemas con el resto de los empresarios, pero cuando necesitan hablar conmigo tienen que venir a hablarme no más… No creo que haya que regirse por un manual del empresario que diga cómo hay que ser; yo soy distinto y soy buen empresario. Soy un outsider y no me acompleja. No hay empresarios que compartan con el mundo como lo hago yo. Mucha gente me pide que cambie, que sea menos cercano con quienes trabajo, y yo no puedo ser de otra manera. Tengo altibajos de carácter por mi genio, a veces me enojo mucho, pero sé pedir disculpas, como también me toca ser muy duro. Soy exigente, no me gusta que las cosas queden bien, sino perfectas”.
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Liliana Solari, la madre, tiene siempre la última palabra. Es la mujer fuerte y propietaria de Bethia, pero en la práctica es Carlos quien la convence para dar el visto bueno a los negocios. Pocas veces le dice mamá, prefiere llamarla Lily. “La Lily es esquiva en los directorios, y no le gusta que le insistan mucho, hay que ir de a poco con ella”, dice el hijo, quien sabe que no hay mejor minuto para eso que cuando sus caballos ganan medallas. Así consiguió el vamos para comprar las acciones de Lan, Megavisión y el primer purasangre de competencia.
Cuando uno de sus caballos pierde, la madre se pone de pésimo humor. Liliana, cuando la salud no la traiciona, va al Club Hípico a ver las carreras. Los caballos siempre fueron su obsesión. Cuenta: “Desde chica me gustaron. A mí papá no le interesaban. Un día fuimos a Pucón, yo tenía ocho años, y vi un caballo amarrado. Me lo robé. Mi mamá me vio galopando sin montura, las trenzas me saltaban. Ahí dijo que mejor lo hiciéramos por la buena”. Así llegó el primer potro al campo de la familia en Calera de Tango.
Carlos Heller heredó esa pasión de su madre. Hoy es presidente del Club Hípico. Pero como es hiperquinético, y a cargo de un grupo con inversiones en empresas tan distintas, aprendió a dividir su cabeza entre las carreras de caballos, el retail, una clínica, el transporte, los aviones, los barcos, el campo, el fútbol y la televisión, por nombrar sólo algunos. Cuando tiene tiempo libre, dice, sigue su olfato y se tienta con nuevos rubros.
Pasó el 2010 con Lan. Los ingenieros de Bethia le decían que desistiera, porque no era conveniente, pero él estaba empecinado. Su madre estaba por partir a competir a Dubai con su potro estrella. Antes de irse al aeropuerto, le permitió a regañadientes adquirir el 6% de las acciones de la aerolínea. Su hijo la llamó un día más tarde para felicitarla: “Lily, eres la dueña del 8% de Lan”. Heller cuenta que le llegó un reto. Pero en menos de tres meses, el precio de las acciones se duplicó.
No pocas veces, Heller ha pensado que nuevas inversiones podrían ser un remedio contra su insomnio. Hace poco más de un año, por ejemplo, decía que si entraba al mundo de la minería y la salud podría dormir bien. Eran los rubros que le faltaban. Así, el 2012 sumó Colmena y la Clínica Las Condes a sus negocios. El Caco, como le dicen en su familia, estaba seguro de que entonces sí conciliaría el sueño. Se equivocó. “Mientras más tienes -asegura-, más preocupaciones y duermes peor”.
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Esta mañana camina por el campo de Los Angeles vestido con ropa comprada en Falabella: pantalón de cotelé y camisa a cuadros. Como todas las semanas, aterrizó en su avión en el aeropuerto de la ciudad. Para esa y otras actividades cotidianas, aplica la premisa de su abuelo Alberto: “Dime el hombre a cargo y te acepto el negocio”. O, lo que es lo mismo, que hay cosas que uno debe dejar en manos de los expertos. Por eso él tiene un piloto que maneja su avión y su helicóptero. Años atrás, intentó sacar carnet de vuelo, pero lo obligaban a bajar de peso. El se negó a seguir una dieta.
El campo por el que hoy camina comenzó con dos hectáreas que Liliana Solari compró en 1987. Hoy tienen 10 mil hectáreas y funciona allí una oficina de Bethia, el haras y una lechería que Heller asegura es la más grande y sustentable de Sudamérica. Nada se pierde: las vacas se ordeñan cada ocho horas, la leche se vende, los purines de las vacas pasan a un biodigestor que la transforma en gas metano y éste, cuando pasa por un generador, se quema y transforma en energía eléctrica que también venden. Lo que sobra se convierte en fertilizante. Esta mañana se echa a andar por primera vez esa máquina que da luz a 3.500 hogares. De puro contento, Heller invita a los empleados a almorzar carne a las brasas.
En Los Angeles todos conocen a “Don Carlos”. Desde la cajera del peaje hasta los garzones del restaurante. El cree que por eso varias veces le han pedido que entre a la política. Pero sólo imaginar que va a estar en la reunión de un partido en vez del estadio, lo hace desistir. “Este año me han perseguido para entrar en política y no quiero. Para financiar campañas siempre piden de todo, pero yo nunca he financiado una, no me gustan. Yo acá en Los Angeles voto por las personas; para concejal y alcalde he votado cruzado y he ayudado a personas de todos los partidos”.
Aunque no se mete en política, tiene convicciones claras: vota por personas que den libertad para trabajar, que no tengan odiosidad hacia los empresarios ni consignas como “educación gratuita para todos”, que encuentra cliché. “¿Quién se hace cargo de esa educación gratis? Creo más bien en educación gratuita para los que no tienen recursos y son talentosos”, dice.
Es hora de descanso en el campo, y en una sala contigua a la lechería los empleados toman café y ven televisión. Heller se sirve su segundo “Nescafé tradición” del día. Entra a la sala y se queda mirando la pantalla.
-¡Están viendo TVN los traidores!
Los empleados toman el control remoto y cambian a Megavisión.
-“Es que jefe… ¿Por qué no dan Buenos Días a Todos en el Mega?”
Heller se ríe a carcajadas. Megavisión es el último negocio al que entró para pasarlo bien. Un canal que él dice se compró como revancha, porque “quedamos fuera de la venta de Chilevisión”. Hoy tiene el rating en el teléfono. El canal es el cuarto en sintonía.
Cuando un lunes a las 9 de la mañana Heller hace un recorrido por Mega, su estilo distendido no logra quitar formalidad al ambiente. El saca un café de máquina, toma desayuno y camina por el casino, el matinal, las salas de dirección. Al final pasa a saludar al área de prensa. Los periodistas y técnicos se levantan y permanecen parados, como alumnos a punto de cantar el Himno Nacional.
Su plan para el canal, explica, es abrirlo a contenidos que en la administración Claro habrían sido imposibles, como Ojo con clase, programa importado en el que cuatro gays asesoran a un heterosexual. También quiere incorporar más deporte, documentales y fortalecer un área de noticias que se vio en el ojo del huracán tras la salida de su director, Pablo Badilla. De esto no habla directamente, pero tampoco hace el quite: “El área de prensa me preocupa. Es lo que define a un canal. No me gusta meterme en las decisiones ni vetar programas, pero sí me gusta tener una línea y que nos respetemos entre todos. Es un hobbie dentro de mis empresas, porque me gustan las comunicaciones. No llegué al Mega a llenarme de plata, sabía que me iba a llenar de problemas”.
Siente como un triunfo personal el éxito de la serie El patrón del mal. Cuando en la reunión de directorio se planteó la idea de transmitirla, la mitad de los asistentes no estaba de acuerdo. Decían que en Chile las series extranjeras no captan grandes audiencias. Pero Heller fundamentó que “Pablo Escobar es un personaje universal y transversal”. La serie promedió 18 puntos en horario prime e incorporó una audiencia ABC1, históricamente esquiva a Mega. Heller lo vivió en carne propia. Este verano en Las Tacas, donde va hace 20 años, escuchó a dos mujeres conversar de la serie. “Personas estirás que en su vida habían visto Mega hablaban del Patrón del mal”, dice.
Ahora, en medio de su almuerzo en Los Angeles, vibra su iPhone. Es un correo de La Moneda. Por primera vez lo invitan a comer a la casa del Presidente Piñera, en una cena en honor al ex mandatario colombiano César Gaviria. Heller repasa su agenda. Dice que ese día quería estar en Los Angeles, que juega la “U” y el Iberia -el club local que lo apasiona-, pero asegura que “tengo que ir no más”. Cree que lo invitaron debido al impacto de la serie de Mega. Días después, en la comida, Heller y Gaviria hablarían de política y de teleseries.
La serie lo ha impactado profundo. Dos días antes, en el balcón del Club Hípico, Heller conversaba con su mamá. El le pidió algo, ella se negó. El la abrazó por la cintura y le habló sobre el hombro, en el tono colombiano de Escobar: “Acepta o te matamos a tu papá, a tu mamá, a tus hermanitos, y si tu abuela está muerta te la desentierro y la vuelvo a matar”. Su madre lo miró seria y en el mismo acento le respondió: “Si a alguien respetaba ese hombre (Escobar) era a su madre”. Heller, como niño sorprendido en falta, quedó en silencio.
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Heller imita voces. Cada vez que cuenta una historia clona la voz ronca de su madre, el hablar a susurros de Juan Cuneo o al mismo Piñera cuando éste maneja su helicóptero. También se imita a sí mismo.
Ahora imita su voz cuando está enojado. Habla fuerte y lanza garabatos. Como lo hizo en el estadio de Los Angeles en 2011. El club Iberia jugaba el campeonato para pasar a segunda división. Un árbitro le cobró mal. Entonces Heller tuvo una explosión de pasión futbolera: fue al camarín e insultó al réferi. Llegaron los carabineros. Heller, con su sensibilidad de hincha herido, le dijo: “Pero te vai a quedar solo hueón y te voy a sacar la...”. Por suerte, la promesa de combos nunca se cumplió. La rabia le dura poco, dice él. Una situación similar le ocurrió en una reunión de directorio de Azul Azul, pero dice que eso ya es pasado y que ahora es amigo de todos. Hoy se sienta en el estadio con los otros directores.
Pero hay cosas que prefiere hacer solo. Como cuando va al Club Hípico y sus caballos compiten. Mientras sus cercanos ven las carreras desde la mesa principal del 5° piso, con vista a la pista, Heller se va al balcón y pone una silla pegada al televisor. Allí se sienta, alejado de todos. No importa si gana o pierde, él jamás alza la voz. Algo parecido a lo que ocurre en las reuniones empresariales, donde dice que “escucho más de lo que hablo”.
Aunque a veces se desordena.
En reuniones de directorio de una de las empresas en que participa, cuando un director se alarga hablando, Heller toma su celular y lo llama con remitente desconocido. El aludido responde. “Dice: aló, aló”, cuenta Heller, quien enseguida corta. Segundos después marca de nuevo. El teléfono suena otra vez y entonces el director, desconcertado, se apura en termirar su exposición.
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Heller siempre habla de la familia Solari Falabella, pero pocas veces de los Heller. Ahora lo hace. De su padre, Agustín Heller , ex presidente de la “U”, dice que sacó lo bueno para pasarlo bien, la capacidad de contar chistes y el amor por el fútbol. Después que sus padres se separaron, estuvieron distanciados mucho tiempo, porque Agustín se casó con una mujer que su hijo quería poco. Hoy ya no hay enojos. Pero su padre no se entera.
Hace 10 años Agustín Heller está postrado en cama, con los músculos gastados y la memoria borrada por el Alzheimer. En estos años la única vez que Carlos cree que su padre recordó fue cuando lo llevó en silla de ruedas al Nacional y lo sentó en el camarín de la “U”. Los jugadores se acercaron a saludarlo. Su padre abrió bien los ojos.
Heller le prometió que sería presidente de la Universidad de Chile. Pero en 2007, cuando compró casi el 25% de Azul Azul, los hinchas levantaron un cartel que decía “no queremos a Falabella en la U”. Pintaron la tienda del centro en señal de reclamo y al Club Hípico llegaron a funarlo. En abril de 2012, cuando quiso ser el máximo dirigente del equipo, primó el bien de la empresa familiar: Heller, que competía con José Yuraszeck, dio un paso al costado. “Le prometí a mi papá que seré presidente de la ´U´ y se lo debo… voy a cumplirle... Quizás él está esperando eso para partir”.
Para Heller, esa es la única deuda que carga sobre sus hombros. Quizás, lo único que le falta para dormir tranquilo.
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