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Pagar dos o tres veces
El desconocimiento es enorme, pese a que los precios de algunos créditos son más elevados, como consecuencia del riesgo implícito en el deudor. En promedio los créditos con tarjeta van desde el 12% anual hasta el 50%, dependiendo del emisor. Con ello, las empresas pretenden cubrirse las espaldas frente a posibles impagos. El problema es que a veces la gente no sabe que un crédito al 2% en 48 cuotas, equivale a pagar dos veces el monto inicial.
“Las tarjetas de casas comerciales, que usualmente son más caras en términos de tasa de interés, poseen una cartera más grande que las tarjetas de crédito bancarias. Entonces, una tenencia de deuda aparentemente moderada puede dar lugar a cuotas que son muy difíciles de pagar en la práctica. Una regla común en el sector es que las cuotas de todas las deudas de un hogar no deberían superar el 30% o 35% de sus ingresos”, apunta Sánchez.
Pero en el retail retrucan que estos créditos desempeñan un papel muy importante en la economía y para la formalización financiera de la gente de menores recursos. “Al ser de montos bajos y de un peligro de no pago más alto, es lógico que tengan un interés alto”, afirman en la industria.
“Ha sido un cambio muy rápido, y la cultura financiera de muchos consumidores chilenos no está preparada para esas campañas agresivas que les dirigen desde todos lados”, reconocen en la división de consumo de un banco.
Sin embargo en el retail están conscientes de que todo este cuestionamiento va a obligar a modificar pautas. Prácticas como otorgar créditos a jóvenes universitarios que no generan ingresos o abrir cupos con apenas el RUT debieran cesar.
El chileno paga, aunque sea tarde
No obstante, la valoración de la economía familiar de los consumidores no es tan negativa. El economista Rafael Garay añade que éstos son bastante más racionales de lo que se cree y que “en general el chileno es buen pagador, en especial las mujeres, que son ordenadas y responsables”.
Según diversas fuentes consultadas, el chileno promedio está al día. Se endeuda eso sí para poder llegar a fin de mes, pero paga sus cuentas. Lo sucedido en La Polar, en que la gente dejó de cumplir sus obligaciones, es sólo el resultado de un abultamiento de la cartera de morosos que fue maquillado mediante renegociaciones unilaterales. Pero eso es jugar fuera de las reglas.
“La población mantiene un buen nivel de cultura crediticia, especialmente en los niveles de ingresos socioeconómicos medios y bajos”, añade Nelson Jofré, gerente general de la cooperativa Oriencoop.
Según cifras de la banca, el riesgo de no pago fluctúa entre 5% y 8% de los créditos de consumo, mientras que en el comercio la tasa sube a 15% y 20%. Claro que si se miran los préstamos que acumulan 90 días sin pagar, se concluye en que son menos del 4% de la cartera. “Es una cifra muy positiva. A nivel de la industria financiera regulada, se puede ir midiendo esta tendencia, y las cifras publicadas muestran que en el 80% de las colocaciones de consumo la banca ha mantenido y luego disminuido su riesgo en estos dos últimos años, mientras que en el 20% restante el riesgo subió 2% el 2009 pero se ha mantenido en en 2010”, reafirman en el sistema financiero.
Repactar o embargar
En Chile, si una persona no cumple con sus pagos en un máximo de 180 días entra en los ficheros de morosos de Dicom, donde se estima que ya está el 10% de los hogares nacionales. “Dado que caer en mora y tener un registro negativo en Dicom es muy perjudicial, es lógico pensar que quienes incurren en impago lo hagan porque simplemente no les alcanzan sus ingresos. Esto ha obligado a un aumento de atrasos y repactaciones, pero la conducta de muchos hogares sigue siendo ejemplar en cuanto al pago de deudas”, advierte Sánchez.
En las repactaciones, tanto en la banca como en el retail, se impone la lógica del cese de cualquier crédito y los clientes sólo pueden volver a endeudarse tras haber cancelado todo el compromiso. A eso se suma que no saldar las deudas dificulta que la persona acceda a un nuevo trabajo y créditos en el futuro. Y que para salir de Dicom hay que esperar cinco años, que es el plazo en que se borran los deudores morosos del registro.
Pero si se niegan a pagar sus obligaciones las salidas no son muchas. En Chile, a diferencia de EEUU, no existe la quiebra para los hogares. Los estadounidense pueden, al igual que una empresa, declararse en bancarrota, lo que significa que deben entregar sus activos para que se repartan entre sus acreedores. Después de eso quedan sin deudas. Aquí, en cambio opera el embargo. Cuando una persona no paga, le llega una carta judicial en que le indican que si no se acerca a regularizar su situación, ya sea al banco o a la casa comercial, irán a su casa a quitarle sus bienes. A través de ese mecanismo de presión, son varios los que llegan a acuerdo individuales y pactan con sus acreedores para pagar aunque sea una parte de sus obligaciones.
El “apriete” de los bancos |
Las llamadas comenzaron el mismo jueves 9 de junio pasado, apenas se destaparon los problemas financieros de La Polar. Desde primeras horas de la mañana, la banca, que en esa firma mantiene una exposición de 300 millones de dólares, empezó a inquirir entre sus clientes del retail, cajas de compensación y cooperativas acerca de la calidad de su cartera crediticia.
Preguntaron por el comportamiento de los clientes, los índices de riesgo, el monto de las morosidades y la capacidad de las mismas empresas para responder en caso de impagos. A algunos retailers más pequeños, incluso, les exigieron informes completos acerca de su situación financiera como condición previa para otorgar nuevos financiamientos. “Hubo una sensación, sobre todo de los bancos más grandes, de que lo de La Polar podría ser la punta del iceberg de un problema mayor y esa semana estuvieron muy duros hasta saber con certeza qué estaba pasando”, revela el director de una cadena mediana de retail.
En paralelo, el martes 21 la superintendenta de Seguridad Social, María José Zaldívar, instruyó una fiscalización extraordinaria en las cincocajas de compensación para corroborar en terreno la inexistencia de repactaciones unilaterales.
El “apriete” como lo denominaron varios ejecutivos del sector, fue más largo de lo esperado. Recién a contar del lunes 20 los bancos empezaron a soltar la mano. Reabrieron la llave con cuidado tras varios días de recopilación de información en y espera de instrucciones por parte de la Superintendencia de Bancos.
Lo que buscaban determinar –con el mayor grado de certeza posible– era el nivel de exposición del sistema financiero a eventuales nuevas sorpresas como la de La Polar.
Ese fue –ente otros- el objetivo de las visitas que funcionarios de las superintendencias de Bancos y Valores hicieron a las casas matrices de todos los retailers, en un plan general de fiscalización a toda la industria que partió el lunes 20. Le exigieron a las firmas del sector que dispusieran de equipos especiales de profesionales para atender a sus requerimientos de información.
Además, la Super de Bancos ofició a todos sus regulados con acreencias en La Polar para que informaran sobre el efecto de estas deudas en sus carteras y los planes de cobro. El regulador buscaba determinar el posible efecto de un no pago, mientras la banca sostenía varias reuniones para definir en conjunto el plan de acción para recuperar los 300 millones de dólares.
Apenas se nominó al nuevo presidente de la firma, César Barros, se comunicaron con éste para “empezar a conversar” y –según relatan en el sector– tras los primeros intercambios, las AFP y algunos de los fondos de inversión más renuentes a apoyar el rescate de La Polar aceptaron la propuesta de aprobar un aumento de capital por 200 millones de dólares. Y así lo hicieron el miércoles 22 en la junta de accionistas.
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Juicio al retail
¿En cuántas cuotas?La industria del retail sigue de cerca los coletazos del caso La Polar. Su negocio de crédito financiero aparece ahora amenazado por esas huestes políticas que reclaman mayor regulación y fiscalización sobre una actividad que explica alrededor del al 20% de las ventas de algunas multitiendas. ¿Se termina un modelo? Por Catalina Allendes E.
En Chile existen 5,4 millones de tarjetas de crédito de casas comerciales activas –o sea, que registran transacciones entre enero y marzo de este año– pero son más de 15 millones las que están emitidas y vigentes. Se trata de una de las formas de crédito más populares entre la población: representan el 77% de todas las tarjetas que deambulan por el mercado.
Los números hablan por sí solos. Por eso es que hoy, escándalo La Polar de por medio, estos plásticos y su tremenda presencia en la billetera nacional están en tela de juicio.
El negocio del crédito de las casas comerciales se conoce técnicamente como retail financiero. Se trata de una actividad complementaria a la tradicional venta de ropa, refrigeradores, estufas o alfombras pero que, de un tiempo a esta parte, se ha convertido en un eje clave del comercio local y de su expansión por América latina.
Según cálculos de la industria, representa en promedio un 35% de los ingresos totales de las casas comerciales. Aunque todo depende del tamaño. En el caso de las multitiendas más pequeñas esa participación puede llegar al 50%.
Su crecimiento ha sido vertiginoso y ha permitido la entrada al sistema de crédito de personas que, por sus niveles de riesgo, no alcanzan a ingresar al sistema bancario tradicional. Y aunque tanto analistas del retail como ejecutivos de la industria se apresuran en advertir que el caso La Polar es un hecho aislado –que no debería extrapolarse al resto de las casas comerciales–, en algunos niveles subsiste la impresión de que la normativa aún no parece acorde a las dimensiones alcanzadas por el negocio.
Vertiginoso avance
Vamos al comienzo. Fue en 1980 cuando el entonces flamante ejecutivo de Falabella Juan Cúneo decidió profesionalizar el arraigado sistema de “fiado” que existía en los almacenes de barrio, convirtiendo la tradicional libreta de deuda del pequeño comercio en un sofisticado sistema que llamó Crédito MultiRotativo (hoy, CMR, la mayor emisora del sistema, con 1,8 millón de tarjetas activas).
Revolucionó el mercado, claro está. Cambió el concepto. Gracias al pago de una cuota fija, ya no había que esperar para comprar. Tímidamente, los chilenos comenzaron a trasladar sus sueños de consumo futuro al presente.
Le siguieron rápidamente Paris y Ripley, en ese orden, y así cada una de las casas comerciales del país, penetrando incluso –años después– en el área de alimentos con el debut de las tarjetas de los supermercados. “Hoy no hay otra forma de competir”, admiten los entendidos.
Para tener una idea, según información oficial de Cencosud –el holding de Horst Paulmann que consolida Paris, Jumbo, Santa Isabel e Easy– el 55% de las ventas de Paris se concretaron vía su tarjeta. En este conglomerado, el retail financiero representa el 10% de los ingresos, considerando las ventas en supermercados y mejoramiento del hogar, en el que el uso de la tarjeta suele ser menor. En Falabella y Ripley ronda el 20%.
No existen estándares mundiales para mirar esta industria, pero el investigador del Centro de Estudios del Retail del departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, Máximo Bosch, asegura que cuando un retailer reporta que sus ingresos por servicios financieros superan el 20% del total, “empezaría a dudar de sus capacidades, pues estaría cambiando su negocio y no hay ninguna razón para pensar que va a ser mejor que los bancos en prestar dinero”.
¿Cuánto tienen de “prestamistas” y cuánto de comercio? Esa es precisamente una de las dudas que surgen en el mercado. “Es difícil ver que un retailer convierta este servicio en el centro de su negocio. En La Polar sucedió así porque estábamos en presencia de un ardid, pero como tal era insostenible en el tiempo. La gran gracia del retail financiero fue haberse dado cuenta de que la gente no quiere un crédito, sino un refrigerador con facilidades de pago. Cuando un retailer empieza a diferenciarse porque da más facilidades de pago en lugar de tener los refrigeradores a la mejor relación precio/valor, se empieza a desnaturalizar el negocio”, agrega Bosch.
Un gerente de una de las principales multitiendas del país lo pone de esta forma: “La Polar tenía clientes que le debían el equivalente a tres años de sus ventas. Eso no es sostenible en ninguna parte. Lo razonable es que el nivel de deuda de los consumidores no sobrepase un año de ventas, que es el rango máximo en que estamos los principales retailers del país”. Otro ejecutivo del sector dice que las deudas no pueden superar los 8 meses de ventas.
Ello supone, entonces, que el problema no radica en prestar, aunque sea a clientes de mayor riesgo, sino en los sistemas de provisión de incobrables. Advierten los expertos que, en el caso de los deudores de los segmentos socioeconómicos C3 y D, el porcentaje de morosidad suele estar algo por debajo del 15%, pero que en general se trata de clientes que pagan. Y muchas casas comerciales aplican criterios de castigo de deuda similares a los de la banca, por ejemplo, 180 días antes de provisionar el 100% del monto impago (con castigos paulatinos durante este lapso). En Falabella, Paris y Ripley la deuda promedio de sus tarjetahabientes oscila entre 330 mil y 420 mil pesos. En La Polar, la cifra se empinaba a 1,5 millón de pesos.
“Desde el punto de vista de la industria, damos plenas garantías de las buenas prácticas del sistema, las que esperamos sean ratificadas por la autoridad en breve, para recuperar las confianzas”, advierte Claudio Ortiz, gerente general del Comité Retail, gremio que reúne a Falabella, Paris, Ripley, Presto, Hites, ABC Din y que también tiene entre sus miembros a La Polar.
Cómo funciona
El modelo de la “siembra”
En la industria del retail hablan de “modelo de siembra” para graficar su modus operandis. ¿En qué consiste? En que, a riesgo de asumir pérdidas, prácticamente cualquier chileno tiene acceso a un pequeño cupo de endeudamiento. El que puede elevarse en varias veces su sueldo si su comportamiento de pago es el adecuado. Y como en Chile históricamente la morosidad ha sido baja, la industria no ha parado de crecer. Hoy la morosidad es de 8%.
“Este modelo ha permitido ir creciendo sostenidamente porque, además, el retail tiene la ventaja de que los clientes visitan al menos una o dos veces al mes las tiendas comerciales”, admite un gerente.
Con la “siembra”, por lo demás, es que el retail apostó “o descubrió”, como lo describe mejor un ejecutivo de la industria, nuevas capas sociales que comenzaron a ser objeto de crédito y que hasta entonces estaban fuera del sistema financiero ofrecido por la banca. Un aporte a la bancarización de los chilenos, dicen desde el retail. Lo que, sin lugar a dudas, añaden, ha contribuido a mejorar la calidad de vida de los habitantes.
“Se trata de una de las industrias que más han ayudado a cambiar la cara de este país”, comenta Claudio Ortiz. “Ha ampliado significativamente las posibilidades de bienestar de grandes sectores de la población. Por eso, en general, los chilenos son cumplidores de sus obligaciones. Valoran el servicio”, admite Máximo Bosch.
Las otras alertas
Pero no todo ha sido miel sobre hojuelas. Aunque no al nivel de La Polar, el modelo ha traído varios dolores de cabeza al sistema. Ha sido responsable de quiebras y conflictos entre socios, precisamente por el nivel de riesgo de las carteras de crédito que asumen.
“Este modelo de prestar pequeñas cantidades a gran cantidad de gente, es eficiente o sostenible si y solo si hay responsabilidad con el riesgo asociado”, advierte un ejecutivo del sector. Hoy las grandes tiendas –las de mayor tamaño al menos– se rigen por normas internacionales, con un adecuado spread en función del riesgo.
De hecho, cada multitienda tiene su propia política de castigo para créditos morosos, dependiendo del riesgo de su cartera; pero al menos las tres más grandes actúan con estándar bancario: a los 180 días de morosidad la deuda se asume como incobrable.
Todo esto, tras la crisis subprime de Estados Unidos en 2008, cuando las ventas cayeron y la morosidad del sistema se elevó a 13%. “Ahí decidimos que teníamos que trabajar con estándares muy conservadores para poder enfrentar sin riesgo cualquier escenario económico adverso”, reconoce el gerente de una casa comercial.
Mediática fue la pugna, por ejemplo, entre Nicolás Ibáñez y Walmart, por culpa de las provisiones. A poco andar de la llegada de Walmart a D&S, el gigante estadonidense comenzó a mirar de manera bastante más estricta la cartera de clientes de Presto, la tarjeta del supermercado creado por la familia Ibáñez. Llegó a provisionar una cantidad bastante más significativa que la que acostumbraba D&S, lo que generó una tremenda pelea por el nuevo balance de la compañía que afectó las ganancias.
Johnson’s, la cadena comercial de Marcelo Calderón Crispi, también sufrió los embates de los incobrables. “Con los ojos puestos en el supuesto éxito de La Polar y la competencia extrema que teníamos con ellos en el mercado, nos excedimos en otorgar créditos incobrables”, confiesa un ex ejecutivo de la compañía. Por eso es que, entre otras razones de mercado, estuvieron al borde de la quiebra y hoy operan gracias a un acuerdo con los bancos acreedores, desprendiéndose de activos y operando con un mínimo de tiendas.
Antes, la historia de quiebras en este rubro la lideraron Equs (Juan Carlos Délano), Shopping Group (de la familia Casado) y Los Gobelinos (Severino García).
Lo que viene
En la industria creen que es temprano para hablar de los cambios legales y de normativas que puedan venir a raíz del escándalo La Polar, pero tienen claro que vendrán. “Vamos a terminar con mayor fiscalización, eso está claro. Seguramente, algún tipo de endurecimiento en las normas de control interno y homologar algunas regulaciones de control con la banca”, admite un ejecutivo del sector. Situación a la que, en todo caso, no le temen pues, en general –dice– ya se trabaja con altos estándares.
“El punto es –sostiene otro importante actor de la industria–, si el gobierno comienza a regular las tasas y le da fuerza al proyecto de ley de consolidación de deudas, puede ser que los segmentos más bajos se queden sin acceso al crédito”. Cabe añadir que la consolidación de deudas, si bien podría haber entregado algún grado mayor de fiscalización sobre las cifras, no habría necesariamente evitado la crisis de La Polar.
El gran temor de la industria del retail es que dicho proyecto, que consolida la historia de deuda de sus clientes y su comportamiento de pago, los deje sin los mejores clientes
Las confianzas rotas
La caída de La Polar pegó donde más duele. Justo cuando Chile comenzaba a regocijarse del crecimiento económico y del gran devenir de sus empresas e instituciones, el escándalo dejó en el aire un aroma rancio, cargado de decepción e incertidumbre. Más allá del desplome bursátil y de la exhaustiva revisión de los procesos de crédito de las demás multitiendas, la pérdida de confianza queda rondando en el ambiente. Tres expertos analizan el tema.
¿Tú también, Brutus?
Por Nicolás Majluf
Profesor, departamento de Ingeniería Industrial y de Sistemas,
Escuela de Ingeniería UC La traición es aún más perjudicial que el desaliento
Gilles Le Cardinal y otros, La dinámica de la confianza
Ediciones Desafío, 1998
El movimiento de “los indignados” ganó nuevos adeptos en Chile con el caso de La Polar.
Están indignados los clientes, porque se les renegociaron sus deudas sin su consentimiento, agregando intereses y multas abultados, y llegó un momento en que ya no pudieron seguir pagando... y no pasaba mucho. En una de éstas, el “llegar y llevar” de La Polar era cierto.
Están indignados los accionistas (y la verdad es que muy indignados), porque recién ahora se dan cuenta de que las magníficas utilidades de la tienda por departamentos eran una ficción y nadie lo dijo. Era el secreto mejor guardado.
Están indignados los parlamentarios, porque consideran que esto ocurre porque las autoridades regulatorias no hicieron bien su trabajo, y han vociferado su malestar con braveza por los medios, porque es importante que todos nos enteremos que ellos están indignados. La política tiene códigos que un incidente como el de La Polar no va a cambiar, por muy importante que éste sea. Ciertamente están indignadas las autoridades de gobierno y lo han hecho saber con claridad, porque no vaya a ser que alguien piense que hay tolerancia por conductas que pueden ser constitutivas de delito. Además que con los estudiantes, la rebelión de la UDI, Hidroaysén y otros mil temas, ya tienen el plato lleno.
Y esa masa amorfa en la que todos nos fundimos y que se esconde tras la opinión pública también está indignada, porque esa desconfianza patológica nuestra surge como un torrente. Algunos piensan “seguro que hay gato encerrado”, mientras tratarotros comentan con un tinte más cargado que “son los mismos aprovechadores de siempre que abusan del pueblo”.
Yo no estoy indignado, pero sí estoy consternado. Porque el funcionamiento de la sociedad y de nuestras instituciones no se basa sólo en los códigos escritos y en las leyes, sino también en los acuerdos implícitos y en el afecto. Cuando nos relacionamos con otras personas por cuestiones puramente sociales o por una transacción comercial, estamos depositando nuestra confianza.
Confiamos cuando alguien nos extiende un crédito y nos dice que nos va a tratar en forma justa. También confiamos cuando todo un sistema de administración y auditoría nos asegura que la información que nos entregan es fidedigna y refleja fielmente la situación de la empresa. Confiamos en que las autoridades regulatorias son diligentes en el ejercicio de su responsabilidad. Y ciertamente confiamos en que autoridades de gobierno y parlamentarios son guardianes implacables del bien común.
La confianza se encuentra en el centro de nuestra vida en sociedad. Pero, como reza el dicho popular, en la confianza está el peligro. Porque la confianza es una verdadera apuesta. Se basa en el supuesto de que existe una responsabilidad individual que mueve a las personas a cumplir y respetar las promesas y compromisos que han asumido frente a otros. No obstante, como en cualquier apuesta, existen posibilidades de perder. Cuando hay confianza, hay riesgo. Se supone que la otra parte va a cumplir de acuerdo a lo que esperamos de ella y que no nos va a defraudar, pero esto no siempre es así.
La confianza tiene una base racional, porque uno confía en otra persona cuando la considera competente o cumplidora, por ejemplo. Pero también confía porque le tiene afecto, porque son muchas las jornadas que han pasado juntos. Ya no es la razón la relevante, sino el cariño. Y cuando se está en esta etapa de la relación, no hay nada más demoledor que la traición.
Aunque el mundo de los negocios no se caracteriza necesariamente por el afecto, sí requiere de la confianza para funcionar. Y en este caso de La Polar se traicionó la confianza. Y frente a la traición, el dolor y la rabia parecen ir de la mano. Pero si sólo nos quedamos con estas emociones básicas, habremos desaprovechado una oportunidad de volver a levantarnos, aprender de los errores y ser mañana un poco mejores que hoy. No extra-Polar
Por Rolf Lüders
Profesor, Instituto de Economía. PUC
Desde 1982 que el sistema económico social chileno no era tan cuestionado como ahora, a pesar de su éxito. Éste último se puede juzgar por el nivel del PIB per cápita alcanzado, por los empleos generados y por la reducción en la pobreza, entre otros indicadores. Sin embargo, hay casos emblemáticos que avalan dicho cuestionamiento, como el precio del gas en Punta Arenas, el efecto ecológico de HidroAysén, el financiamiento y la estructura del sistema educacional, la “enfermedad holandesa” y sus efectos sobre el sector agrario y quizás, incluso, el implícito en la carta de los diputados de la UDI al presidente. A todo eso, se vino a sumar el caso La Polar, que también está contribuyendo a la merma en la confianza en las instituciones existentes.
La confianza es esencial para el buen funcionamiento de una economía. En Chile desconfiamos normalmente más del actuar de los demás agentes y del funcionamiento de las instituciones, que en otros países emergentes, y mucho más que en los países desarrollados. Esta es una de las características que nos distingue, y que retarda nuestro desarrollo. Si dicha desconfianza aumenta con respecto a las instituciones locales, se tenderá –entre otras cosas– a invertir menos en el país, a consumir más y a realizar una mayor proporción de la inversión directamente, en vez de hacerla por intermedio de instituciones financieras. Todos estos factores redundarán en menor crecimiento.
Es inevitable que un caso como el de La Polar contribuya a aumentar la desconfianza en nuestras instituciones financieras y empresariales y que afecte al clima económico del país. ¿Habrá otras empresas del rubro tocadas por el mismo fenómeno? ¿Es ésta la primera señal de un mal que luego se extenderá a otras compañías? ¿Son confiables las instituciones de gobierno corporativo? ¿Es fidedigna la información sobre los balances y los estados financieros de las empresas? ¿Son confiables nuestros empresarios?
El caso La Polar –tanto por ser una empresa con una propiedad relativamente dispersa como por tener una cartera de clientes enorme– ha tenido una repercusión mediática extraordinaria. No obstante lo anterior, un análisis basado en los antecedentes disponibles al momento de escribir esta columna sugiere que se trata más bien de un fraude o estafa, sin desconocer que ha habido fallas en labores como las de auditoría, calificación de riesgo y supervisión del Estado y del propio directorio. De ninguna manera parece tratarse de la consecuencia de defectos graves del esquema de regulación de nuestro sistema financiero y/o de gobierno corporativo.
Las economías y las empresas son manejadas por personas que, sabemos, no son perfectas. Es imposible evitar –no importa cuál sea el sistema existente– que se cometan fraudes o estafas y que en ocasiones fallen ciertos organismos. Lo importante es que existan los castigos y que se hagan efectivas las responsabilidades y lo fundamental es que el sistema tenga un diseño tal, como lo tiene y lo ha demostrado recientemente la experiencia chilena, que la norma sea la existencia de gobiernos corporativos honestos y eficientes. Es siempre posible mejorar las regulaciones y se debieran aprovechar casos como el de La Polar para hacerlo. Por ejemplo, no me cabe duda de que un registro consolidado de deudas de consumo de las personas con el sistema bancario y el comercio detallista, cuya información sólo se dé a conocer a instancias del deudor, es urgente.
Lo que no se justifica, me parece, es extrapolar ligeramente lo sucedido en La Polar a otras empresas del sector o, incluso más allá, a todo el ámbito empresarial. Tampoco me parece razonable, como proponen algunos, pensar en aumentar la ya frondosa burocracia de supervisión estatal agregando otra superintendencia: la del retail. Ello sólo aumentará los costos del sistema, sin que disminuyan –por la falta de incentivos conocida– las probabilidades de fallas de la supervisión estatal. Ser y parecer
Por Juan Carlos Délano
Presidente de Chile Transparente
El Indice de Percepción de la Corrupción que publica anualmente Transparencia Internacional mide la percepción de corrupción entre expertos y líderes empresariales internacionales. En 2010, Chile se ubicó en el lugar 21 de un ranking compuesto por 178 países, mejorando cuatro puestos con respecto al año anterior y subiendo por primera vez desde 2005.
Sin embargo, el Barómetro Mundial de la Corrupción –que mide la percepción de corrupción que los ciudadanos tienen respecto de las instituciones del país– entregó resultados menos alentadores. De acuerdo a esta medición, el 56,3% de los chilenos considera que la corrupción se encuentra extendida o muy extendida en los partidos políticos; el 54,6% cree que está presente en el Parlamento; el 54,2% la ve en el sistema judicial; el 53,3%, en los servicios públicos y un 47,6%, en el sector privado.
Con estos antecedentes, queda claro que existe una disociación entre la percepción que se tiene de Chile en el exterior y la visión que tienen los propios chilenos. Y como las percepciones se generan por hechos objetivos, más una alta cuota de desinformación, la transparencia juega un rol fundamental.
La transparencia que verdaderamente interesa al ciudadano es aquella que le permite contar con información que le sea útil para tomar sus decisiones y hacerse responsable de ellas. En el complejo caso de La Polar, esa necesaria transparencia se ha vulnerado y tiene como inmediata consecuencia –entre muchas otras- la pérdida de la confianza. Primero, en esa casa comercial y segundo, en los organismos públicos encargados de vigilar precisamente eso: que se trabaje con todas las cartas sobre la mesa. Con transparencia.
El caso de esta compañía sirve para poner acento en que, así como al sector público, al sector privado también le falta mucho por avanzar en esta materia. Si bien en las empresas ha habido ciertos logros en temas de gobierno corporativo, protección al accionista minoritario y responsabilidad social, éstos por lo general sólo se aprecian en las multinacionales o en las grandes firmas.
Todavía quedan muchos aspectos por mejorar, siendo la información que se entrega a los consumidores el primer punto de la lista. En algunos sectores, como los servicios financieros el consumidor no siempre logra comprender bien los costos y beneficios de lo que está adquiriendo. Por eso, es fundamental poder contar con información clara y que pueda ser sujeta a comparación dentro de una misma industria. Las asociaciones gremiales, por ejemplo, tienen ahí un gran desafío.
Del caso La Polar se podrán sacar miles de lecciones. Pero hay una que la sociedad no puede dejar de abordar: las instituciones públicas y privadas deben encaminarse a una total transparencia, que permita a las personas tomar decisiones en forma libre, sabiendo que nadie va a atropellar la confianza depositada.
www.capital.cl.
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