Por John Gapper
Cuando Tony Hayward, CEO de BP, testifique hoy en el Senado de Estados Unidos sobre el derrame de petróleo en el Golfo de México, será simplemente el último líder empresarial en el banquillo de los acusados de Washington.
En el Reino Unido se habla mucho de que Hayward es un británico que dirige una compañía que cotiza en Londres, como si esa fuera la razón de la ira política por el fracaso de BP en cerrar la brecha que dejó tras sí la derrumbada plataforma Deepwater Horizon. En realidad, el nacionalismo tiene poco que ver: el sonido y la furia hubieran sido iguales si se hubiera tratado de ExxonMobil.
Los titulares de Goldman Sachs, Moody"s, Toyota y otras corporaciones pecadoras han desfilado por el Congreso en los últimos meses, y hay pocas señales de que ser una compañía estadounidense confiera una ventaja.
La disputa que se ve hoy —y que fue evidente también en el discurso por televisión del presidente Barack Obama— no es de los norteamericanos contra los ingleses, sino de los políticos estadounidenses, canalizando el humor de los votantes, contra las grandes compañías.
Por un tiempo pareció que la indignación pública por la crisis financiera quedaba confinada a los bancos de Wall Street, pero el derrame plantea una amenaza más amplia a empresas y accionistas. El petróleo se está convirtiendo en el nuevo tabaco, y otras industrias podrían ser el próximo blanco. Si los CEO fueran convocados a Washington sólo para ser humillados, a los inversionistas no les importaría. Pero la presión sobre BP para que suspenda el pago de dividendos a los accionistas y ponga US$ 20.000 millones en un fondo para cubrir costos de limpieza e indemnizaciones, antes de que se sepa la cifra final, es un mal pronóstico.
Trae recuerdos del acuerdo de conciliación de 1998 por el que la industria del tabaco pagó
US$ 246.000 millones a los estados cuyos procuradores generales habían iniciado acciones legales. Sólo 5% de ese dinero se gastó en iniciativas relacionadas con el tabaco.
El ladrón Willie Sutton respondió que asaltaba bancos porque ahí estaba el dinero. ¿Quién tiene ahora la plata al contado? Las grandes empresas como BP.
Es evidente que la petrolera no sólo tomó riesgos innecesarios antes de la explosión, sino que no estaba preparada para el desastre. Es responsable por limpiar y pagar indemnizaciones justas. Pero, en lugar de limitarse a aplicar la Ley de Contaminación Petrolera de 1990, aprobada tras la catástrofe del Exxon Valdez, Washington avanza hacia imponer daños punitivos. En un punto se pidió que BP pagara los salarios de todos los trabajadores que quedaran sin trabajo por el derrame.
Otras empresas pueden sentirse seguras porque no derraman petróleo, ni venden cigarrillos, ni fabrican autos defectuosos. Pero el ánimo tras el rescate de Wall Street es tan hostil a las corporaciones, y los presupuestos públicos están tan ajustados, que cualquier desliz puede volverlas vulnerables.
www.df.cl
No hay comentarios.:
Publicar un comentario