La postura firme de la administración Obama sobre asistencia a las aproblemadas automotrices del país sorprendió a la mayoría de los observadores, a la mayor parte de Wall Street y también a Rick Wagoner, el saliente CEO de General Motors.
Pese a la presión externa en los últimos meses, Wagoner, un veterano con 30 años en la empresa, tenía el respaldo del directorio y parecía pensar que podría quedarse.
El gobierno rechazó sus propuestas de reestructuración e insistió en su salida. Tuvo razón en ambos.
Funcionarios de gobierno, temerosos de la reacción popular al uso de fondos públicos para rescatar empresas fracasadas, concluyeron que ni GM ni Chrysler habían presentado planes creíbles para su supervivencia.
Chrysler no tiene futuro como compañía independiente, dijeron, pero a la empresa se le dio una última oportunidad y un mes de capital de trabajo, para aliarse con Fiat.
El pronóstico para GM es algo más favorable. La empresa tiene futuro, dice la administración, pero sólo si se esfuerza más por recortar costos y reestructurarse.
El fracaso hasta ahora en asegurar concesiones adecuadas de los acreedores y el sindicato United Auto Workers ha sido el principal punto en discusión.
Para ambas empresas, una quiebra supervisada puede ser ahora la mejor manera de obligar a los sacrificios necesarios aunque, al menos en el caso de GM, la remoción de Wagoner puede enfocar los pensamientos lo suficiente como para reenergizar las discusiones estancadas.
Fue suficiente como para persuadir a las partes interesadas en que la administración podría no estar alardeando cuando dice que está dispuesta a permitir la quiebra de las empresas.
Jennifer Granholm, gobernadora de Michigan, dijo que la administración había ofrecido a Wagoner como sacrificio.
Sus defensores apuntan a los esfuerzos por recortar costos, el abandono de algunas marcas de la firma y el control de su red de distribuidores. Todo esto fue muy poco y llegó tarde.
Las concesiones en sueldos obtenidas de los sindicatos y la revisión de pensiones y salud fueron inadecuadas.
En cuanto a las nuevas propuestas de la empresa, estimó la comisión presidencial, “las necesidades de efectivo asociadas con los pasivos heredados llegaron a niveles insostenibles, llegando aproximadamente a US$ 6.000 millones por año en 2013 y 2014”.
Después de estos cambios demasiado tímidos, la empresa seguía siendo inviable. Como el directorio optó por no actuar, la administración acertó al responsabilizar a Wagoner.
Pero es importante también actuar sobre la UAW. Un mayor apoyo a las empresas no debe ser un rescate al sindicato, implicado en los fracasos de las compañías.
El equipo de Obama ha sido duro con los ejecutivos. Debe ser igual de duro con la UAW o poner a ambas firmas en quiebra.
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