Un impactante informe de la revista británica The Economist, realizado por su consultora asociada Economist Intelligence Unit (EIU) y publicado el pasado 19 de marzo, predice una oleada de inestabilidad política en el mundo y en particular para los países en desarrollo. Un grupo pequeño de países ostentaría un riesgo bajo: Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Austria, Suiza, Japón, Costa Rica y los escandinavos, salvo Islandia. En el otro extremo, Bosnia, Ucrania, Irak, Afganistán, Pakistán, Camboya, doce países africanos y cuatro latinoamericanos -Ecuador, Bolivia, Haití y República Dominicana- son identificados como de "muy alto riesgo" de inestabilidad.
Toda la región estaría en riesgo: en Suramérica, los privilegiados Brasil, Chile y Uruguay son calificados con riesgo "moderado", y los otros siete -Argentina incluida, que está en el puesto 33 de los más inestables sobre 165 países calificados- oscilaría entre riesgo alto y muy alto. “Inestabilidad política”, en este caso, supone la aparición de crisis que amenacen la continuidad de las autoridades nacionales.
El análisis parte de un escenario pesimista sobre la evolución de la crisis global, y prevé un aumento del proteccionismo y una profunda recesión en los países en desarrollo; ello conllevaría a la fragmentación de las fuerzas políticas y la proliferación de conflictos y protestas sociales. Plantean que los casos de Islandia y Letonia, cuyos gobiernos se cayeron tras las protestas de ciudadanos furiosos por la pérdida de sus depósitos y empleos, pueden diseminarse a escala planetaria; los casos de Venezuela (1989-1992) y Argentina (2001) son mencionados como antecedentes de este tipo de riesgo de inestabilidad por Alasdair Ross, director del informe – que, no casualmente, antes fue corresponsal en Argentina de esta afamada consultora.
La lógica del análisis es sólida: si la crisis económica tiene efectos sociales, sobre todo en los países social y políticamente más vulnerables, y esto afecta la gobernabilidad, entonces a mayor impacto económico y vulnerabilidad, mayor riesgo de inestabilidad. Con esta fórmula realizan el índice planetario. Sin embargo, en el primer semestre de la crisis en Suramérica la estabilidad de los gobiernos no parece amenazada: por el contrario, aún con algunas tensiones, los gobiernos se consolidan. Chávez, Morales y Correa reformaron sus Constituciones e introdujeron la reelección con amplio respaldo electoral. Bachelet, Lula, Vázquez y Uribe están todos en el pico más alto de su popularidad –mayor aún que la que tuvieron al momento de asumir.
Hay una contradicción entre el pronóstico de The Economist y los indicadores de la realidad. Creo que hay un error metodológico, y es que el análisis evalúa correctamente los factores económicos y la vulnerabilidad, pero no las respuestas estabilizadoras de los gobiernos.
La depresión de 1929-30, con la que muchos economistas comparan la actual crisis, tuvo un fuerte impacto sobre esta región cuyos países, muy dependientes de la exportación de materias primas, se encontraron con que mundo les cerraba sus mercados. Grandes productores rurales quedaron al borde de la bancarrota, el desempleo aumentó en todas partes y las ciudades apenas pudieron absorber a los migrantes que aún llegaban.
No casualmente, en 1930 se vivió una oleada de inestabilidad de gobiernos: en Bolivia, Salamanca encabeza en junio el golpe contra el presidente Siles y dos años después, declara la guerra al Paraguay. En Argentina, en septiembre, quebró su primera democracia y en Brasil, un mes después, su primera República. En Ecuador, en 1931 es derrocado el presidente Ayora,Velasco Ibarra. También en 1931, en Chile cae Ibáñez, dando lugar al gobierno de Alessandri abriéndose un compás de gobiernos breves e inestables hasta la llegada al poder, en 1934, de en 1932 y el Frente Popular de 1938.
En otros países, la crisis impulsó procesos profundos. En Perú, de no haber sido por el fraude electoral, el APRA hubiera ganado las elecciones de 1931; dos años más tarde, estallaría la rebelión aprista. En México, se desataba otro período turbulento tras el asesinato de ObregónCárdenas en 1934. Sólo dos países evitaron el derrumbe de sus gobiernos. Colombia, la democracia más estable de Sudamérica en el siglo XX, sorteó la crisis porque pudo canalizar las demandas de cambio político por vía institucional: en las elecciones de 1930, se puso fin a 33 años de hegemonía conservadora, dando inicio a una serie de gobiernos liberales que introdujeron cambios sociales moderados. Y Venezuela que vivió la crisis en un microclima de prosperidad, por la gran expansión de su industria petrolera.
La economía política del 30 nos dice que sus efectos fueron devastadores para los gobiernos en ejercicio que carecían de respuestas para un fenómeno desconocido. Y condujo al ascenso de nuevos actores políticos que, con sus diferencias, tenían una solución estatista para la crisis. Todos los casos tienen sus particularidades regionales pero, como tendencia general, podemos decir que tras las presidencias interrumpidas del 30 sobrevinieron períodos de estabilización política basados en políticas distributivas e intervencionistas, implementadas tanto por gobiernos moderados como populistas y aceptadas en una primera etapa amplios sectores económicos y sociales. De esos cambios políticos emergieron, luego, liderazgos populistas -Haya de la Torre, Vargas, Cárdenas, Perón- que, lejos de ser efímeros, perduraron y aún después de muertos mantienen influencia cultural. en 1928 que culminaría en el ascenso de
En 2009, la diferencia con 1930 es que los gobiernos en ejercicio se parecen más a los liderazgos que emergieron después del crash, que a los que fueron sorprendidos por él. Los actuales presidentes, desde Lula y Bachelet hasta Morales y Correa, parecen sentirse más cómodos con la respuesta estatal doméstica a la crisis internacional, que sus opositores internos. Y si la respuesta, como en la Gran Depresión, vuelve a ser estabilizadora –por lo menos, en una primera etapa-, estamos ante un escenario bien distinto al que pronostica The Economist.
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