2014/09/17

Heredera natural

Un vuelco drástico en su vida, catorce años atrás, la hizo replantearse todo. Las respuestas llevaron a Francisca Cortés Solari a crear la Fundación Caserta, entidad que tiene como foco entregar educación a los niños de colegios desprotegidos a través de la naturaleza. Un sueño que hoy la tiene liderando la construcción de tres parques educativo-turísticos: San Pedro de Atacama, Cajón del Maipo y Aysén.
Por M. Cristina Goyeneche
Fotos: Verónica Ortíz
Francisca-Cortés_Solari
El retail, para Francisca Cortés, no es una industria, no es un sustantivo, ni es simplemente el negocio familiar. El retail, para Francisca Cortés, junto con proteínas, hormonas, vitaminas y oxígeno, es un componente químico más de su sangre. Francisca respira retail. Bastan sólo unos minutos conversando con ella, para darse cuenta de que es un mundo que tiene grabado a fuego. Qué más –o qué menos– se le podía pedir a la hija de Teresa Solari que nació “en la cocina de Falabella” y que, una vez que pudo emprender por su cuenta, aterrizó de lleno al rubro, trayendo a Chile las franquicias de Benetton y Sisley. Hoy, Corso, el family office de la rama Cortés-Solari del cual Francisca es directora, no sólo tiene a Falabella como uno de sus activos más relevantes (12,5% de las acciones). A través de Equity Brands & Retail manejan las marcas Sparta y Rebels Golf, Treck, New Balance, Head y Speedo con la meta de ser el principal retailer deportivo de Chile.
Pero no es sólo en este mundo donde el corazón de Francisca palpita. Desde hace algunos años, mover los códigos con que se educa a los niños, generar un cambio para Chile, aportar al país, devolverle la mano a la tierra donde todos sus bisabuelos, inmigrantes, llegaron a buscar fortuna pero sin verla y disfrutarla en vida, es algo que ocupa parte importante de su tiempo. “Hago esto porque quiero honrar la historia de dolor y sufrimiento de mis bisabuelos. ¡Si ellos supieran a lo que hemos llegado gracias a su esfuerzo!”
Así que se sienta en el directorio de Corso junto a su madre, María Teresa Solari Falabella, su hermano Juan Carlos, el abogado Michael Grasty y su esposo, el empresario Claudio Israel a “pelear” por lo suyo. Con su centro de operaciones en la misma casa de Vitacura en que vivió cuando ella y su hermano eran pequeños, Francisca cuenta que acaba de conseguir que el directorio le apruebe la creación de endowment para la Fundación Caserta que preside.
Reforma educacional: “El mayor acierto es que todos estemos de acuerdo en que requerimos cambios profundos. Me gusta también que avancemos hacia la integración. Pero lo que me preocupa es que existan cosas que aún no estamos discutiendo”.
Los rulos de su pelo largo llegan a bailar con la emoción con la que comenta la noticia, todavía en desarrollo. “Tenemos el fondo hablado, pero aún no manejado”. Es la misma emoción y entusiasmo que irradia al contar que logró que Corso, de su mano, se abriera a las inversiones verdes, “a preocuparnos como familia por el futuro del agua, de la tierra, de la preservación de la biodiversidad en nuestro país…”. Porque parte del proyecto de Francisca es sacar adelante los tres parques educativos y turísticos que tiene la familia repartidos por Chile –San Pedro de Atacama, Cajón del Maipo y Aysén– y que la tienen gran parte del año fuera de Santiago.

Salir del cemento

Pero antes de llegar acá, de sumar 18 programas para que los niños aprendan lo mismo que en una sala de clases pero en contacto con la naturaleza; de haber llevado su método de enseñanza a 55 escuelas repartidas por Peñalolén, Atacama, San José de Maipo, Puente Alto, Renca, Casablanca, Lo Barnechea o La Pintana; de conseguir científicos de primera línea para estudiar la biodiversidad de Aysén; de liderar los dos equipos de arquitectos que levantarán infraestructura de primer nivel en el Parque Likandes, a 3 kilómetros de Lagunillas; de aliarse con las comunidades locales de Atacama para ayudarlos a defender la laguna Tebenquinche de los inconscientes 600 turistas que recibe a diario; antes de todo esto, pasaron cosas en la vida de Francisca.
Ella únicamente cuenta que un evento “drástico”, ocurrido hace catorce años, la hizo, no sólo replantearse todo, sino también iniciar un intenso período de estudios para buscar respuestas. Sicología, sociología, trabajo corporal, coaching... fueron algunas de las disciplinas que profundizó.
De la suma de todo eso, detectó que era en la educación escolar donde podía hacer un aporte mayor y no dudó en sumar a su familia en la aventura, la que ha procurado darle el financiamiento necesario para cumplir su sueño. Su hermano y su tía María Luisa Solari, cuenta Francisca, son sus grandes hinchas.
En palabras de ella, lo que busca Fundación Caserta –nombre del pueblo de sus antepasados en Italia– es “generar un cambio de conciencia” a todo nivel: niños, equipos directivos de las escuelas y, por cierto, profesores. Para conseguirlo, la Fundación ha creado a lo largo de su historia 18 programas: Expedición Chile, Rutas y Chile Va, entre los más emblemáticos. Todos tienen como foco sacar a los niños del cemento y la sala de clases –por horas, un día o fines de semana completos– y llevarlos a experiencias de aprendizaje en contacto con la naturaleza. Según sea la petición de los colegios, también ayudan a la dirección a enfrentar con otra mirada el trabajo en equipo y procuran despertar en los profesores el amor por su vocación.
A la fecha, calculan que han impactado a cerca de 15 mil estudiantes, alrededor de 1.500 profesores y casi 300 directivos de escuelas. A Francisca se le ponen los ojos brillosos rápido. Tras recrear la historia de la Fundación en tan pocos minutos, se percata de todo lo que ha pasado en más de una década. Desde que sólo eran ella y una amiga a bordo de este proyecto, hasta hoy, que lidera un equipo de casi cincuenta personas. Con una risa que contagia, recuerda su primer gran chascarro. Contratada por una empresa, diseñaron una jornada para los hijos del personal. 100 niños eran los inscritos. Sólo llegó uno. “Eso nos marcó. Entendimos que el trabajo en educación es duro y que lo primero que se debe hacer es construir la confianza”.

Un nuevo paradigma en la educación

Por estos días, el motivo de sus desvelos es buscar la forma de evaluar el resultado de sus programas. “Al momento de medir conceptos como ‘bienestar’ y ‘felicidad’, no existen instrumentos que nos permitan dar cuenta de los fenómenos de transformación. No obstante, sabemos que hacerlo es importante para generar confianza en nuestro directorio (formado por Michael Grasty, Juan Carlos Cortés, Claudio Israel y Elizabeth Lehmann, gerente general de Corso) y en las comunidades educativas con las que trabajamos”.
Y pese a que Corso nunca ha sido mezquino con la entrega de financiamiento, se han comenzado a abrir a otras fuentes. “Por ejemplo, creamos Caserta Organizaciones, donde la idea es trabajar con las empresas e instalar una cultura de bienestar para sus trabajadores. También ofrecemos algunos de nuestros programas a colegios que requieran talleres de convivencia escolar, motivación al aprendizaje o liderazgo directivo. Obviamente que queremos impactar a más jóvenes y más niños de escasos recursos y para eso, un gran desafío es atraer a otras familias y empresas que compartan nuestros valores y puedan aportar en esta obra”.
A la fecha, calculan que han impactado a cerca de 10 mil estudiantes, alrededor de 1.136 profesores y casi 300 directivos de escuelas.
Su experiencia en el mundo de la educación, le da a Francisca voz y voto en la discusión de la reforma educacional que empuja el Gobierno de Michelle Bachelet. “El mayor acierto que ha tenido es que todos estemos de acuerdo en que requerimos cambios profundos. Me gusta también que avancemos hacia la integración. Pero lo que me preocupa es que existan cosas que aún no estamos discutiendo: ¿qué es realmente calidad educativa?, ¿cómo generamos motivación por aprender en los estudiantes?, ¿cómo incentivamos la vocación y el respeto por nuestros maestros?”.
Uno podrá estar o no de acuerdo al escuchar a Francisca decir que “de lo que hablamos es de conseguir un cambio de paradigma en la educación, pues estamos en un momento de la humanidad donde tenemos que hacer esta transformación y por eso nos estamos atreviendo a hablar y contar sobre nuestro trabajo”.

El área verde de Corso

Enseñar a través de la experiencia, en contacto con la naturaleza, en ambientes abiertos, jugando, hizo que Francisca desarrollara lugares óptimos para llevar a los niños con los que la fundación trabaja. Y si a eso sumamos su interés por ayudar a proteger y conservar la biodiversidad, pues el resultado no podía ser otro: tiene en su poder tres parques educativos –pero que también serán turísticos para asegurar su financiamiento– repartidos a lo largo de Chile. Después de nueve años de trabajo, a través del brazo verde de Corso ya cuenta con 50 hectáreas en Atacama. El objetivo ahí es rescatar las tradiciones nortinas (agricultura, ceremonias ancestrales, etc.) y tener un parque educativo donde los niños puedan interiorizarse y conocerlas. Por cierto que todo con la infraestructura ad hoc.
En paralelo, también apoyarán a las comunidades locales en el desarrollo del turismo. De hecho, un par de meses atrás se enteró de que los cerca de 600 turistas que llegan a diario a las orillas de la laguna Tebenquinche, tenían su borde muy dañado y que su intromisión había alejado la llegada de flamencos. Sin dudarlo, se hizo cargo de financiar y liderar el mejoramiento del lugar, llevando maquinaria pesada y haciendo un diseño que limite la llegada de los autos al borde de la laguna y ordene los lugares donde la gente se instala a admirar las puestas de sol imbatibles del desierto.
El segundo de los parques, y ciertamente el más visitado hoy por los niños de los colegios con los que trabaja Fundación Caserta, está en el Cajón del Maipo, en el kilómetro 3 camino hacia el centro de esquí Lagunillas. 200 hectáreas con río, quebradas, montaña, vegetación autóctona, donde los niños no sólo hacen actividades al aire libre; sino que además aprenden de geología, ciencias, agricultura entre un largo etcétera de disciplinas. Por ahora, son grandes carpas las que hacen de cobijo cuando duermen en el lugar. Sin embargo, Francisca avanza rápidamente en diseñar toda la infraestructura para que no sólo los niños, sino también otros colegios, instituciones e incluso turistas, puedan recorrer el lugar. Dos oficinas de arquitectura trabajan en el diseño. Todo, con tal de defender su filosofía: “Queremos desarrollar capacidades en entornos amables. El juego, el deporte, el contacto con la naturaleza, lo lúdico, hacen que sea mucho más fácil educar y aprender. Estamos seguros de que es posible aprender felices. Todo es a través de la experiencia.
En Aysén, la iniciativa toma otras dimensiones. Un “altar de la madre tierra”, como señala Francisca, de 16.000 hectáreas, es el lugar donde busca liderar un proyecto turístico científico y educativo.
Pero no es lo único. También quiere hacer investigación de punta, aportar al mundo científico, estudiar a fondo la biodiversidad única que hay en el lugar y facilitar su conservación. Hoy, por ejemplo, uno de los desafíos es conocer en detalle la vida de las ballenas azules que ahí habitan. •••
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