Hace 10 años, China representaba el 9% de nuestras exportaciones e igual número de las importaciones chilenas. Hoy, China compra 25% de nuestras exportaciones, y nos proporciona 20% de las importaciones En una década, la que se convirtió hace no mucho en la segunda economía del mundo, también se transformó en el principal socio comercial de Chile. Como la mayor parte de lo que nos compra China es cobre, y como el consumo de cobre representa más de un tercio del mundo, un estudio del Banco Mundial estimó hace poco que una caída de la inversión en ese país del 1% del PIB afectaría el crecimiento en Chile en más de medio punto porcentual al año, lejos el país más afectado.
Por eso que lo que pasa y pase en China nos concierne sobremanera. Y el gigante asiático tiene algunas nubes en su horizonte. El diagnóstico general es que China ha entrado en una fase de menor crecimiento, como parte natural de su camino al desarrollo, y que debiera contentarse con crecer entre 6,5 y 7% este año y los próximos tres, para después converger a un 5% en 10 años más. Las autoridades comparten, en general, el diagnóstico de convergencia, pero creen que es posible crecer un poco más todavía, en el corto plazo, e insisten en una meta de crecimiento de 7,5% y están aplicando una batería de reformas para lograrlo.
Hasta ahora, el principal motor del crecimiento chino ha sido un nivel muy elevado de inversión (50% del PIB), incluso elevado para el estándar ya altísimo de los países asiáticos. Esta inversión ha producido un exceso de capacidad, cuyos efectos no resulta fácil solucionar. Su capacidad para producir acero nos puede dar un buen ejemplo: ella llegó el año pasado a un billón de toneladas, mientras que su producción efectiva fue de 720 millones de toneladas, es decir, un exceso de capacidad de cerca de 30% en el productor del 46% del acero a nivel mundial. Un freno importante en las industrias intensivas en el uso de este metal podría llevar a una situación muy delicada a China.
Los gobiernos locales tienen una carga financiera desproporcionada a sus ingresos, alcanzando su deuda el equivalente a 26% del PIB. Asimismo, debido a regulaciones financieras y al propio apetito del sector privado por invertir, se ha desarrollado una banca semiinformal, en la sombra, a partir de grandes empresas con excesos de liquidez, sobre la que no existe mucha información ni tampoco está regulada (sólo tolerada). A propósito de esto, el último pleno del Partido Comunista chino, hace menos de seis meses, aprobó la necesidad de una reforma al sistema financiero y se anunciaron medidas en esa dirección.
Esto dice que China parece entender la preocupación de los analistas internacionales, pero no aclara si será o no capaz de evitar una caída fuerte de su economía. Con Estados Unidos y ahora Europa levantándose sufridamente de la crisis financiera de 2008, es posible que los mercados de infraestructura no pierdan dinamismo, dando uso a la enorme capacidad disponible en China y evitando que su deuda se convierta en basura. Sin embargo, en este caso China ya no depende exclusivamente de sí misma, y para mantener su dinamismo necesitará que otros no le quiten el piso.
Una investigación del Banco Mundial, con acuerdo del gobierno, predice que China se ordenará al 2030. Esto quiere decir que la inversión bajará de casi 50% del PIB a 34% en los próximos 15 años, que su consumo se elevará de 47% hasta exceder el 65% y que la economía dejará de ser intensiva en manufactura para convertirse en una intensiva en servicios, como lo son normalmente las economías desarrolladas. Pero este trayecto “suave” y no traumático tiene muchas dificultades en el camino, como por ejemplo el acelerado proceso de urbanización en marcha (China acaba de informar que ya alcanzó la cifra de 50% de la población viviendo en ciudades), el manejo de su moneda, la administración de recurrentes burbujas en los mercados inmobiliarios, una creciente clase media (que crece en decenas de millones por año) y también una incómoda mayor desigualdad social.
Las autoridades chinas no nos han dejado de sorprender una y otra vez respecto del uso de múltiples herramientas para mantener a la economía alejada de crisis. Su acuerdo con mover la fuente de la demanda desde los mercados mundiales a su inmenso mercado interno es evidencia de ello. Pero los desafíos no son triviales. En Chile, esperamos que su sabiduría milenaria les ayude también en esta coyuntura. De lo contrario, el efecto en nuestra economía sería devastador.
Decano Universidad Mayor y socio principal EFM Consultores.
Columna publicada en la sección de Negocios de La Tercera del 29 de marzo de 2014.
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