Cuando la
Reserva Federal anunció el mes pasado que iba a reducir de forma mínima la
cantidad de deuda que compra cada mes, los grandes inversores se tomaron el
anuncio como los niños reciben a Santa Claus. Se frotaron los ojos ante el
gran regalo que aparecía debajo del árbol de Navidad: no se iba a poner fin
a la fiesta bursátil, al menos no de momento.
Como dijo Bernanke, “la política monetaria altamente acomodaticia sigue
siendo apropiada”.
Sí, es como el resto de las grandes decisiones políticas de nuestro tiempo,
diseñadas para transferir la riqueza de los bolsillos de los ciudadanos
normales a los enchufados del Gobierno.
El mes pasado la Fed anunció que la estafa continuará. Redujo las
inyecciones monetarias de 85 a 75 mil millones de dólares, pero también
anunció que el dinero continuaría fluyendo durante más tiempo del esperado.
Al igual que el uno por ciento aliado con el Gobierno, nosotros también nos
alegramos de que los acontecimientos estén desarrollándose como habíamos
predicho. Sin embargo, como filósofos financieros pensamos que este
espectáculo resulta perjudicial y de mal gusto.
Esta política no solo transfiere dinero del público al Gobierno y a sus
secuaces, también enmascara los problemas reales de la economía mundial y
aleja correcciones auténticas.
Últimamente el Wall Street Journal anda algo preocupado
de que la baja inflación esté poniendo a prueba a los bancos centrales mundiales.
A la mayoría de la gente le gusta que los precios bajen. Les hace feliz la
idea de que puedan comprar más con menos dinero. Pero para los economistas,
éste es un problema que necesita una solución urgente. Si los precios no
suben, ¿cómo van a continuar con la estafa?
Los bancos centrales dependen de la inflación para mantener la olla
económica hirviendo y para freír al público. Los precios que suben seducen
a los consumidores a gastar y no a ahorrar; y los precios que suben reducen
el valor real de los salarios y las ganancias. Los costes laborales más
bajos engatusan a las empresas para que contraten a más gente, mejorando
así la cifra de empleo y de consumo.
Los precios que caen, por el contrario, son una amenaza. Incrementan el
valor real de los salarios, y conducen a que los hogares ahorren en lugar
de gastar. Esa es la razón por la que los bancos centrales están intentando
conseguir que la inflación vuelva a los niveles pre-crisis. La deflación
interfiere es su fantasía de préstamos y consumo desbocados.
De momento, están fracasando.
La inflación en Estados Unidos lleva bajando durante los últimos 33 años. Y
ahora, los precios están subiendo al ritmo más lento desde 2008, que fue el
nivel más bajo en más de medio siglo. En noviembre, el IPC subió tan solo
el 1,2 por ciento.
En Europa, la inflación es aún menor, por debajo del uno por ciento. Y
Japón lleva luchando contra la deflación durante años. El Gobierno japonés
se ha propuesto conseguir que la inflación suba por encima del 2 por ciento.
De momento, los japoneses están “a mitad de camino”, dice Haruhiko Kuroda,
director del Banco Central de Japón.
¿Por qué hay baja inflación? Nadie lo sabe con certeza, pero es
probablemente una combinación de varias cosas; la población del mundo desarrollado
que envejece y los bajos precios de los productos producidos en China son
frecuentemente mencionados.
Se menciona menos a menudo la interferencia de los poderes públicos. Como
hemos venido apuntando, con el saqueo a la población y la transferencia de
riqueza hacia los más ricos, los Gobiernos arrebatan el dinero de las manos
de quienes más lo necesitan para dárselo a los que más tienen.
Los más ricos no gastan más dinero cuando más ganan. Ellos ya tienen las
casas, coches y lujos que quieren. Arrebatarle el dinero al 90 por ciento
más bajo para dárselo al 10 por ciento más rico de hecho reduce la demanda
agregada, empujando los precios a la baja.
Tampoco se habla del efecto de los bajos tipos de interés en las ganancias.
Los ahorradores –especialmente los jubilados- gastan en función de lo que
obtienen por sus ahorros. Los bajos tipos de interés que reducen lo que
reciben los inversores reducen su nivel de consumo posterior.
Y esta economía decadente, donde lo único que sube es la Bolsa, es un
producto de los bancos centrales que no permiten que una verdadera
corrección se lleve lo que mantiene a la economía moribunda. Y, mientras
tanto, los hogares cada vez tienen menos trabajos que pagan menos.
Aquí es donde la estafa realmente duele.
Siguiendo con los Estados Unidos como ejemplo, fijémonos en diez hogares
estadounidenses aleatorios. Nueve de ellos tienen menos dinero para gastar
hoy de lo que tenían hace diez años. Y el típico trabajador ha sufrido aún
más para ganar este dinero.
De acuerdo a un informe del Instituto Brookings, los salarios reales
(descontada la inflación) están por debajo de los niveles de 1964. Aquí van
las cifras: en 1974, un trabajador medio ganaba 350 dólares por semana de
acuerdo a la medida monetaria constante de 1982. Hoy, de acuerdo a esta
misma medida, el número se acerca a las 290.
¿Quiere saber de verdad por qué los precios no suben? La respuesta es muy
simple: porque la mayoría de la gente no tiene dinero.
¿Y a quién podemos culpar? A los que están
detrás de esta estafa, al Gobierno.
Saludos,
Bill Bonner.
Bill Bonner es
fundador y presidente de Agora Inc., con sede en Baltimore, Estados Unidos.
Es el autor de los libros "Financial Reckoning Day" y
"Empire of Debt" que estuvieron en la lista del New York Times de
libros más vendidos.
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