(Especial Infolatam).- Las elecciones legislativas de medio turno de los gobiernos argentinos suelen ser un termómetro de la aprobación o rechazo del presidente del momento. La gente sabe que no está votando al jefe de Estado, el sufragio se dispersa más, castiga o premia, sabiendo que no hay mayores riesgos, de que no es lo mismo elegir a un diputado o senador que a la persona que gobernará un país tan presidencialista como Argentina. Así llegan los 30 millones de argentinos a las urnas este domingo para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Ambas cámaras están controladas en la actualidad por el kirchnerismo, pero está en duda si la presidenta Cristina Fernández de Kirchner mantendrá ese dominio en los dos últimos años de su gobierno.
Argentina cumple este año 30 años de democracia. Nunca este país sudamericano tuvo tantos años consecutivos de gobiernos elegidos por el pueblo y sin golpes de Estado. Desde 1983 a la fecha, los sucesivos presidentes argentinos han enfrentado diversas elecciones legislativas de medio turno. Fueron comicios que sirvieron más para medir la popularidad de un jefe de Estado o su control legislativo que para proyectar políticos victoriosos hacia la presidencia argentina, como a veces se supone que sucede. La provincia de Buenos Aires, donde votan casi cuatro de cada diez argentinos, es la madre de todas las batallas, pero los que vencen allí no necesariamente ganan la guerra en las presidenciales siguientes. Veamos un poco la historia.
En 1985, el Gobierno del radical Raúl Alfonsín enfrentó sus primeras legislativas, en tiempos en los presidentes regían por seis años. Entonces ganó el radicalismo, que con Alfonsín tenía a un líder socialdemócrata. En 1987, aquel presidente sufrió la cachetada de una victoria del peronismo, que pasó a dominar el Congreso y dos años después volvió al poder después de 16 años fuera. Todas las miradas se posaron en quien ganó entonces la gobernación de Buenos Aires, el peronista Antonio Cafiero.
Pero en 1988 Cafiero perdió las primarias presidenciales de su partido con quien en 1987 había sido reelecto gobernador de una provincia pequeña, La Rioja (noroeste de Argentina). Era Carlos Menem, que en 1989 llegó a la Casa Rosada (sede de gobierno). Eso sí, en vez de encarnar al clásico peronismo, Menemadoptó la receta neoliberal.
Menem venció en las dos legislativas de su primer gobierno, en 1991 y en 1993. Entonces pactó con el radicalismo una reforma constitucional que permitió una reelección presidencial, pero que acotó el mandato a cuatro años. En su segundo gobierno, en cambio, Menem sufrió la derrota en las legislativas de 1997 frente a la Alianza entre radicales y el entonces nuevo y ya desaparecido Frente País Solidario (Frepaso), de corte progresista. La Alianza pasó a dominar la Cámara de Diputados y llegó a la Casa Rosada dos años después, pero no con la estrella de aquellas elecciones, Graciela Fernández Meijide, del Frepaso, que ganó la votación a diputada por la provincia de Buenos Aires.
Meijide perdió en 1998 las primarias presidenciales de la Alianza ante Fernando de la Rúa, un radical de tinte conservador que desde 2006 gobernaba la ciudad autónoma de Buenos Aires y que en las legislativas no había participado como candidato sino como apoyo del postulante a diputado de la Alianza en ese distrito, Chacho Álvarez, del Frepaso.
De la Rúa enfrentó muy debilitado las legislativas en la crisis argentina de 2001. El peronismo se impuso a la Alianza y recuperó el Congreso. En esos comicios, el peronista Eduardo Duhalde se impuso en la votación a senador por la provincia de Buenos Aires. Su partido decidió entonces que uno de los suyos presidiría el Senado, es decir, quedaría como primero en la línea de sucesión de De la Rúa, cuyo vicepresidente, Álvarez, había renunciado. Dos meses después de las elecciones, cayó el Gobierno de la Alianza en una de las crisis políticas, sociales y económicas más graves de la historia argentina, una debacle que hizo implosionar los partidos. El Congreso acabó nombrando presidente en 2002 a Duhalde.
Como en 1989, en 2003 llegó a la presidencia argentina un gobernador de una provincia poco poblada, la sureña Santa Cruz. Era el peronista Néstor Kirchner. En las legislativas de 2005 venció en un duelo abierto entre facciones peronistas. Hizo enfrentar en la provincia de Buenos Aires a su esposa, Cristina Fernández, contra la de Duhalde, Chiche González, en un las elecciones a diputado y triunfó. Aquella vez sí la victoria en unas legislativas bonaerenses catapultaron al vencedor a la jefatura de Estado. Claro que Fernández era la esposa del presidente, la primera dama, y no una legisladora más.
En las legislativas de 2009, el kirchnerismo sufrió una derrota en el nivel nacional contra una fugaz alianza de radicales, progresistas y la centrista Coalición Cívica. Además, en la provincia de Buenos Aires, el empresario y peronista disidente Francisco de Narváez venció al mismísimo Kirchner. Argentina venía del conflicto agrario un año antes y atravesaba la crisis mundial. Pero la economía latinoamericana, incluida la local, se recuperó, el Gobierno de Fernández adoptó una serie de mejoras sociales y dos años después la presidenta fue reelecta con más porcentaje de votos que los habían logrado en su momento Alfonsín, Menem, De la Rúa, Kirchner o ella misma. La popularidad de De Narváez, que no puede ser presidente porque la Constitución no lo permite a extranjeros nacionalizados argentinos (él nació en Colombia), se diluyó rápidamente. Como uno entre los 257 miembros de la Cámara de Diputados su estrella se apagó.
¿Qué sucederá en 2013 con las legislativas de medio turno del segundo Gobierno de Fernández? Las primarias obligatorias de agosto anticiparon que la presidenta no podrá alcanzar los dos tercios de ambas cámaras que necesitaría para reformar la Constitución y conseguir así la autorización para presentarse a una segunda reelección. En la provincia de Buenos Aires, el peronista que en junio pasado dejó el kirchnerismo, Sergio Massa, apunta a convertirse en el gran vencedor frente al candidato bendecido por Fernández y por el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, un presidenciable criticado por los propios kirchneristas puros por sus rasgos conservadores.
Una pregunta es si Massa podrá mantener su popularidad en los próximos dos años o su victoria se diluirá como la de De Narváez, Meijide o Cafiero.Otra interrogante es si la derrota kirchnerista en este distrito también afectará las ambiciones de Scioli. En el nivel nacional difícilmente alguna fuerza supere al kirchnerismo, que, de todos modos, quedará golpeado porque seguramente caerá en otros distritos populosos.
Habrá que seguir entonces la evolución nacional del peronismo disidente, no solo con Massa en territorio bonaerense, la del radicalismo y sus nuevas alianzas en varios distritos con el progresismo y la Coalición Cívica y la del conservador Partido Propuesta Republicana (PRO), que busca en estos comicios proyectarse más allá de la ciudad de Buenos Aires. Veremos cuántos diputados y senadores obtiene cada fuerza y si el kirchnerismo pierde o no su mayoría absoluta en la Cámara de Diputados o el Senado.
Habrá que seguir la suerte de varios presidenciables: en la capital, al PRO del alcalde Mauricio Macri; en Córdoba, al peronismo disidente del gobernador José Manuel de la Sota; en Santa Fe, al candidato a diputado socialista Hermes Binner; en Mendoza, al postulante a diputado radical Julio Cobos; y añadan dos más, del kirchnerismo, en Entre Ríos (este de Argentina), al gobernador y candidato suplente a senador Sergio Urribarriy en Chaco (noroeste), a la lista bendecida por el gobernador Jorge Capitanich. Tal vez de esas provincias menos populosas pero no tan pequeñas como La Rioja y San Cruz surja el futuro presidente argentino. ¿Quién sabe en este país de política tan volátil?
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