OPINIÓN
Por Dr. Antonio Reyes
La “terciarización” de la economía mexicana: ¿Cambio Estructural Negativo?
La economía nacional ha sufrido desde el año 2000 un profundo cambio estructural. Este cambio denominado estructural se refiere estrictamente a como el conjunto de las partes, componentes, o sectores han ido cambiando en su peso relativo dentro de la estructura total del aparato productivo nacional. Es decir, el sector terciario, identificado con los servicios, ha ido ganado peso dentro del total del Producto Interno Bruto (PIB), en detrimento del sector primario, mayormente asociado a las actividades agropecuarias, y del sector secundario, reconocido en general con la industria.
En la literatura económica tradicional, los países pobres tienen dos sectores relevantes: el sector primario y le sector terciario. En sector primario expresada mayormente en las actividades agropecuarias resultan poco tecnificadas y el sector terciario se constituye como un sector generador de empleo más informal que formal. Dentro de esta visión, se asume que en un país su sector secundario va ganando peso en la estructura productiva nacional conforme se desarrolla, en tanto el sector primario y el sector terciario tienden a disminuir en importancia relativa, a la par que se modernizan y aumentan su productividad.
Bajo la misma lógica, en un país desarrollado el sector terciario resulta apreciable por que el mismo proceso de desarrollo genera los suficientes ingresos públicos y privados que demandan crecientemente servicios, tales como los servicios financieros, de salud, educación, comunicación, recreación, administración, entre otros muchos más. Sin embargo, en los países desarrollados o ricos con relativamente fuertes sectores terciarios no significa necesariamente que sus sectores primarios o secundarios dejen de ser importantes, aun a escala internacional. Por ejemplo, las actividades agropecuarias en Estados Unidos rondarán en un peso relativo dentro del PIB de no más de 2%, pero son al mismo tiempo son las más importantes del mundo; obviamente por ser la economía más grandes del orbe.
Bajo esta lógica, uno esperaría que México tuviera un sector secundario o industrial en plena expansión relativa, en tanto el sector primario y el sector terciario estuviesen perdiendo peso en el conjunto de la economía. Esto sería totalmente natural, máxime que es el país que más tratados de libre comercio ha suscrito, en el afán, se dice, de incrementar las exportaciones. Dicho de otra manera, la lógica económica convencional haría pensar que el sector industrial mexicano cada vez sería más importante y el sector agropecuario y los servicios, aún modernizándose, fuesen teniendo una pérdida relativa dentro de la economía nacional.
A pesar de esa lógica expectativa, la verdad es que México en los últimos doce años ha ido “terciarizando” su economía, en detrimento creciente de forma sobresaliente del sector secundario, específicamente en la industria manufacturera. Así, de acuerdo al Cuadro 1, en tanto el sector terciario representaba casi el 61% del PIB en el año 2000, para el cierre de 2011 alcanzó casi el 65%.
Dentro del aumento del peso del sector terciario, sobresalen los aumentos experimentados por las actividades de medios masivos y los denominados servicios financieros. Tal cambio en el peso estructural sectorial, también ha originado, sin duda alguna, un proceso de concentración del ingreso nacional hacia tales actividades. Así, el incremento de la importancia relativa del sector terciario ha sido mayor de lo que por sí ha representa todo el sector primario para la economía nacional.
Por otra parte, de acuerdo a los datos oficiales manifestados en el Cuadro 1, el sector primario desde el año 2000 ha seguido perdiendo importancia relativa, aunque a menor velocidad. Este proceso de cambio estructural se inicio deliberadamente desde fines de la década de los 1980´s, al retirar el gobierno federal los apoyos y subsidios para la producción agropecuaria. La decisión gubernamental se aplicó bajo la lógica de que la producción de alimentos era más barata en el extranjero que en México, específicamente en USA, tal como acontece, y de que el país no podría seguir financiando un sector per se ineficiente.
Bajo tales premisas, se obvio por parte de los funcionarios federales, en turno, el hecho de que la agricultura de USA es una de la más subsidiada del mundo, junto a la de la Unión Europea (UE). Un argumento suplementario, entonces, fue que México no contaba con los suficientes recursos presupuestales para seguir apoyando al sector agropecuario nacional.
En este caso, no se consideró que un simple sistema de impuestos a la importación de productos agropecuarios subsidiados en su origen podría abatir esos subsidios, estableciendo una competencia más equitativa entre productores extranjeros y nacionales. El tiempo ha pasado, y hoy somos totalmente dependientes de alimentos básicos.
Si bien es cierto que el sector primario ha ido perdiendo cada vez menos importancia a lo largo de los dos últimos sexenios, también lo es que el sector secundario, especialmente las manufacturas, ha sido el sector que relativamente ha menguado más su peso dentro de la estructura del PIB. El sector secundario pasó de representar en 2000 32.5% a 30% del PIB en 2011. Tal pérdida, de casi dos puntos, equivale a más del 50% de todo lo que aporta por si sólo el sector primario al PIB.
Ese cambio estructural debió haber tenido un elevado efecto multiplicador adverso, toda vez que el sector secundario es el que agrega realmente valor al sector primario y encadena productivamente procesos y empresas, además de que demanda servicios importantes, como transporte. La proporción indicada del peso perdido del sector secundario, en relación al sector primario, es un simple indicador que puede ser asociado a la enorme mortandad de pequeñas y medianas empresas que ha habido.
En el mismo sentido, la importancia del sector secundario dentro del llamado ciclo productivo de la economía queda demostrada en el Cuadro 2, especialmente en relación a la caída del PIB en 2009.
Tal caída fue la consecuencia de la crisis económica internacional, calificada pintorescamente en ese momento como un “catarrito”, por el entonces Secretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP). La contracción económica nacional fue estimada en 5.95% del PIB. Sin embargo, la caída del sector secundario con respecto a 2008 fue de 7.7%, habiéndose contraído la industria manufacturera en 9.9%, tal como lo revela el Cuadro 1.
El Cuadro 2 también ilustra la manera tan errática en que el sector primario se ha comportado y lo elástico productivamente que es de un año a otro. Es decir, expresa lo rápido que se puede contraer o expandir la producción concretamente agrícola.
Fehacientemente, ello es producto de factores que van desde los precios de los productos finales, los costos de los bienes intermedios y de los servicios para la producción primaria, hasta resultado del clima. Este último caso pareciera haber ocurrido en 2011, como consecuencia de la sequía padecida en el centro y norte del país. Lo que es claro, es que el sector primario es un sector de ciclo productivo corto, que puede estimular rápidamente el PIB y también que puede ser palanca para inducir cambios estructurales.
Es obvio que la falta de una política industrial impidió aprovechar plenamente el Tratado de Libre Comercial, tal como el entonces Secretario de Industria y Comercio Zedillista estimó que era lo más conveniente para el país. Pero también es la clara razón de la insuficiente generación de empleos y la explicación de por qué el empleo temporal o precario haya estado aumentado más que el empleo formal.
La historia económica de México de los últimos seis lustros expresan una clara falta de destino y rumbo productivo del país. Las políticas públicas pasaron de la fe en que el mercado definiera el derrotero económico de la nación, a las ocurrencias, chocarrerías, changarros y “vochos” que no generaron suficientes ingresos y empleos productivos para más de un millón de nacionales que cada año engrosan el mercado laboral. Los resultados están a la vista.
México es una economía “terciarizada” sin haberse hasta ahora desarrollado. Desde el punto de vista estructural, es una economía en decadencia, sin haber nunca generado suficiente riqueza equitativamente distribuida. Es dependiente en sus alimentos de otros países, con importaciones de bienes de consumo que activan actividades informales, en la que los servicios financieros imponen elevados costos a la economía en su conjunto y cuyo contenido de los medios masivos de comunicación perpetúan el proceso improductivo señalado hace años por Gabriel Zaid.
Cambiar tal estado de cosas es auténticamente el cambio estructural que el país necesita, al menos eso indican las cifras; pobrezas y miserias, parecen confirmarlo.
En la literatura económica tradicional, los países pobres tienen dos sectores relevantes: el sector primario y le sector terciario. En sector primario expresada mayormente en las actividades agropecuarias resultan poco tecnificadas y el sector terciario se constituye como un sector generador de empleo más informal que formal. Dentro de esta visión, se asume que en un país su sector secundario va ganando peso en la estructura productiva nacional conforme se desarrolla, en tanto el sector primario y el sector terciario tienden a disminuir en importancia relativa, a la par que se modernizan y aumentan su productividad.
Bajo la misma lógica, en un país desarrollado el sector terciario resulta apreciable por que el mismo proceso de desarrollo genera los suficientes ingresos públicos y privados que demandan crecientemente servicios, tales como los servicios financieros, de salud, educación, comunicación, recreación, administración, entre otros muchos más. Sin embargo, en los países desarrollados o ricos con relativamente fuertes sectores terciarios no significa necesariamente que sus sectores primarios o secundarios dejen de ser importantes, aun a escala internacional. Por ejemplo, las actividades agropecuarias en Estados Unidos rondarán en un peso relativo dentro del PIB de no más de 2%, pero son al mismo tiempo son las más importantes del mundo; obviamente por ser la economía más grandes del orbe.
Bajo esta lógica, uno esperaría que México tuviera un sector secundario o industrial en plena expansión relativa, en tanto el sector primario y el sector terciario estuviesen perdiendo peso en el conjunto de la economía. Esto sería totalmente natural, máxime que es el país que más tratados de libre comercio ha suscrito, en el afán, se dice, de incrementar las exportaciones. Dicho de otra manera, la lógica económica convencional haría pensar que el sector industrial mexicano cada vez sería más importante y el sector agropecuario y los servicios, aún modernizándose, fuesen teniendo una pérdida relativa dentro de la economía nacional.
A pesar de esa lógica expectativa, la verdad es que México en los últimos doce años ha ido “terciarizando” su economía, en detrimento creciente de forma sobresaliente del sector secundario, específicamente en la industria manufacturera. Así, de acuerdo al Cuadro 1, en tanto el sector terciario representaba casi el 61% del PIB en el año 2000, para el cierre de 2011 alcanzó casi el 65%.
Dentro del aumento del peso del sector terciario, sobresalen los aumentos experimentados por las actividades de medios masivos y los denominados servicios financieros. Tal cambio en el peso estructural sectorial, también ha originado, sin duda alguna, un proceso de concentración del ingreso nacional hacia tales actividades. Así, el incremento de la importancia relativa del sector terciario ha sido mayor de lo que por sí ha representa todo el sector primario para la economía nacional.
Por otra parte, de acuerdo a los datos oficiales manifestados en el Cuadro 1, el sector primario desde el año 2000 ha seguido perdiendo importancia relativa, aunque a menor velocidad. Este proceso de cambio estructural se inicio deliberadamente desde fines de la década de los 1980´s, al retirar el gobierno federal los apoyos y subsidios para la producción agropecuaria. La decisión gubernamental se aplicó bajo la lógica de que la producción de alimentos era más barata en el extranjero que en México, específicamente en USA, tal como acontece, y de que el país no podría seguir financiando un sector per se ineficiente.
Bajo tales premisas, se obvio por parte de los funcionarios federales, en turno, el hecho de que la agricultura de USA es una de la más subsidiada del mundo, junto a la de la Unión Europea (UE). Un argumento suplementario, entonces, fue que México no contaba con los suficientes recursos presupuestales para seguir apoyando al sector agropecuario nacional.
En este caso, no se consideró que un simple sistema de impuestos a la importación de productos agropecuarios subsidiados en su origen podría abatir esos subsidios, estableciendo una competencia más equitativa entre productores extranjeros y nacionales. El tiempo ha pasado, y hoy somos totalmente dependientes de alimentos básicos.
Si bien es cierto que el sector primario ha ido perdiendo cada vez menos importancia a lo largo de los dos últimos sexenios, también lo es que el sector secundario, especialmente las manufacturas, ha sido el sector que relativamente ha menguado más su peso dentro de la estructura del PIB. El sector secundario pasó de representar en 2000 32.5% a 30% del PIB en 2011. Tal pérdida, de casi dos puntos, equivale a más del 50% de todo lo que aporta por si sólo el sector primario al PIB.
Ese cambio estructural debió haber tenido un elevado efecto multiplicador adverso, toda vez que el sector secundario es el que agrega realmente valor al sector primario y encadena productivamente procesos y empresas, además de que demanda servicios importantes, como transporte. La proporción indicada del peso perdido del sector secundario, en relación al sector primario, es un simple indicador que puede ser asociado a la enorme mortandad de pequeñas y medianas empresas que ha habido.
En el mismo sentido, la importancia del sector secundario dentro del llamado ciclo productivo de la economía queda demostrada en el Cuadro 2, especialmente en relación a la caída del PIB en 2009.
Tal caída fue la consecuencia de la crisis económica internacional, calificada pintorescamente en ese momento como un “catarrito”, por el entonces Secretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP). La contracción económica nacional fue estimada en 5.95% del PIB. Sin embargo, la caída del sector secundario con respecto a 2008 fue de 7.7%, habiéndose contraído la industria manufacturera en 9.9%, tal como lo revela el Cuadro 1.
El Cuadro 2 también ilustra la manera tan errática en que el sector primario se ha comportado y lo elástico productivamente que es de un año a otro. Es decir, expresa lo rápido que se puede contraer o expandir la producción concretamente agrícola.
Fehacientemente, ello es producto de factores que van desde los precios de los productos finales, los costos de los bienes intermedios y de los servicios para la producción primaria, hasta resultado del clima. Este último caso pareciera haber ocurrido en 2011, como consecuencia de la sequía padecida en el centro y norte del país. Lo que es claro, es que el sector primario es un sector de ciclo productivo corto, que puede estimular rápidamente el PIB y también que puede ser palanca para inducir cambios estructurales.
Es obvio que la falta de una política industrial impidió aprovechar plenamente el Tratado de Libre Comercial, tal como el entonces Secretario de Industria y Comercio Zedillista estimó que era lo más conveniente para el país. Pero también es la clara razón de la insuficiente generación de empleos y la explicación de por qué el empleo temporal o precario haya estado aumentado más que el empleo formal.
La historia económica de México de los últimos seis lustros expresan una clara falta de destino y rumbo productivo del país. Las políticas públicas pasaron de la fe en que el mercado definiera el derrotero económico de la nación, a las ocurrencias, chocarrerías, changarros y “vochos” que no generaron suficientes ingresos y empleos productivos para más de un millón de nacionales que cada año engrosan el mercado laboral. Los resultados están a la vista.
México es una economía “terciarizada” sin haberse hasta ahora desarrollado. Desde el punto de vista estructural, es una economía en decadencia, sin haber nunca generado suficiente riqueza equitativamente distribuida. Es dependiente en sus alimentos de otros países, con importaciones de bienes de consumo que activan actividades informales, en la que los servicios financieros imponen elevados costos a la economía en su conjunto y cuyo contenido de los medios masivos de comunicación perpetúan el proceso improductivo señalado hace años por Gabriel Zaid.
Cambiar tal estado de cosas es auténticamente el cambio estructural que el país necesita, al menos eso indican las cifras; pobrezas y miserias, parecen confirmarlo.
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