Brasil acudirá a la Cumbre del G20 en México convencido de que el camino de la recuperación mundial no pasa por contenciones del gasto, sino por medidas que estimulen el crecimiento, que son las que pusieron al país “en la ruta correcta”.
La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, adelantó la
semana pasada, al recibir al rey de España, el mensaje que llevará al
G20 en el “delicado momento económico por el que pasan el mundo y Europa
en particular”.
Según Rousseff, la salida a la crisis pasa “por el crecimiento con
distribución de renta y la creación de empleos” con el necesario
“equilibrio macroeconómico”, y no “por el ajuste y la parálisis”, que
acaban volcando sus consecuencias sobre los más pobres.
Desde que estalló la primera fase de la crisis financiera global, en
2008, Brasil ha aplicado las recetas recomendadas por Rousseff y se ha
mantenido prácticamente al margen de las turbulencias, aunque en buena
medida gracias a los altos precios de las materias primas, que
constituyen el grueso de sus exportaciones.
Más allá del comercio exterior, se han aplicado planes sociales de
mucha envergadura, que en la última década han permitido sacar de la
pobreza e incorporar a su potente mercado interno a unos 40 millones de
personas, que emergieron socialmente ávidas de consumo.
Según el Gobierno, esa nueva clase media es la que hace “girar la
rueda de la economía”, pues su fuerte papel en el mercado potencia la
actividad industrial y a su vez contribuye con la generación de empleo,
lo cual le permite al país exhibir una tasa de paro del 5,7 %.
Con una estricta disciplina fiscal y una inflación controlada en
torno al 5 % anual, la economía brasileña ha acumulado en la última
década un crecimiento cercano al 40 %, con picos del 6,1 % en 2007 y del
7,5 % en 2010.
Sin embargo, esa expansión ha perdido fuelle en los últimos dos años y
cayó en 2011 al 2,92 %, una tasa que no preocupa al Gobierno, sobre
todo en tiempos de crisis global.
Pese a esa desaceleración, que según las proyecciones oficiales se
mantendrá este año, con un crecimiento similar al del 2011, la economía
brasileña se ha convertido en la sexta del mundo y ofrece un panorama
que alienta el optimismo en el corto y mediano plazo.
En el horizonte más cercano están las obras de infraestructura
necesarias para la celebración del Mundial de fútbol de 2014, que se
realizará en Brasil, y los Juegos Olímpicos de 2016, que serán
celebrados en Río de Janeiro.
Más allá de esos eventos deportivos, unas reservas petroleras
calculadas en unos 80.000 millones de barriles de crudo que yacen en
aguas profundas del océano Atlántico demandarán inversiones del orden de
los 230.000 millones de dólares en los próximos tres años.
En medio de toda esa dinámica económica que ha hecho de Brasil un
país de moda para los negocios en el mundo, hay algunas nubes que para
muchos analistas pueden ser el presagio de futuras tormentas.
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