La noche está soleada. En esta época del año decir esto no es contradictorio en Chile pues el sol brilla hasta pasadas las veinte horas.
Son las 19:00 y los sobrevivientes al terremoto de 8.8 grados en la escala de Richter, y a la peor de sus pesadillas: el tsunami que 40 minutos después golpeó Talcahuano, puerto pesquero a 11 kilómetros de Concepción, empiezan a refugiarse en las pocas viviendas que quedaron en pie y las carpas que armaron en sus jardines. Sesenta minutos atrás empezó el toque de queda que se prolongará hasta el mediodía del sábado.
Afuera todo es destrucción. En una especie de plaza más de una docena de pesqueros permanecen inclinados sobre uno de sus costados, o apoyados entre sí y por grupos. Algunas pangas y chalupas están en la avenida principal, la terminal de transferencia de buses, el parqueadero exterior de la Armada y hasta en el perímetro de un bosque contiguo.
El graznido de unas gaviotas vuelve más perturbador el ambiente: es el fondo musical a esta especie de película de terror. El olor a pescado podrido alcanza hasta seis cuadras hacia el interior del pueblo asentado en el cerro La Gloria, a unos doscientos metros de la costa del Pacífico.
El panorama en Talcahuano ha permanecido inmutable desde el terremoto y el posterior maremoto de la madrugada del 27 de febrero anterior, cuando la plaza se convirtió en muelle; la escuela en un amontonamiento de ladrillos, tierra y tejas rotas; la zona comercial en un campo de batalla en el cual pobladores y policías se enfrentaron en los saqueos.
Peces en estado de descomposición están en la sala y cuartos de las casas abandonadas. En los pocos barrios en pie que quedaron en las zonas altas, los vecinos colocaron barricadas y letreros que advierten: “Vías solo para residentes”.
Nadie olvida los robos a mano armada ni los saqueos a los centros comerciales de las cadenas Líder, Sodimac y Santa Isabel. En una incursión policial, en una sola vivienda encontraron quince toneladas de productos: desde alimentos hasta implementos deportivos.
Y aunque los toques de queda han surtido el efecto esperado de bajar la violencia y los delitos, los moradores quieren estar seguros.
Ayer sobrevoló la zona el presidente de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y las expectativas de que la reconstrucción no demore se instaló en el corazón de los afectados. Igual, ante toda esa destrucción cualquier pequeña oferta es una enorme luz de esperanza.
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