Todo indica que se confirmará una victoria resonante para Susilo Bambang Yudhoyono, presidente y candidato a la reelección en Indonesia, cuando se conozcan esta semana los resultados oficiales de los comicios. Sondeos normalmente confiables sugieren que ganó más del 60% de los votos.
El terremoto debería dar a Yudhoyono una oportunidad real para transformar la nación más poblada de mayoría musulmana del mundo de un competidor cualquiera en Asia en un líder económico con una voz mucho más poderosa en la región.
Eso sigue siendo un desafío considerable, como sugieren los modestos logros reformistas en los primeros cinco años de Yudhoyono en el cargo. Para empezar, debe sanear una burocracia desvencijada donde el soborno es endémico. Hay que renovar el poder judicial.
La existencia de una corrupción muy arraigada es un gran freno en inversiones esenciales.Se necesita gasto en infraestructura, sobre todo en energía y puertos. Los servicios de salud y educación también requieren mejoras urgentes con una población joven en rápido crecimiento.
La expansión económica debe acelerarse mucho para proporcionar empleos a la fuerza laboral creciente.Yudhoyono ha prometido todas esas cosas, y le ayudaron a ser reelegido.
Tiene una posición política mucho más fuerte, y su propio partido Demócrata ganó 26% de los escaños en el nuevo parlamento, en comparación con sólo 10% hace cinco años. Será menos dependiente de los socios políticos y ha dicho que designará a un gobierno más tecnocrático.
Tiene una imagen limpia y es percibido como serio en sus esfuerzos por hacer frente a la corrupción. Ahora tiene que cumplir sus promesas.Las elecciones marcaron el eclipse de los herederos de los dos ex dictadores de Indonesia.
Megawati Sukarnoputri, hija de Sukarno, el reverenciado primer presidente del país, llegó en un distante segundo lugar. Jusuf Kalla, a la cabeza del Golkar, el partido de gobierno bajo Suharto, el último hombre fuerte militar, llegó en un distante tercero.Pero la vieja elite que subió a la cumbre bajo el gobierno militar -incluyendo al mismo Yudhoyono- sigue siendo dominante.
Indonesia necesita que surja una nueva generación de líderes, casi tanto como la reforma económica e institucional. Tal vez la mayor prueba de su segundo y último período será su éxito en permitir que eso ocurra. Lo último que necesitan los indonesios es la creación de una nueva dinastía.
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