2009/02/06

Una lección de América Latina para occidente

Aquí hay un juego de salón de identificación política. País A: Presume de una política de libre comercio que lo hace una de las economías más abiertas del mundo. Una serie de excedentes presupuestarios ha borrado su deuda nacional.

Tiene un sistema de pensiones privatizado y subsidios educacionales que permiten a las personas de mayores ingresos complementar la provisión del estado. La responsabilidad fiscal está establecida por ley. País B: una economía emergente de tamaño similar.

Se enorgullece de una agresiva campaña contra la pobreza. La proporción de jóvenes que asiste a la universidad se ha cuadruplicado. La provisión de salud pública ha elevado notablemente las expectativas de vida.

El estado garantiza un ingreso mínimo para la tercera edad. Un banco estatal está mitigando los efectos de la crisis de crédito. Para aquellos familiarizados con los puntos de referencia de la política occidental, las divisiones ideológicas son obvias.

El país A es gobernado por la derecha o centro derecha: el conservadurismo fiscal, el libre comercio y las pensiones privadas lo delatan. En cuanto al país B, el énfasis en la educación, reducción de la pobreza y las provisiones de seguridad social hablan de las políticas progresistas de la izquierda.


Aquellos que han notado el destacable progreso económico y político de Chile desde la restauración de la democracia hacia casi 20 años saben otra cosa: el País A y el País B son el mismo, un caso de éxito en América Latina.

Me acordé de esto con la visita a Europa de Andrés Velasco, el ministro de Hacienda de Chile, hace un par de días. Velasco es parte de lo que podría llamarse el jet set progresista, la red de políticos de centro izquierda que surgió de la “tercera vía” trazada por Bill Clinton y Tony Blair.

El año pasado, Velasco ofreció un cautivante discurso en la conferencia de líderes progresistas organizado por Policy Network, cuyo anfitrión fue el británico Gordon Brown. El próximo mes el evento viaja a Chile.

Velasco, quien está con permiso de su cargo de profesor de economía en Harvard, es el político progresista hasta la médula. Lo que lo delata es que es un apostol tan ferviente de las políticas económicas supuestamente de “derecha” como de los valores sociales de la izquierda.

Su prospecto me recuerda al mantra del Nuevo Laborismo que trajo a Blair al poder en Inglaterra en 1997. Blair y Brown hicieron campaña entonces sobre un compromiso para unir eficiencia económica y justicia social. Ignorado por buena parte del mundo, Chile ha hecho eso. Velasco tiene una estadística para probar cada punto.

Así que la tasa de crecimiento económico chilena ha promediado más de 5% desde que el país se liberó de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990. El país ha establecido dos fondos de riqueza soberana para invertir parte de los ingresos del cobre.

Desmanteló las barreras comerciales. Sus bancos (el estatal es el cuarto en tamaño del país) son sólidos. Cuando Pinochet finalmente dejó el gobierno, casi 40% de los chilenos vivían bajo la línea de la pobreza, la proporción es ahora de 12% a 13%.

El número de jóvenes en la universidad ha subido de 10% a 40%. Si es que puede llamarse así, uno de los legados benignos de los años de Pinochet ha sido una sucesión de gobiernos de centro izquierda estables.

Los políticos han tenido espacio para pensar más allá de la próxima contienda electoral. Han sido suficientemente inteligentes como para modificar y mejorar en lugar de abandonar algunas de las políticas de libre mercado del regimen anterior.

La mayoría de las personas tiene pensiones privadas, pero el gobierno agregó una red de seguridad. Hace veinte años casi dos quintos del gasto público de Chile se destinaba al pago de deuda. Ahora la cifra es cero.

En cambio, 70% del gasto público va a programas sociales. Chile, por supuesto, tiene ventajas naturales, sobre todo abundantes reservas de cobre. Vende una cantidad sorprendente de buen vino. También tiene problemas.

La desigualdad ha caído lentamente con los pobres esforzándose por alcanzar a la clase profesional. Chile no es inmune a la crisis global: la economía ya se está frenando. El lado menos atractivo de la longevidad de la coalición gobernante, la Concertación, en el poder es que ha sido agobiada por luchas internas y acusaciones de corrupción.

La Alianza de centro derecha piensa que tiene una buena opción de ganar la próxima elección presidencial. Algunos dicen que la transferencia de poder sería un testamento útil a la madurez democrática de Chile. Hay lecciones más amplias para las ricas naciones occidentales.

La más obvia, los políticos deben practicar lo que predican. No hace mucho, Estados Unidos y Europa reprendían a los países latinoamericanos por su derroche fiscal, la desregulación de los bancos y opacos mercados financieros.

En el caso chileno, se dio vuelta el tablero. No saldrá indemne del golpe global, pero su posición fiscal y el sistema financieros son robustos – y transparentes. Brown puede sentirse especialmente avergonzado.

Si se hubiera apegado como ministro de hacienda y primer ministro a la prudencia prometida en 1997, Inglaterra no estaría enfrentando este golpe económico ni un déficit presupuestario que podría superar el 10% de ingreso nacional.

El mensaje amplio, sin embargo, radica en la forma en que Chile ha separado fines y medios políticos. No hay nada malo con la ideología, ya sea la creencia conservadora en la libertad individual o la visión progresista de que el Estado debe crear oportunidades.

Donde los debates izquierda-derecha gastados pierden sentido es en confundir la ruta preferida con el destino deseado. Chile ha evitado la trampa al mezclar y ajustar gobierno y mercado, ortodoxia económica e intervención social.

Este fue el enfoque que se supone que Blair aportó a la política británica durante los ‘90. Ahora, el nuevo laborismo parece un estilo deslustrado. La economía se hunde, pero Brown está proyectando la próxima elección en Gran Bretaña como una gastada lucha ideológica entre sus promesas de “invertir” en servicios públicos y planes conservadores de reducir impuestos.


En realidad, una vez que la recesión haya terminado, el hecho organizativo de la política británica, y la mayor parte de la europea, será los enormes déficit que los gobiernos acumulan ahora en su esfuerzo por moderar la caída.

No habrá espacio ni para bajar impuestos ni para subir gastos. En cambio, habrá una demanda porque los gobiernos, de izquierda o derecha, gasten el dinero más efectivamente. La recuperación económica traerá en su estela un debate profundo sobre cómo los gobiernos deberían buscar moldear su capitalismo post-financiero.

El peligro será un regreso a las antiguas barricadas ideológicas de derecha e izquierda - la primera promoviendo un nacionalismo renaciente, la otra un gran gobierno. En Chile, los políticos han preferido políticas progresivas carentes de lugares comunes. Hay por cierto una lección ahí para el resto de nosotros.

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