2014/01/04

La trampa aún está en marcha



Mientras unos pocos ganan, el resto perdemos


El accionar de los bancos centrales, en lugar de perseguir la mejora de la economía, tienen un objetivo muy diferente destinado a beneficiar a los más ricos. Bill Bonner nos cuenta lo que la prensa principal no le quiere contar.





Cuando la Reserva Federal anunció el mes pasado que iba a reducir de forma mínima la cantidad de deuda que compra cada mes, los grandes inversores se tomaron el anuncio como los niños reciben a Santa Claus. Se frotaron los ojos ante el gran regalo que aparecía debajo del árbol de Navidad: no se iba a poner fin a la fiesta bursátil, al menos no de momento.

Como dijo Bernanke, “la política monetaria altamente acomodaticia sigue siendo apropiada”.

Sí, es como el resto de las grandes decisiones políticas de nuestro tiempo, diseñadas para transferir la riqueza de los bolsillos de los ciudadanos normales a los enchufados del Gobierno.

El mes pasado la Fed anunció que la estafa continuará. Redujo las inyecciones monetarias de 85 a 75 mil millones de dólares, pero también anunció que el dinero continuaría fluyendo durante más tiempo del esperado.

Al igual que el uno por ciento aliado con el Gobierno, nosotros también nos alegramos de que los acontecimientos estén desarrollándose como habíamos predicho. Sin embargo, como filósofos financieros pensamos que este espectáculo resulta perjudicial y de mal gusto.

Esta política no solo transfiere dinero del público al Gobierno y a sus secuaces, también enmascara los problemas reales de la economía mundial y aleja correcciones auténticas.

Últimamente el Wall Street Journal anda algo preocupado de que la baja inflación esté poniendo a prueba a los bancos centrales mundiales.

A la mayoría de la gente le gusta que los precios bajen. Les hace feliz la idea de que puedan comprar más con menos dinero. Pero para los economistas, éste es un problema que necesita una solución urgente. Si los precios no suben, ¿cómo van a continuar con la estafa?

Los bancos centrales dependen de la inflación para mantener la olla económica hirviendo y para freír al público. Los precios que suben seducen a los consumidores a gastar y no a ahorrar; y los precios que suben reducen el valor real de los salarios y las ganancias. Los costes laborales más bajos engatusan a las empresas para que contraten a más gente, mejorando así la cifra de empleo y de consumo.

Los precios que caen, por el contrario, son una amenaza. Incrementan el valor real de los salarios, y conducen a que los hogares ahorren en lugar de gastar. Esa es la razón por la que los bancos centrales están intentando conseguir que la inflación vuelva a los niveles pre-crisis. La deflación interfiere es su fantasía de préstamos y consumo desbocados.

De momento, están fracasando.

La inflación en Estados Unidos lleva bajando durante los últimos 33 años. Y ahora, los precios están subiendo al ritmo más lento desde 2008, que fue el nivel más bajo en más de medio siglo. En noviembre, el IPC subió tan solo el 1,2 por ciento.

En Europa, la inflación es aún menor, por debajo del uno por ciento. Y Japón lleva luchando contra la deflación durante años. El Gobierno japonés se ha propuesto conseguir que la inflación suba por encima del 2 por ciento. De momento, los japoneses están “a mitad de camino”, dice Haruhiko Kuroda, director del Banco Central de Japón.

¿Por qué hay baja inflación? Nadie lo sabe con certeza, pero es probablemente una combinación de varias cosas; la población del mundo desarrollado que envejece y los bajos precios de los productos producidos en China son frecuentemente mencionados.

Se menciona menos a menudo la interferencia de los poderes públicos. Como hemos venido apuntando, con el saqueo a la población y la transferencia de riqueza hacia los más ricos, los Gobiernos arrebatan el dinero de las manos de quienes más lo necesitan para dárselo a los que más tienen.

Los más ricos no gastan más dinero cuando más ganan. Ellos ya tienen las casas, coches y lujos que quieren. Arrebatarle el dinero al 90 por ciento más bajo para dárselo al 10 por ciento más rico de hecho reduce la demanda agregada, empujando los precios a la baja.

Tampoco se habla del efecto de los bajos tipos de interés en las ganancias. Los ahorradores –especialmente los jubilados- gastan en función de lo que obtienen por sus ahorros. Los bajos tipos de interés que reducen lo que reciben los inversores reducen su nivel de consumo posterior.

Y esta economía decadente, donde lo único que sube es la Bolsa, es un producto de los bancos centrales que no permiten que una verdadera corrección se lleve lo que mantiene a la economía moribunda. Y, mientras tanto, los hogares cada vez tienen menos trabajos  que pagan menos.

Aquí es donde la estafa realmente duele.

Siguiendo con los Estados Unidos como ejemplo, fijémonos en diez hogares estadounidenses aleatorios. Nueve de ellos tienen menos dinero para gastar hoy de lo que tenían hace diez años. Y el típico trabajador ha sufrido aún más para ganar este dinero.

De acuerdo a un informe del Instituto Brookings, los salarios reales (descontada la inflación) están por debajo de los niveles de 1964. Aquí van las cifras: en 1974, un trabajador medio ganaba 350 dólares por semana de acuerdo a la medida monetaria constante de 1982. Hoy, de acuerdo a esta misma medida, el número se acerca a las 290.

¿Quiere saber de verdad por qué los precios no suben? La respuesta es muy simple: porque la mayoría de la gente no tiene dinero.

¿Y a quién podemos culpar? A los que están detrás de esta estafa, al Gobierno.

Saludos,

Bill Bonner.

Bill Bonner es fundador y presidente de Agora Inc., con sede en Baltimore, Estados Unidos. Es el autor de los libros "Financial Reckoning Day" y "Empire of Debt" que estuvieron en la lista del New York Times de libros más vendidos. 

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