2013/10/04

La coyuntura económica internacional y sus consecuencias macroeconómicas para América Latina y el Caribe

cepalEste documento fue elaborado por la División de Desarrollo Económico de la CEPAL, bajo la supervisión de Juan Alberto Fuentes, Director de la División, y con contribuciones de los siguientes funcionarios: Alejandra Acevedo, Seung-jin Baek, Rodrigo Cárcamo, Jazmín Chiu, Cambiz Daneshvar, Ivonne González, Michael Hanni, Luis Felipe Jiménez, Giannina López, Alexander Loschky, Sandra Manuelito, Ricardo Martner, Ramón Pineda y Jürgen Weller.
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INTRODUCCION
En este documento se identifican los principales rasgos de la actual coyuntura económica internacional y cuáles serían las consecuencias más importantes que tendrían para el desempeño macroeconómico de América Latina. Entre los principales rasgos de la actual coyuntura económica internacional se destacan indicios preliminares de que se ha detenido el deterioro del crecimiento económico mundial, lo cual se estaría reflejando en cierta estabilización del crecimiento del comercio internacional, aunque todavía no se vislumbra con certeza un dinamismo significativo ni del crecimiento del PIB mundial ni del comercio internacional. Como parte de este panorama internacional potencialmente positivo pero aún incierto, se combinan dos tendencias: una vinculada a los efectos de las políticas fiscales aplicadas en los países más afectados por la crisis financiera mundial que estalló en 2008 y otra relacionada con las repercusiones de las políticas monetarias adoptadas por estos mismos países.

Por una parte, perduran los riesgos y una tendencia a restringir el crecimiento de la demanda interna en los países desarrollados, debido a los ajustes implementados con el fin de reducir las persistentes brechas fiscales de Europa, los Estados Unidos y el Japón. Aunque con diferencias, en la mayoría de los países se restringió el gasto público o se aumentaron los impuestos. Por otra parte, se impulsaron estímulos monetarios para facilitar una salida de la recesión. En particular, la Reserva Federal de los Estados Unidos aplicó un programa de estímulos monetarios que consistió en la compra de activos financieros y no financieros del sector privado a cambio de liquidez, lo cual se reflejó en el crecimiento de los agregados monetarios con rezagos variados. Otras economías, como el Japón y el Reino Unido, así como el Banco Central Europeo, han adoptado políticas similares para impulsar una recuperación del crédito en estos países o grupos de países.

Los efectos de las políticas han sido diferenciados. El ajuste fiscal realizado en los países desarrollados ha tendido a reforzar la falta de dinamismo del crecimiento surgida de la crisis financiera mundial, al restringir sensiblemente la expansión de la demanda interna —incluida la demanda de importaciones—, lo que ha repercutido en el escaso dinamismo del comercio internacional. Esta situación, con sus correspondientes efectos multiplicadores en otras economías, como la de China, ha afectado directamente a las economías de América Latina y el Caribe, al provocar una contracción de sus exportaciones, en parte por la caída de los precios de las materias primas exportadas. El menor crecimiento de los países desarrollados también ha perjudicado el flujo del turismo y de las remesas a la región, y la cuenta corriente de la balanza de pagos de umerosos países de América Latina y el Caribe se ha deteriorado, a pesar de lo cual se sigue observando cierto dinamismo —y en algunos casos un repunte parcial— de la actividad económica y del empleo.

A su vez, el aumento de la liquidez internacional resultante de los estímulos monetarios dio lugar a un aumento de los flujos de capitales hacia distintos mercados emergentes, incluida América Latina y el Caribe. Este aumento obedeció a los diferenciales de las tasas de rendimiento previsto, afectados por perspectivas de mayores tasas de interés y de crecimiento económico. En paralelo, la mayor demanda de activos de mercados emergentes se tradujo en presiones a la apreciación de las monedas de dichos países, en especial aquellos con mayor integración a los mercados financieros internacionales y los especializados en productos básicos, que también fueron considerados objeto de inversión por los inversores internacionales.

En mayo de 2013, el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos anunció que, según la evolución de la actividad económica del país y, en particular, del empleo, el programa de compra de activos podría llegar a su fin. Aunque el anuncio era positivo en la medida en que reflejaba cierta reactivación de la economía estadounidense, desencadenó una mayor volatilidad en el corto plazo, por los mayores rendimientos de los bonos de ese país (y de las tasas de interés), las reducciones de los índices bursátiles mundiales y de América Latina, y la mayor volatilidad cambiaria, incluidas presiones que favorecían la depreciación cambiaria en los países latinoamericanos —y emergentes, en general— más integrados a los mercados financieros internacionales. Así, desde mayo de 2013, las primas de riesgo de países emergentes, incluidos los países de la región, se elevaron significativamente. Este aumento reflejó las expectativas de encarecimiento futuro de los recursos externos, al percibirse que tal fenómeno podría tener una mayor incidencia en los países cuyo déficit de la cuenta corriente subiera significativamente, puesto que dependerían en gran medida del financiamiento externo para cubrir esta brecha.

Con el anuncio posterior, en septiembre, de que el fin de los estímulos monetarios se postergaba, los índices bursátiles mejoraron, bajó el rendimiento de los bonos de los Estados Unidos y se apreciaron las monedas en varios países de América Latina con relación al dólar. Persiste el peligro, sin embargo, de que el anuncio del retiro de los estímulos podría reducir la demanda de los activos financieros de estas economías, lo que a su vez tendría efectos negativos en los precios de dichos activos y en la emisión de nuevos instrumentos de mercados emergentes, con el consiguiente aumento de los costos de los recursos externos requeridos para cubrir el déficit de la cuenta corriente y financiar la inversión. Además, la incertidumbre sobre la política fiscal de los Estados Unidos, con la amenaza de que sea más restrictiva en el futuro, junto con el menor crecimiento observado de la economía china, podría tener efectos moderadores sobre los precios de algunos productos básicos. Esto implica que, desde la perspectiva de la necesidad de dinamizar la economía mundial y la de América Latina y el Caribe, el fin de los estímulos monetarios tendría que coincidir con un claro repunte del comercio, que a su vez está vinculado a las políticas fiscales de los paísesdesarrollados, para así compensar los efectos de la volatilidad e incertidumbre financiera generada por elfin —o por el anuncio del fin— de estos estímulos.

Desde la perspectiva de la CEPAL, facilitar el paso de esta transición de poco dinamismo comercial y de volatilidad financiera internacional justifica implementar políticas distinguiendo entre las respuestas orientadas al corto plazo y las de largo plazo. En el corto plazo, el nuevo escenario financiero mundial se caracteriza por las expectativas de mayor rendimiento de los activos de los Estados Unidos y el posible fin del deterioro de las economías desarrolladas. En esas condiciones, es previsible que se produzca un reequilibrio de carteras de inversión en favor de activos financieros de esos países, en particular de los Estados Unidos. Generalmente, ello ocurre en forma rápida y eleva de forma exagerada las variaciones de corto plazo en precios clave, como el de los productos básicos de exportación, y en el tipo de cambio. En cierta medida, esta readecuación de carteras ya se ha producido, como lo reflejan las salidas netas de los componentes más variables y líquidos de la cuenta financiera de la balanza de pagos en varios países de la región (los pasivos netos de otras inversiones, que incluyen depósitos transfronterizos y líneas de crédito). Pero no puede descartarse que durante los próximos meses esa salida de recursos se mantenga, si bien no con la misma intensidad, puesto que los flujos más volátiles ya habrían salido.

En la medida en que exista credibilidad en el sistema cambiario (es decir, que el nivel del tipo de cambio nominal observado no se encuentre muy alejado de lo que correspondería según sus determinantes fundamentales), la respuesta de corto plazo debería tener dos orientaciones: i) emplear las reservas internacionales, manteniendo las reglas de salidas y entradas de flujos financieros, para reforzar la confianza en el sistema y prever salidas abruptas ocasionadas por expectativas de modificaciones del régimen cambiario, y ii) moderar las fluctuaciones más bruscas del tipo de cambio, por su posible efecto tanto en la inflación como en las expectativas, muchas veces autoalimentadas, de devaluación.
En el mediano a largo plazo, en la medida en que se materialice el mayor crecimiento en los países desarrollados y su política monetaria sea menos expansiva, es previsible un fortalecimiento de sus monedas. Ello representaría una corrección hacia el reequilibrio tras las distorsiones creadas por el aumento sin precedentes de la liquidez global proveniente de países desarrollados.

La recomendación general sería aceptar gradualmente este nuevo escenario, permitiendo que el tipo de cambio refleje la tendencia a una depreciación de las monedas de los países menos desarrollados. Si bien ello puede significar el encarecimiento relativo de ciertos bienes necesarios para el consumo y la producción interna, en contrapartida permite recuperar parte de la competitividad perdida por los sectores transables (exportables e importables) de las economías de América Latina y el Caribe. Esta recomendación de la política cambiaria debería enmarcarse dentro de una perspectiva de largo plazo centrada en favorecer la inversión en la diversificación de la producción de los sectores transables, con lo cual se transitaría de una situación en que el crecimiento está anclado principalmente en la expansión del consumo a una situación en que la inversión y las exportaciones aumenten su contribución al crecimiento en un contexto de creciente igualdad.

Evaluaciones de la CEPAL sugieren que la productividad laboral en América Latina y el Caribe depende tanto del monto y destino de la inversión como de la heterogeneidad estructural que existe en la región. En cuanto al incremento de la productividad y como base del crecimiento futuro, la CEPAL ha recomendado impulsar la inversión dirigida a favorecer el aumento de la producción y de la diversificación de bienes y servicios transables sobre la base de pactos que involucren al Estado, al sector privado y a las organizaciones sociales, mediante arreglos institucionales y la implementación de políticas de corto y largo plazo. Como parte de este proceso, sería fundamental aprovechar la demanda regional surgida de la expansión del consumo que se ha observado en América Latina y el Caribe en los últimos años, ya que podría ser el punto de partida de un proceso de integración basado en la expansión dinámica de las inversiones y de las exportaciones intrarregionales.

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