Actualmente, la gente no ve en el sector financiero las hábiles manos de los "maestros del universo" de antes, sino las ávidas manos de los codiciosos ingratos. No es ninguna sorpresa entonces que el presidente Obama, golpeado por los votantes de Massachussets, se haya enfocado en un grupo aún más impopular que su partido. Consecuentemente ha agregado el hacha de Paul Volcker (82), el ex presidente de la Reserva Federal, al escalpelo regulatorio de su secretario del Tesoro, Tim Geithner.
Volcker está proponiendo una versión de la distinción entre banca comercial y banca de inversión introducida en EE.UU. por la ley Glass-Steagall de 1933. Al anunciar su nueva propuesta a mediados de enero, Obama calificó como una "regla Volcker" que "ya no se les permita a los bancos ser dueños, invertir o patrocinar hedge funds, fondos de capital privado, u operaciones de corretaje propietario para su propio beneficio, que no esté relacionado con la atención a sus clientes". Más aún, agregó el presidente: "también estoy proponiendo que evitemos una mayor consolidación de nuestro sistema financiero".
Es fácil entender la política detrás de esto. El rescate del sistema financiero ha tenido éxito. Pero el endeudamiento en todos los sectores, salvo el gobierno, es negativo. No está claro cuánto de esto se debe a la renuencia de los bancos a prestar o el rechazo del sector no financiero a pedir prestado. Yo asumo que ambas fuerzas están actuando. Tal como McKinsey Global Institute recordó en un reciente reporte, el desapalancamiento puede tomar varios años. El contraste entre unas finanzas sólidas y una economía débil es inevitable en las primeras etapas de una recuperación post crisis. También es desesperadamente impopular.
Pero pese a lo comprensible de la política, es mucho menos evidente que los cambios propuestos sean buenos.
Un punto tiene que ver con el proceso. Tras un par de años en que el mundo se ha enfocado en soluciones muy distintas, el gobierno más poderoso de todos ha introducido nuevas e inquietantes ideas. Si estas ideas son buenas, esta incertidumbre no debería tener un alto costo. Pero si el resultado es dificultar la aprobación de reformas en EE.UU. o acordar reformas con otros países, los costos podrían ser altos. La incertidumbre inyectada al sistema financiero, en momentos en que la predictibilidad ha regresado, podría ser el mayor costo.
Otro aspecto es que al menos una parte de esas reformas -y posiblemente todas- van a resultar inaplicables fuera de EE.UU. y crearán así dificultades de coordinación internacional. Muchos países de Europa continental, por ejemplo, no sólo están comprometidos con el modelo de banco universal, sino que les gustan los bancos muy grandes. Podría ser posible convencerlos de aceptar separar las operaciones propietarias de otras actividades. Pero las limitaciones al tamaño, sospecho, están fuera de toda discusión. La pregunta, entonces, es cómo podrían afectar esas reglas a instituciones que ahora son globales.
Pero el punto más importante es si las ideas de Volcker son buenas en sí mismas. ¿Son estas nuevas propuestas deseables, factibles o relevantes?
En lo primero, mi respuesta es: sí. Es deseable que se impida que las instituciones exploten explícita o implícitamente garantías para realizar inversiones especulativas de escaso beneficio económico. El espectáculo de empresas lucrando con actividades de cuyas consecuencias deben ser rescatados y por cuyo impacto el público aún está sufriendo las consecuencias es incómodo.
Claramente sería mucho mejor si se pudiera reducir las instituciones financieras sin excesivas alteraciones, porque no son muy grandes ni muy interconectadas con el resto del sistema financiero.
Luego, ¿son estas ideas factibles? Aquí es donde aumentan las dudas. ¿En verdad sería posible trazar una línea y garantizar que se respete, entre las legítimas actividades de los bancos y actividades "no relacionadas con la atención a sus clientes"? Si se alienta a las instituciones a prestar a los consumidores, ¿se les debe permitir securitizar y vender esos préstamos? ¿Se les debe permitir contratar coberturas para los riesgos de esos préstamos? Si la respuesta es no, ¿por que no? Y si la respuesta es sí ¿cuándo se convierte esto en especulación? Cómo debe medirse el tamaño de un banco global? ¿En relación al mercado global, al mercado de cada país donde opera, o de otra forma? ¿Y qué pasará con los bancos extranjeros que operan en EE.UU.?
Finalmente, está la mayor incógnita de todas, que tiene que ver con la relevancia de estas ideas. No hay duda de que las instituciones que reciben depósitos son especiales. Ofrecen servicios irreemplazables para el público y la economía. Pero, como la experiencia nos ha demostrado, la mayor parte del sistema financiero que evolucionó, particularmente en EE.UU., en parte para evadir los requisitos de capital diseñados para hacer los bancos más seguros, también tienen una importancia vital. Como destacó en un reciente e importante discurso el vicegobernador del Banco de Inglaterra, Paul Tucker, "la banca sombra" (instituciones financieras no bancos) también tuvo que ser rescatada. Cualquier institución que prometa pagar obligaciones demandadas, y al mismo tiempo, invertir en activos de mayor plazo o riesgo, tiene características de banco y es vulnerable a una corrida. La lista resultó ser muy larga: fondos de money market (deuda de corto plazo); firmas financieras; vehículos de inversión estructurada; y corredores de valores (como Lehman). Como destaca Tucker, los fondos de money market eran por sí solos igual de grandes que los depósitos de transacciones de todos los bancos de EE.UU.
De modo que el gobierno de EE.UU. no puede prometer de forma creíble que hará los bancos más seguros, dejando a este gran bosque de instituciones sombra fuera del mercado. Eso sólo sería posible si pudiera separar los bancos del sistema sombra y no se preocupara de lo que les pasara a estos últimos. Así que si el gobierno de verdad a impulsar reformas estructurales, deberán ser substancialmente más radicales.
Yo admiro a Volcker y apoyo con fuerza su deseo de desarrollar un sector financiero que sea capaz de sustentar una economía más amplia, en vez de generar grandes ganancias a partir de actividades que tienen altas probabilidades de desestabilizarla. Igualmente, concuerdo en que parte de la solución es estructural. Pero estas propuestas son, en aspectos importantes, impracticables, no deseables e irrelevantes para la tarea a realizar. El presidente puede estar desesperado. Pero aún se necesita mucho trabajo más.
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