Menos Producto, más desempleo y la credibilidad afectada se cuentan entre las consecuencias de esto
Tanto el Ministerio de Hacienda y el Banco Central son lo llamados a conducir la política económica y monetaria del país, respectivamente; objetivo para el cual es indispensable contar previsiones lo más acertadas posibles; entendiéndose aquello como una verdadera brújula para el mercado doméstico. Y es que su labor redunda en el cometido de la actividad y, por añadidura, en el bolsillo de los ciudadanos.
Tal premisa, sin embargo, no ha sido aplicada siempre en Chile. Sin ir más lejos, en enero de este año, cuando la crisis subprime llevaba ya cinco meses de evolución y los precios de los commodities estaban en un rally alcista, el ente rector, presidido por José de Gregorio, pronosticó en su Informe de Política Monetaria (IPoM) una inflación a diciembre de 4,5% para el ejercicio. A poco más de 30 día de culminar el ejercicio, el IPC se ha más que duplicado respecto de tal estimación.
Por su parte, Hacienda, a cargo de Andrés Velasco, consideró en el erario 2008 que el Producto se expandiría 5,3%, superior al rango de 4,5% - 5,5% anticipado a inicios de año por el ente rector. Hoy, cuando la crisis financiera arrastra hacia un ciclo recesivo a naciones desarrolladas, la expansión doméstica está al borde de ubicarse bajo el 4% y las expectativas privadas para 2009 apuntan a un magro 2%-3%, inferior, una vez más, que las perspectivas de la autoridad económica incluidas en el plan de gasto fiscal para el ejercicio.
BRUJULA
AFINADA
Según Pablo Wagner, de la Universidad del Desarrollo, la seriedad y rigurosidad de estas instituciones públicas debe ser acompañada de una visión no sólo más detallada, sino que también de “un vínculo más cercano con los agentes”.
Consigna que las cifras del órgano emisor inducen a yerros, ya que “sirven de base para los presupuestos de las compañías y, por lo tanto, si las proyecciones no son buenas, los postulados de las empresas se desviarían y las decisiones tomadas en un principio estarían sesgadas”. Añade que las diferencias descritas operarían sobre “las estrategias comerciales de una firma o en la de cobros de las organizaciones financieras, por ejemplo. Y eso, obvio, es menos PIB y más desempleo”.
José Yáñez, de la Universidad de Chile, coincide. Declara que las determinaciones de los agentes “indudablemente pueden verse afectadas, en la medida que crean con firmeza en las previsiones de mediano plazo”.
El economista Enrique Goldfarb incorpora otro aspecto de incertidumbre en la discusión. “Los bancos no saben a quién prestarle. Y no los culpo, pues es el Gobierno el que tiene que orientar las capacidades de esas instancias (…) para que la máquina del crédito vuelva a andar”, sentencia.
Si bien Cecilia Cifuentes, de la Universidad de Los Andes, asegura que el elemento de análisis no incidiría significativamente en el desembolso público, sí podría hacerlo “en el superávit o déficit efectivo que pueda darse”. Complementa que los números del Producto de Hacienda y el de IPC del Central tienden a ser más optimistas porque influyen en las expectativas. Y manifiesta que este último “no debería seguir esa línea, pero lo ha hecho en relación con el crecimiento, perdiendo credibilidad. Ahí habría que tratar de ser lo más certero posible”.
Ante las sistemáticas críticas en este plano, el Central, en su Ipom de enero, argumentó que la política monetaria es compleja y rodeada de incertidumbre, entre otras razones, por lo imperfecto de la información conocida. “Ello hace que en la evaluación que realiza el consejo de los cursos posibles de acción se ponderen especialmente los riesgos en torno al escenario base. Esto puede conducir a episodios en que la evaluación no coincida con la del mercado”.
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