2013/12/07

De cobres y monoproducción



Repensando las variables

Hasta ahora el país ha sido el alumno adelantado de la región, aunque ya no brilla con los bríos de la década de los 90. Sin embargo, las cada vez menores estimaciones de crecimiento hacen pensar si se está en la senda correcta.

Alejandra Lizana, Santiago de Chile*
 

Pensemos en Chile como si fuera una familia, donde la mayor parte del ingreso lo trae al hogar uno de los progenitores, mientras que el porcentaje restante, bastante menor, viene del esfuerzo del otro.

En la analogía, quien aporta mayoritariamente los recursos para el desarrollo del país es la minería, específicamente el cobre, mientras que el diferencial más bajo es puesto por otras áreas productivas.

Ante esta situación, queda claro que el boom del salitre –que luego de la primera Guerra Mundial fue reemplazado por el salitre sintético, significando altas tasas de cesantía en Chile y una de las peores crisis que haya vivido esta economía- no fue suficiente para que el país aprendiera totalmente la lección sobre los peligros de ser monoproductor.

Por estos días, si bien se han hecho intentos por revertir la ecuación, la economía chilena depende en gran parte de lo que ocurre con la minería, específicamente con el cobre.

Veamos los números. Para Chile las exportaciones del sector minero representan un 53,8% de los envíos al exterior y basta una variación diaria a la baja en el precio del metal rojo para que el dólar repunte ante la moneda local. Ni hablar que en medio de los recortes a las proyecciones económicas para 2014 se sumó una baja en la estimación de los expertos sobre el precio del metal rojo desde US$ 3,43  a US$ 3,14, diferencia que puede parecer marginal pero que en la práctica pueden ser cientos de millones de dólares.

En el caso puntual de las exportaciones, los envíos de cobre totalizaron a 2012 US$ 42.184,1 millones, mientras que los no cobre llegaron a US$ 36.092 millones, y si bien el panorama ha mejorado desde la década de los 70 hasta ahora (cuando las exportaciones ligadas a la minería alcanzaban el 85% del total nacional), la ecuación sigue dando como resultado un país monoproductor.

Desde la década de los 80 hasta ahora hemos visto cómo se cierran empresas de producción local, cómo barrios que estaban antes plagados de microempresarios que producían sus propios textiles, cambiaron hasta convertirse en zonas de importadores asiáticos que venden productos a bajo precio.

Ni hablar del cierre de grandes compañías que tenían áreas productivas en el país. Por ejemplo, en 2008 General Electric abandonó la producción de ampolletas en el mercado chileno por falta de competitividad y sustituyó esta línea de producción local por importaciones. También lo hizo General Motors que cerró definitivamente su planta de Arica el mismo año.

Al ver las cifras de la producción industrial en relación al Producto Interno Bruto (PIB) queda claro este cambio, mientras en 1975 la industria representaba el 17% del PIB de Chile, al cierre del 2012 su peso era sólo del 10%.

Así en momentos en que el Banco Central acaba de recortar su proyección de crecimiento para este año a 4,2% y rebajó la estimación para 2014 a un rango de entre 3,75% y 4,25%, aduciendo entre las causas de este nuevo recorte una merma en la producción minera, cabe preguntarse si tal vez lo mejor para que el país se asegure un “futuro esplendor” sea repensar la estrategia productiva de Chile e impulsar sectores que están rezagados, abandonados o definitivamente olvidados. No vaya a ser que no haber aprendido la lección del salitre le pase la cuenta en el mediano plazo.

Para adelantarse, la revista Inversor Global y el reporte de recomendaciones Crisis & Oportunidad son una respuesta.

Saludos,

Alejandra.

*Periodista. 

 

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