La decisión de Standard & Poor´s de elevar la clasificación de deuda
al nivel más alto de su historia, lo que nos coloca en el mejor lugar
de la región, viene a sumarse a otras cifras del año que termina que
permiten reforzar la tesis de que el malestar de Chile no es otro que un
reclamo por más mercado.
Nos referimos a nuestro ingreso al
grupo de las diez economías que más crecerán en 2013, según el ranking
Ernst & Young y Oxford Economics o a la tendencia al alza de la
inversión extranjera. Datos tan halagüeños, por otro lado, coexisten con
otros en un territorio que los convierte en espejismos. Según la
Fundación Sol, en base a la Casen 2011, la brecha de ingresos autónomos
entre el 10% más rico y el 10% más pobre de los hogares es de 35,6
veces; existen 497.331 trabajadores pobres y el 75% tiene un trabajo
asalariado y el endeudamiento de los hogares es cerca del 60% del total
de ingresos disponibles, donde el quintil de más bajos ingresos tiene
una carga financiera (proporción del ingreso mensual que se destina a
pagar deuda) del 39%, versus el 21,5 % del quintil de más altos
ingresos.
En materia de igualdad de género, hemos bajado 40
lugares en el ranking del Foro Económico Mundial y la nueva Encuesta
Suplementaria de Ingresos reveló que la brecha salarial por sexo aumentó
de 32,8% en 2010 a 34,5% 2011.
Hay más datos que quitan el
sueño: la prueba TIMSS nos coloca entre los países con más bullying o
violencia escolar, ocupamos el segundo lugar con la tasa más alta de
aumento de suicidios adolescentes y aumentaron las denuncias por
maltrato a personas de la tercera edad en 71,3%.
Frente a esta
esquizofrenia se alzan voces que, con distintas motivaciones, advierten
acerca de nuestra precaria productividad y de una persistente demanda
china por cobre que, a la vez que inhibe decisiones de diversificación
productiva, tampoco tiene segura su respuesta como producto de los
desafíos ambientales que los proyectos mineros se ven obligados a
atender.
Lo concreto es que crecemos, sí, pero sacándole el
bulto a medidas inevitables para proyectarlo a generaciones futuras y
sin absolver el descontento por la modalidad del crecimiento. Una
educación que añada valor con inclusión y ciudadanía junto con la
diversificación energética son algunas de ellas. ¿Se podrá, durante el
año 2013, con las primarias, avanzar en estos dilemas? Sus promotores
abrigan la esperanza de aumentar, por ese medio, la participación y la
competencia, aunque tampoco faltan los que buscan poner un freno a la
crítica ascendente que recibe el binominal.
Pero las preguntas
son otras: ¿serán sólo un placebo, un termómetro de popularidad que
eluda la crítica al discurso legitimador de mercado que, con el lucro en
la educación, introdujo el movimiento estudiantil?, ¿o posibilitarán
los liderazgos que le formulen al país las preguntas incómodas, así como
posibles vías de salida, que el cambio de ciclo de nuestra política
parece demandar? No está tan claro. Algunos, al parecer, prefieren una
cómoda medianía o esperar a un desmoronamiento.
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