José Antonio Rojas Nieto
En el mes de julio, nuestros vecinos rompieron un récord. Muy lamentable, pero al fin y al cabo un récord. El promedio de semanas que un trabajador tarda en encontrar empleo llegó a 40.4. Es cierto que hasta el mes de julio había venido decreciendo –muy pero muy ligeramente– la tasa de desempleo oficial. Del máximo reciente de 10.1 por ciento registrado en el mes de octubre de 2009, ya se había logrado disminuirla un poco y alcanzar en marzo de este año 2011 el 8.8 por ciento de desempleo oficial.
Pero, de nuevo, el desempleo ha crecido. Y en julio alcanzó 9.1 por ciento. Del mes de octubre de 2009 a marzo de este 2011, las entradas y salidas del mundo laboral activo habían representado un saldo a favor de los incorporados al trabajo: cerca de un millón y medio de personas. Pero de abril a julio de este mismo año, este mismo movimiento de entradas y salidas ha representado una expulsión de 600 mil personas de su actividad laboral.
Así, si reiteramos el dato inicial, tenemos que reconocer que el tiempo promedio que han tardado en incorporarse al trabajo los que buscan empleo ha llegado a la dramática cifra de 10 meses. ¿Se imagina usted el drama familiar que representa para quienes viven esa realidad, la mayoría de ellos, jóvenes, negros y afroamericanos, hispanos y latinos, muchos de ellos imposibilitados para recibir un seguro de desempleo que apenas cubre a poco menos de 4 millones de personas?
El desempleo oficial para el caso de los jóvenes entre 16 y 19 años es de 25 por ciento. En octubre de 2009 alcanzó 27.1 por ciento. ¿Tremendo, no cree? Casi uno de cada tres jóvenes que buscaban empleo no lo tenían. Hoy, uno de cuatro o 25 de cien no lo tienen. ¡Dramático dato! ¡Dramática situación!
Para el caso de hispanos el desempleo en julio de este año 2011 fue de 11.3 por ciento. Había llegado en octubre de 2009 a 13.1 por ciento. Menor pero también alto. ¿No cree? Pues es más alto para el caso de los afroamericanos, 15.9 por ciento. Luego de haber llegado a 16.5 en marzo y abril de 2010. Es el sector que ha conservado más tiempo sin cambios fuertes su pésima situación laboral. Para el caso de los asiáticos la tasa de desempleo actual es del 7.7 por ciento. Y para el de los blancos de 8.1 por ciento. Finalmente, para el caso de mujeres de 20 años o mayores, la tasa es de 7.9 por ciento. Había sido de 8.2 a finales de 2009 y principios de 2010. También no ha registrado grandes variaciones.
Ahora bien, si a los desempleados oficiales sumamos los que tienen un empleo precario o que trabajan de tiempo parcial, el volumen de desempleados llega a 16.1 millones de personas. En octubre de 2009 casi alcanzó los 17 millones y medio de personas. Y había bajado en marzo de este año a 15.7 millones. Pero –como en el caso del desempleo estricto– lleva cuatro meses con más y más personas. Hay esferas como la de la construcción que en términos de empleo no han experimentado ningún tipo de mejoría desde hace varios años. Y las de productos duraderos habían experimentado una lentísima recuperación y, nuevamente, tienden a empeorar aceleradamente.
Esto se confirma con las tasas cada vez menores con las que se recupera la producción industrial. Y que amenazan seguir disminuyendo o, incluso, volver a ser negativas, lo que retrasaría aún más llegar a los niveles máximos logrados a finales de 2007. ¿Qué tanto? Nuevas estimaciones retrasan la obtención de esos niveles a finales de 2013 o, incluso, de 2014. Lo confirman los niveles de capacidad industrial instalada –que prácticamente sigue estancada– y de capacidad industrial ociosa, que pese a que ya trascendió el dramático nivel de 33 por ciento de mayo de 2009, aún tiene una alta desocupación de la capacidad industrial instalada: 23 por ciento.
Todo esto en conjunto –y, sin duda, la dramática situación financiera no sólo estadunidense sino mundial– representaría un ciclo de descenso y recuperación de entre seis y siete años para alcanzar o llegar –exclusivamente en términos de la producción industrial– al máximo nivel anterior, el de finales de 2007. Pero –siempre un pero– con una población no sólo más pobre, sino más endeudada y con menor nivel de empleo y –como seguramente podremos comentarlo pronto– menor nivel de ingreso. Y peor, pero mucho peor, calidad de vida, no obstante que se trata –nunca hay que olvidarlo– de los campeones del capitalismo.
Ese remedo de organización de la vida material, tan defendido allá, pero –desgraciadamente– también aquí. ¡Qué pena! ¡Qué gran pena!
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