2010/05/31

Ángela Merkel comienza a sonar cada vez más como Margaret Thatcher

Alemania se contagió de la enfermedad británica. Si la dolencia persiste, Europa está perdida. La UE aprendió a vivir con la tendencia británica a hacer cuentas. No sobrevivirá a la decisión de Alemania de iniciar un proceso en el que para que unos ganen tengan que perder otros.

Los inversionistas internacionales que han puesto en jaque a la eurozona hacen dos apuestas que se apoyan mutuamente. Una sobre la economía -los datos duros de los déficit presupuestarios, los ratios deuda/PIB y la deuda soberana de alto riesgo-. La otra es sobre política -aspectos intangibles como el liderazgo y la voluntad política-.

La primera de las apuestas dice que Grecia no podrá pagar su deuda; y que España y Portugal podrían encontrarse en la misma situación. Los esfuerzos por poner en orden sus economías sumirán en la deflación a alguno o todos estos países y la austeridad resultará entonces contraproducente. Este parece sin duda el caso de Grecia, donde los datos sugieren que le resultará imposible evitar la reestructuración de su deuda. Además, el impacto de un impago sobre el sistema global asusta. 

La segunda apuesta gira en torno al liderazgo en las capitales del continente. Los mercados calculan que los gobiernos carecen del compromiso político común para garantizar la estabilidad de la divisa única. 

Los líderes de la eurozona acordaron crear un fondo de liquidez de 750.000 millones de euros para apoyar a los miembros más débiles; y el Banco Central Europeo ha sacrificado su pureza ideológica para tranquilizar a los inversionistas en bonos. Sin embargo, cada paso en defensa del euro ha venido precedido por evasivas y seguido de recriminaciones. En consecuencia, pende un interrogante sobre el futuro a largo plazo de la unión monetaria.

En cierto sentido, el debate actual gira en torno a si los gobiernos están preparados para aceptar una coordinación de las políticas económicas más estrecha dentro de la eurozona. Algunos llaman a esto unión política, otros unión económica. Algunos (principalmente Alemania) quieren un nuevo régimen severo que castigue el despilfarro. Otros replican que los países que han acumulado grandes superávit externos (una vez más, Alemania) tienen que contribuir a reequilibrar la economía europea.

Parece obvio que la gestión eficaz del euro requerirá en el futuro mayor interferencia mutua en las políticas económicas nacionales. Pero la naturaleza y equilibrio concretos de estas medidas carecerán de relevancia a menos que reflejen una presunción más básica de los intereses comunes. El euro sólo tendrá futuro mientras los inversionistas crean que el compromiso de los gobiernos es incuestionable.

Y es aquí donde entra la enfermedad británica. Durante sus cuatro décadas como socio, Reino Unido ha sido el miembro más incómodo y difícil de la UE. El error que más ha contribuido a dificultar la relación de Reino Unido con sus socios europeos ha sido la creencia de que las ventajas y desventajas de ser miembro pueden calcularse con un ábaco. Sume cuánto dinero entrega el gobierno a Bruselas; calcule lo que se recibe a cambio y, ¡listo!: los beneficios, o más bien los costos, son visibles para todos. 

La realidad es muy distinta. El valor de la UE para el Reino Unido es el de multiplicar su influencia. Pero el germen se estableció a principios de los "80, cuando Thatcher demandó a sus colegas europeos que le devolvieran "su dinero". En realidad, la contribución británica al presupuesto de Bruselas era excesiva. Pero la forma en la que Thatcher pidió el reembolso reemplazó un debate sobre Europa por un discurso centrado únicamente en libras y peniques. El debate británico asumía que en Europa había ganadores y perdedores: todo lo que ganaba Bruselas se le restaba a Westminster. Merkel, que muestra el mismo convencimiento que la Dama de Hierro de que Alemania no debería seguir pagando las cuentas europeas, hace gala de su propio modelo de las virtudes del ahorro provincial. 

El enfado de Berlín, por supuesto, pasa por alto el hecho de que Alemania fue uno de los primeros en incumplir el pacto de estabilidad y crecimiento, o que los bancos alemanes se incluyen entre los principales compradores de deuda subprime. También olvida las inmensas ventajas -económicas y financieras- que obtiene Alemania de su pertenencia a la Unión. Pero esto es lo que sucede cuando los gobiernos quieren trazar líneas divisorias entre sus intereses nacionales y europeos.

El modo de pensar de Thatcher ha convertido a Reino Unido en un miembro distante de la UE: siempre reacio a una mayor integración. El nuevo gobierno de David Cameron no tiene nada interesante o constructivo que decir sobre Europa.

Para ser justos, Merkel se aleja en ocasiones de la invectiva anti europea de los tabloides para defender la pertenencia de Alemania al bloque. Pero el esfuerzo es defensivo y tibio. La lección que se puede extraer de Reino Unido es que una vez que el debate sobre Europa se formula en términos de los registros en el libro de contabilidad de una tienda de barrio, la batalla está perdida. No sorprende que los mercados apuesten contra el euro.


DiarioFinanciero.com

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