2010/08/02

Alan Greenspan: "No me gustaba ser solista"

Escapando del calor del verano, entro contento al interior fresco de Tosca, un restaurante italiano en el distrito lobbysta de Washington DC. Ubicado entre el Capitolio y la Casa Blanca, y en el vecindario de algunas de las consultoras políticas más poderosas de Estados Unidos, es conocida por ser escenario de acuerdos políticos y negociaciones del más alto nivel. La leyenda dice que fue aquí que Tom Daschle pasó una cena de cinco horas convenciendo a Barack Obama de que postulara a la presidencia de Estados Unidos.

Un segundo después entra Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos. Por casi dos décadas, fue una de las personas más poderosas en Washington, y ciertamente en el mundo, y para muchos se convirtió en un símbolo de la economía global en los días antes de que todo se echara a perder. 

Greenspan, de 84 años, habla suavemente, pero con rapidez. Le hablo de la fama del restaurante y luce divertido. "Mi esposa lo sugirió". Está casado con Andrea Mitchell, editora de relaciones exteriores para NBC, de quien dice que es sociable y un buen complemento a su carácter más reservado. Pregunta si puede pagar. Le explico que las reglas son que el FT paga la cuenta. Sonríe ampliamente: "entonces, sí existe el almuerzo gratis".

No es una visión que se escuche con frecuencia entre los banqueros centrales. Pero por gran parte del período de Greenspan en la Fed -fue presidente desde poco antes del colapso del mercado bursátil en 1987 hasta 2006- parecía ser verdad. La economía creció, el mercado accionario subió, los precios de las viviendas subieron y Wall Street se enriquecía. Un año después de entregar el timón a Ben Bernanke, comenzó una crisis de crédito que se convirtió en una crisis financiera global y todo el sistema de capitalismo financiero, del cual Greenspan había sido un poderoso abogado, amenazaba con devorarse a sí mismo.

Críticos que pensaban que Greenspan estaba encantado por la libre empresa y los mercados financieros cantaron victoria. Él ha estado rumiando las implicaciones de lo que pasó y sintetizando un argumento. Antes de la reunión, me envió un documento de 46 páginas que escribió sobre la crisis.

"¿Empezamos?" Se refiere a la entrevista, no a la comida. Antes de pedir ya revisamos la casi imposibilidad de ser capaz de predecir la crisis financiera global, los supuestos bajo la regulación financiera, los paralelos con el pánico financiero de 1907 y el impacto del final de la guerra fría en las tasas de ahorro global. 

Aunque dice no hablar en oraciones completas, su estilo es medido, precios y académico, aunque plantea sus puntos con fuerza, apretando la mesa mientras habla.

Ha admitido haber estado "30% equivocado" en su mandato en la Fed, en especial al asumir que bancos e instituciones financieras revisarían la solvencia de las personas con las que hacían negocios. Pero su plan actual para evitar una repetición de la crisis sigue siendo light: hacer que los bancos tengan más capital para respaldar las colocaciones, exigir más garantías que cobrar si las transacciones financieras salen mal y tener más efectivo a mano para emergencias.

En caso extremo, dice, los bancos podrían ser desmembrados por ley si son demasiado grandes para quebrar sin arrastrar al sistema financiero. Retiene la fe en los mercados y no cree que el capitalismo financiero de estilo estadounidense vaya a ceder terreno al modelo socialdemócrata europeo, más regulado. 

La otra parte de su historial recogido por los críticos, en especial los demócratas, es su apoyo a dos rondas de recortes tributarios. Una semana antes de la entrevista, con la mirada puesta en el enorme déficit fiscal de EE.UU., dijo a un periodista que apoyaba revertir esos recortes. Su explicación es cuidadosa: primero, las proyecciones públicas y privadas entonces anticipaban excedentes fiscales, así que el recorte era sensato. Segundo, advirtió entonces que el segundo recorte debía ser condicional al modo en que evolucionaran la economía y las finanzas públicas, lo que no pasó. Tercero, subestimó cómo sus palabras se usarían para justificar una reducción indiscriminada de impuestos.

Con lo formal atrás, me muevo a lo personal. Cuando era presidente de la Fed, tenía a docenas de los economistas más inteligentes del mundo como recurso y conversaciones sin fin con colegas y contrapartes en todo el mundo. ¿Cuánto le costó dejarlo?

La respuesta no es enorme. Echa de menos las reuniones periódicas que solía tener con funcionarios de la Fed, hablando de lo que fuera que le interesara ese día. También los desayunos con Larry Summers. "Lo pasamos muy bien. Sé que hay muchos que piensan que a veces es demasiado duro, pero es inteligente. Larry es de verdad inteligente".

Pero tiene mucho trabajo que lo mantiene ocupado. Antes de unirse a la Fed tenía su propia consultora económica y desarrolló un conocimiento fundamental de oscuras series de datos y estadísticas. Al terminar su carrera de banquero central, volvió directamente a eso, con un puñado de empleados y el poder de la computación y la videoconferencia, tecnologías de las que habla casi con reverencia. Su trabajo implica data-mining del tipo más preciso.

Habla con entusiasmo de construir una serie de datos que le permita monitorear mes a mes la rentabilidad de las empresas estadounidenses no financieras. "Es el tipo de cosa que he estado haciendo por generaciones", dice, y la referencia al período no es una exageración.

Cuando habla de estadísticas e investigación, Greenspan se relaja y se vuelve casi expansivo. Tengo la sensación de que, aunque amaba su trabajo en la Fed, una vida más privada e instrospectiva se ajusta más a su personalidad. "Aún soy introvertido", dice. "Por sicología, soy más asistente que autoridad". Durante su breve carrera inicial como músico de jazz profesional, por ejemplo, dice: "era un buen acompañante, pero no me gustaba ser solista". Por cierto, aunque lo intento, me cuesta imaginarlo tocando el clarinete en los nublados clubes de jazz en su Nueva York natal en los "40. Y aunque le preocupa su legado, parece haber verdad en sus protestas de que otras personas pasan más tiempo preocupándose por su historial que él mismo. "Estoy tan obsesionado con lo que estoy haciendo, que no creo tener tiempo para preocuparme por eso", dice. "Que otros lo hagan, yo estoy ocupado".

DiarioFinanciero.com

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