2010/07/30

La amenaza fantasma

La sustentabilidad es la nueva estrategia de negocios. Este patrón de conducta está cambiando la forma en que hacemos sociedad, crecemos economicamente e interactuamos con el medio ambiente. Y si bien está generando nuevas áreas y fuentes de producción, también tiene su lado amargo. Por Marta Lillo.

Acuñada por la Comisión Brundtland de Naciones Unidas en 1987, la sustentabilidad está cambiándole la cara a la economía mundial; especialmente, su corriente ambiental. Casi 30 años después, es la línea base de regulaciones, tendencias y modas, y está rigiendo la forma en que consumimos, estudiamos y trabajamos. En fin, vivimos.

Pero este nuevo patrón de conducta tiene sus pros y sus contras. Todavía se manifiestan de forma dispersa, puesto que no existe aún un marco mundial que ordene el recorrido del camino sustentable si uno es desarrollado o todavía emergente. Por el momento, lo hace cada nación por su cuenta o mediante alianzas comerciales o políticas.

El empresariado global está a la espera de que las economías se pongan de acuerdo porque, precisamente, esas políticas ambientales regirán la producción económica mundial, y son iniciativas que deberán en parte ser costeadas por el sector privado.

El consenso está en que las oportunidades de negocio son tremendas en la transformación verde de una economía. McKinsey sitúa a la sustentabilidad ambiental como una de las fuerzas globales que presionarán el crecimiento del mundo emergente.

Pero como en todo orden de cosas, es en períodos de ajustes cuando surgen señales positivas... y negativas.


Vulnerabilidad del comercio internacional

Es la amenaza que más preocupado tiene al empresariado mundial. Porque, tal y como en septiembre la Comisión Económica para América latina y el Caribe (CEPAL) advertirá en su cumbre anual de huella de carbono, el mayor temor entre los privados es que si no se armonizan los criterios de protección del medio ambiente, el desorden puede restringir el comercio internacional.

La cadena es simple: cada vez más, los consumidores exigen que los productos contabilicen su impacto ambiental. Sus respectivos gobiernos pedirán que esto se traduzca en una huella de carbono, de agua o ecológica, que evidencie un proceso de producción más eficiente. Las economías de Francia, Estados Unidos y Japón están comenzando a internalizar esta tendencia con normas y medidas como impuestos de carbono, programas de transacción de derechos de emisión y barreras técnicas que incluyen exigencias sobre niveles de eficiencia energética. Como explican Joseluis Samaniego –director de la División Desarrollo Sostenible y Asentamientos Humanos de CEPAL– y Heloísa Schneider, de la división de Desarrollo Productivo y Empresarial–, esto puede impactar sus actuales relaciones comerciales con regiones como Latinoamérica, porque podría dar pie a prácticas proteccionistas si la regulación no es clara.

Casos evidentes todavía no se han dado, pero varios ejemplos rayan entre situaciones de dumping ambiental o de verdadera protección al medio ambiente. Entre 2001 y 2008, la Unión Europea impidió el ingreso de unos focos fluorescentes de eficiencia energética producidos en China, tras una demanda del fabricante alemán de luces Osram. No es el único caso: EEUU aplica un arancel al bioetanol de caña producido en Brasil.

El reloj comienza a correr en 2012 y no precisamente porque ese año se acabe el mundo según el calendario maya. Ese año termina la primera etapa del Protocolo de Kyoto, único “contrato” que ordena actualmente a más de 190 países en la lucha contra los efectos del cambio climático en los ecosistemas. El problema es que no hay claridad sobre qué hacer a partir de 2013.

Coincide también que comienzan a aplicarse en la práctica iniciativas como el etiquetado de carbono en Francia y el polémico proyecto de ley de 2009 de energía limpia y la seguridad de EEUU, conocido como la ley Markey-Waxman, y que de ser aprobado por el Congreso obligaría a exportadores de algunos sectores tales como hierro, acero, aluminio y cemento, entre otros, a comprar reducciones de emisiones para compensar el CO2 incorporado en los productos.

La UE lidera las discusiones en torno a nuevas regulaciones comerciales que protejan el medio ambiente. Tiene en carpeta aplicar un impuesto paneuropeo al CO2 y otro a las aerolíneas que ingresen a espacio europeo a partir de 2012, medida que obligará a firmas como Lan, British Airways, Iberia, Delta y American Airlines, a sumarse al programa de emisiones del bloque. También podría haber un gravamen similar a los combustibles fósiles importados la zona; Gran Bretaña se opone mientras que Suecia, Finlandia y Dinamarca presionan para que se apruebe.




El mal ponderado bono de CO2

Los bonos de carbono surgieron como la panacea ambiental hace una década, para ayudar a la reducción de la huella de una economía o empresa. Estos instrumentos financieros se crearon al alero del Protocolo de Kyoto, y surgieron de los proyectos de inversión de Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), cuyo foco son los países en vías de desarrollo. Estos créditos de reducción de emisiones se transan como un activo financiero más, tienen sus propias bolsas climáticas y Europa es su principal mercado de transacción. Sólo el año pasado, el mercado superó los 130 millones de dólares a nivel mundial, con un total de 8,2 mil millones de toneladas métricas de CO2: un alza de 68% frente 2008.

Estos instrumentos son ampliamente ocupados para las políticas de carbono neutral; es decir, lo que no se puede reducir con proyectos se compensa con bonos. Pero precisamente su abuso está llevando a algunas compañías a reducir su compra ante la crítica de que son verdaderas bulas papales. Esto, porque es posible reducir la huella de carbono sólo mediante bonos y sin aplicar una sola política de sustentabilidad.

Nike y Yahoo ya tomaron la decisión de no comprar más estos papeles. El mayor fabricante de ropa deportiva del mundo registró una emisión total de gases invernadero a nivel mundial de 1,53 millones de toneladas equivalentes en 200: un 15% por debajo de lo emitido en 2007, que es su año base. Dentro del cálculo, 0,12 millones de toneladas correspondieron a viajes de negocios de sus ejecutivos y las operaciones de sus tiendas: dos millones más que el año pasado. El alza se debió a que, precisamente desde 2009, Nike dejó de comprar bonos y prometió reducir esa cantidad de emisiones con proyectos de eficiencia energética y usar más videoconferencias.


Subiéndose a la ola

En septiembre del año pasado, un insólito éxodo tuvo lugar en Estados Unidos. Empresas de la talla de Pacific Gas & Electric, Nike, Apple, Johnson & Johnson y Exelon renunciaron a la Cámara de Comercio estadounidense, luego de que ésta oficializara su extremo rechazo a la discusión de una serie de regulaciones de reducción de emisiones y políticas de mitigación y reducción de cambio climático que comenzó a evaluar la Agencia de Protección Ambiental (EPA, en inglés); incluso, pidió verificar los datos científicos de Naciones Unidas que acompañan al combate global contra el cambio climático.

La operación puso en alerta a las empresas, conscientes del negativo impacto que esta postura tendría en su imagen ante un consumidor cada vez más verde. La Cámara de Comercio de Canadá está siguiendo los pasos de su par del sur y ya está generando ruidos entre sus miembros. Es altamente probable que compañías canadienses dejen de participar en entidades gremiales cuyas posturas contradigan la tendencia global.

El frente privado también se está involucrando en las discusiones legislativas, con firmas como eBay, Levi Strauss y Starbucks, instando al Congreso a que se apruebe finalmente la ley de energía y cambio climático, que pendiente desde el año pasado.


La imagen lo es todo

De acuerdo a una encuesta realizada por la consultora estadounidense GreenBiz a más de 480 empresas, un 35% de las compañías no considera el estado de la economía sino la demanda de sus clientes como el principal motor de sus programas de sustentabilidad ambiental.

Walmart ya había entendido el mensaje el año pasado, lanzando el revolucionario Indice de Productos Sustentables, que comenzó a aplicar a todos los elemntos que vende y a sus proveedores. Esto, como parte de su compromiso de reducir en un 20% la huella de carbono de su cadena de suministro a 2015, equivalente a las emisiones de 3,8 millones de automóviles. La empresa de retail es asesorada por el Environmental Defense Fund, una de las ONG que más trabaja con el empresariado en Estados Unidos.

Las implicancias de la iniciativa Walmart son internacionales, ya que rigen a proveedores desde China a Chile y, por eso, es uno de los proyectos de eficiencia global más destacados junto con el programa de sustentabilidad de General Electric y el Go Green de DHL. Según analistas, en la práctica el índice de Walmart le dirá a sus consumidores qué fabricante de bebidas es más eficiente: Pepsi o Coca-Cola; o qué laptop es más limpio: Dell o Sony. Al ser el supermercado con la cadena de proveedores más grande del mundo, ya está generando una verdadera carrera entre ellos, especialmente porque el índice muestra tanto los logros como los fracasos de estas compañías.


Estudio verde

Las autoridades ambientales de Europa y Estados Unidos quieren que más sectores de la industria petrolera y de gas natural reporten sus estados de situación ambientales. Este año, un total de 31 segmentos industriales que responden por cerca del 85% de las emisiones de gases invernadero, le deben reportar a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) bajo el Programa Nacional de Emisiones de Gases Invernadero. Esta tendencia está impulsando a uno de los negocios más lucrativos del tema verde en el mercado financiero: los estudios de mercado sustentables. Bancos como Goldman Sachs y Deutsche Bank poseen equipos completos para el estudio de los impactos de la regulación ambiental en sus negocios y entregan estimaciones sobre cómo se comportarán los mercados de bonos de carbono, forestal, agua y combustibles en el actual marco ambiental.

En 2009, Citibank ganó el premio al banco que mejor reporta temas de economía ambiental aplicada, según la consultora Environmental Finance del año pasado. Por sus acertadas proyecciones sobre el efecto de las nuevas regulaciones en programas de energías renovables, cambio climático, agua, energía y carbono, lo destacó por sobre todossus pares. En tanto, Barclays Capital se llevó el primer lugar en 2010.


Financiamiento verde

La banca mundial se ha convertido en uno de los focos de crítica cuando se trata de financiamiento sustentable. La adopción de los Principios del Ecuador en 2003, al alero de la Corporación Internacional de Finanzas del Banco Mundial, buscó mitigar la presión mediante el establecimiento de un marco voluntario de políticas de evaluación de proyectos con un fuerte componente de conservación ambiental. Sin embargo, la iniciativa ha sido puesta en duda por proyectos de combustibles fósiles financiados por algunos de sus principales miembros, como el Royal Bank of Scotland, y más de 133 inversiones de este tipo que contaron con el visto bueno del Banco Mundial a 2005. Corpbanca es el único banco chileno signatario de esta iniciativa, hasta la fecha.

Está también el caso del banco francés Crédit Agricole. Su publicidad verde llamó la atención de la ONG Friends of the Earth, y no porque saliera un tranquilo Sean Connery hablando con el característico tono del personaje de James Bond para promocionar la institución. Ahora enfrenta una demanda por greenwashing. Junto con la ONG France Nature Environement inició una fuerte campaña sobre cómo el banco ha sistemáticamente financiado proyectos de extracción de combustibles fósiles en economías emergentes a través de su brazo de inversiones Calyon.

Sello certificador
La consultoría ambiental es el negocio más directo de toda la corriente verde. Pero si partió siendo básicamente asesoría de proyectos, hoy las consultoras están adoptando cada vez más un rol supervisor y fiscalizador de iniciativas e inversiones.

Porque hoy ya no sólo basta con calcular una huella de carbono o adoptar un proyecto de eficiencia energética. El que estos esfuerzos estén cumpliendo o no con criterios de sustentabilidad, deberá validarlo por un tercero.

Similar al rol que hoy tienen las auditoras, las certificadoras aplican los protocolos de certificación de las tradicionales ISO o EMAS a proyectos de sustentabilidad; los GFS en el caso de proyectos de conservación forestal o LEED para construcción verde baja en carbono, por ejemplo.

Pueden ser variantes de empresas ya instaladas, como las gigantes PricewaterhouseCoopers y Deloitte, o especialmente diseñadas para ello, como el europeo Programa de Certificación Forestal Paneuropea (PEF C en inglés); el EcoLogo canadiense para productos tanto de ese país como de Estados Unidos y el programa Blue Angel de Alemania; el Nordic Swan de los países escandinavos y el EcoMark de Japón. Famoso es el CarbonZero del gobierno de Nueva Zelanda, que también provee servicios a empresas de otros países.

Pero ya no sólo se trata de carbono. Ahora todo se puede certificar: desde proyectos de eficiencia energética hasta energías renovables como parques eólicos o fuentes geotérmicas.

Desde 1992, el programa EnergyStar del gobierno estadounidense pega su característico sticker azul y blanco en notebooks y pantallas planas si considera que son eficientes. Pero últimamente su metodología ha estado bajo cuestionamiento después de certificar productos que no existían, como un reloj alarma que funcionaba a bencina. Es así que el Departamento de Energía y la Agencia de Protección Ambiental endurecerán el control a partir de este año.

Las certificaciones también son transables. Su principal exponente son las RE C, medición que certifica los megawatts generados por una fuente renovable. Así se está abriendo una nueva opción de negocio verde.

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