2015/12/14

Viaje al fondo del mar

Durante la edad de oro de la caza de ballenas, Chile fue escenario de aventuras marinas que terminaron convertidas en clásicos de la literatura universal. Una nueva película nos acerca a este fascinante fenómeno.
Por: Francisco Ortega
mar
La película En el corazón del mar, empieza en Nantucket, isla ubicada a poco más de sesenta kilómetros hacia el este de Massachusetts –casi enfrente de Boston– y que durante la primera mitad del siglo XIX fue la capital mundial de la industria ballenera. Hacia fines de 1840, un joven Herman Melville (Ben Whishaw) se reúne en esta isla con un viejo Thomas Nickerson (Brendan Gleeson) para saber la verdad de lo ocurrido con el ballenero Essex en 1820, navío hundido en circunstancias nunca aclaradas y donde Nickerboy fue grumete. Sabe Melville que aparte de la versión oficial, que sostiene que el buque se fue a pique tras chocar con un islote, hay otra que asegura que el Essex fue destruido por una enorme ballena –en verdad un cachalote– blanca y feroz. En estos minutos iniciales de la cinta, dirigida por Ron Howard (El código DaVinci) y estrenada hace poco en cines locales, el escritor quiere la verdad para una novela que está redactando y que, según su propia voz, se llama Moby Dick.
La situación nunca fue tal, libertad narrativa de la adaptación fílmica, basada en el excelente libro de no ficción, En el corazón del mar (Seix Barral) de Nathaniel Philbrick, ganador del mejor texto de investigación en el National Book Award del año 2000. Si bien Melville efectivamente basó su novela en el incidente Essex, nunca fue necesario que se reuniera con Nickerson, tampoco que tratara de rastrear lo del barco como una especie de conspiración ballenera. De hecho, el cuento era bastante conocido entre los marineros de la época. El propio primer oficial del Essex, Owen Chase (Chris Hemsworth en el filme), había publicado en 1821 sus memorias, tituladas Shipwreck of the Whaleship Essex, ejercicio similar que tres años después el propio capitán del buque, George Pollard Jr. (Benjamin Walker en la cinta) había hecho, con su versión del incidente, bajo un título digno de un bestsellerista: Revenge of the Whale.
Detalle interesante es también, que hacia 1850, Melville no podía hablar de un libro que estaba escribiendo y que se llamaba Moby Dick. El texto que él redactaba, decía en primera página: La Ballena, título con el cual la novela fue publicada en 1851, pero que tras las bajas ventas fue cambiado por el que todos conocemos, en su segunda impresión. La decisión no fue de Melville, sino de los editores, que pensaban que el sustantivo propio Moby Dick podía funcionar entre el público, que ya algo de la historia conocían gracias al relato Mocha Dick, the White Whale of the Pacific, publicado en 1832 por Jeremiah Reynolds, un explorador y escritor norteamericano, que rastreó la curiosa historia de un cachalote blanco en las costas de Chile.
¿Pero fue Mocha Dick la misma ballena que hundió al Essex? Es probable. En ambos casos se trataba de cachalotes albinos, ligeramente más grandes que los cachalotes normales y que además eran vistos en aguas similares. La probabilidad de dos cachalotes blancos en el Pacífico sur en la misma época es bastante baja, contando lo raro que se dan especímenes albinas entre cetáceos de gran tamaño.

Un extraño sujeto llamado Reynolds

Si hay alguien fundamental en esta historia es Jeremiah N. Reynolds. Este multifacético personaje, nacido en Pennsylvannia en 1799, incluye en su currículum desde difusión científica hasta espionaje y asesoría presidencial, además de una larga estadía en Valparaíso, donde sin querer terminó inspirando cuatro obras fundamentales de la literatura de aventuras del siglo XIX.
Reynolds cursó estudios de literatura inglesa y geografía en la universidad estatal de Ohio. Así entra a trabajar al Spectator, periódico de Wilmington del que termina siendo editor en 1823, época en la cual comienza también a colaborar en The Knickerbocker, un prestigioso semanario publicado en Nueva York. Es en esta época cuando empieza a estudiar la teoría de la Tierra hueca. Esta curiosa hipótesis, venida de leyendas antiguas, había sido “formulada” y “modernizada” por Sir Edmund Halley, el astrónomo real de la Corona inglesa, a inicios del siglo XVIII. Halley, quien descubrió el cometa que lleva su nombre, sostenía que bajo la superficie existían vastos territorios a los cuales podía accederse por los polos –el achatamiento de los mismos se justificaba por estas aperturas polares–. El astrónomo británico escribió que era deber de la marina real conquistar estos hitos subterráneos, pero al parecer en Londres nadie le hizo caso. Distinto fue en Estados Unidos, donde un oficial naval llamado James Cleves Symmes Jr. no sólo se apropió de la tesis, sino que comenzó a difundirla. Reynolds lo entrevistó y decidió unirse en su cruzada en post de la conquista norteamericana de la Tierra hueca.
¿Fue Mocha Dick, bestia avistada en el sur de Chile, la misma ballena que hundió al Essex? Es probable. En ambos casos se trataba de cachalotes albinos.
A tal punto llegó la obsesión de Reynolds, que acabó asesorando al presidente John Quincy Adams en todo lo referente al “tema de la Tierra hueca”. Fue este mandatario quien, en 1829, decidió financiar oficialmente una expedición al Polo Sur en busca de la entrada al interior de nuestro planeta. Cleves Symmes Jr. coordinó el viaje usando a las flotas balleneras de Nantucket como medio de transporte. Finalmente, por un accidente a caballo sufrido por Symmes Jr., sólo Reynolds fue quien viajó al sur. Y nuestro Valparaíso, puerto principal, se convirtió en su base de operaciones.
En Chile, Jeremiah N. Reynolds se enteró de la historia de un feroz y gigantesco cachalote blanco que vivía alrededor de la isla Mocha y que tenía la costumbre de atacar a los barcos balleneros que se acercaban a su zona de apareamiento. El relato fascinó a Reynolds, que conocía lo del cetáceo albino que había hundido al Essex diez años antes, así que interrumpió su viaje al sur y viajó a la costa de la Araucanía donde siguió la historia de Mocha Dick, como los balleneros habían bautizado al monstruo: Mocha por la isla y Dick, porque era un término que se usaba para cachalotes con características físicas particulares. Reynolds reporteó como la unión de cuatro barcos y doce botes cazadores habían finalmente matado al leviatán, que efectivamente resultó ser un cachalote no sólo albino, sino lleno de arpones y cicatrices, bastante más grande que el común de la especie. Los machos de estas ballenas rara vez exceden los 22 metros de largo y las 40 toneladas de peso; Mocha Dick medía 31 metros y pesaba 80 toneladas, casi igual a una ballena azul, la más grande de todas y la mayor criatura que existe en nuestro planeta.
El relato de esta cacería dio forma al reportaje Mocha Dick, The White Whale of the Pacific que Reynolds publicó en The Knickerbocker y que a la larga se convertiría en una de las fuentes directas para Moby Dick de Herman Melville, pero claro, Reynolds tenía en Chile otra misión, bastante más particular que escribir de ballenas.

En las montañas de la locura

Tras volver a Valparaíso a fines de 1829, Jeremiah N. Reynolds retomó su empresa de encontrar una ruta antártica al centro hueco de la Tierra. Los trámites realizados en Estados Unidos por su socio Cleve Symmes Jr. le consiguieron pasaje en un ballenero que viajaba al sur. Reynolds se embarcó en el buque, pero a la altura de Tierra del Fuego hubo un motín, y el periodista y explorador fue puesto en un bote y abandonado en un islote en el sur de Chile. Estuvo perdido ocho meses, período en el cual el Gobierno norteamericano movió literalmente a toda su flota mercante y ballenera para encontrar al perdido “agente”, cargo que de hecho tenía este personaje dentro de la administración del presidente Adams.
Fue encontrado viviendo con un grupo de yaganes. Sucio, con una larga barba, alimentándose de focas y ballenas varadas y delirando acerca de algo terrible que había visto y escuchado en los hielos australes. Trasladado a Valparaíso, Reynolds fue tratado física y mentalmente antes de volverlo a embarcar, esta vez de regreso a Estados Unidos. Ya recuperado, evitaba hablar de lo vivido en el sur, también desobedeció sus órdenes y en lugar de embarcarse en una nave que regresara a Estados Unidos a través del Pacífico, subió a un ballenero que iniciaba un crucero que lo trasladaría a Sumatra, de ahí al Índico y posteriormente de regreso a Nantucket a través de África y el Atlántico. Su idea era dar una vuelta al mundo. Y lo logró, aunque también con incidentes. El ballenero fue atacado por piratas y Reynolds pasó cuatro años pasando de barco en barco hasta conseguir volver a casa, mientras sus socios y familiares lo daban por muerto.
Tras volver a Valparaíso a fines de 1829, Jeremiah N. Reynolds retomó su empresa de encontrar una ruta antártica al centro hueco de la Tierra.
Sin una ruta a la Tierra hueca pero con muchas historias bajo el brazo, Jeremiah N. Reynolds regresó a Nueva York hacia 1835. Dejó la aventura y se estableció como escritor y editor residente en Manhattan. De vuelta a las páginas de The Knickerbocker, el semanario publicó sus aventuras vividas en alta mar, en especial una de ellas, titulada Address, on the Subject of a Surveying and Exploring Expedition to the Pacific Ocean and South Seas donde Reynolds escribía sus temporadas fueguinas, un relato delirante en que las memorias de supervivencia del autor transitaban hacia una especie de horror cósmico, en la cual el aventurero revelaba su encuentro con unos seres ancestrales y aterradores que le habían advertido no acercarse a la Antártica, ya que era territorio prohibido para los hombres. Aseguraba Reynolds que los nativos de Tierra del Fuego trataban a esos seres, descritos como gigantes blancos, con una respeto similar a dioses; también que cada noche aullaban letanías fantasmagóricas en las que podía escucharse algo parecido a “Tekeli li”.
Y así como Herman Melville usó su historia de Mocha Dick para construir su obra magna, otro escritor norteamericano se conmovió con el relato patagónico de Reynolds para redactar, desde la ficción, su versión de los eventos. Es en 1838, cuando en las páginas de The Knickerbocker, Edgar Allan Poe empieza a publicar por entregas The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket (Las aventuras de Arthur Gordon Pym); un año después aparece en forma de novela. En rigor, es la única novela del cuentista de Boston. Casi literal a las aventuras de Reynolds en Chile, Poe deja incompleto su relato, terminándolo en un inquietante “Tekeli li”.
Serían otros dos autores populares quienes, en sus propias escrituras, tratarían de terminar la propuesta de Poe y por añadidura hacer aún más universal las aventuras de Jeremiah N. Reynolds en el sur nacional. Primero Julio Verne con La esfinge de hielo y luego H.P. Lovecraft con Las montañas de la locura, esta última una aterradora versión tanto del final de la historia de Edgar Allan Poe como de las desconcertantes memorias de Reynolds en los canales australes. Y si La Cosa, Alien y Prometheus son a su vez interpretaciones de lo de Lovecraft, bien podríamos decir que Jeremiah N. Reynolds usó la geografía y la mitología de Chile para construir buena parte de la literatura marinera del siglo XIX y también de la ficción fantástica y de horror del siglo XX. Enorme legado. •••

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